Villa Buenos Aires del Lérez al Titanic

Gonzalo Catoira

Casimiro Gómez Cobas fue uno de los inmigrantes gallegos que mayor fortuna logró en Argentina: su historia simboliza el éxito comercial y el posterior compromiso con el desarrollo cultural y educativo de su tierra natal. Empezó como un humilde aprendiz de talabartero, llegó a tener varias estancias con más de 2000 empleados e integró los círculos más selectos de la sociedad porteña. En su amada Pontevedra fundó “Villa Buenos Aires”, un balneario termal a orillas del Río Lérez para aprovechar la calidad del agua de los manantiales de la zona que se hizo famosa mundialmente y hasta llegó a ser incluida entre las bebidas ofrecidas a los pasajeros de primera clase del Titanic.

Nacido en Viascón, Cotobade en 1854, a los 13 años siguió los pasos de su tío Fidel y emigró a Argentina, pero el barco que lo transportaba finalizó su travesía en el sur de Brasil debido a un contagio masivo de fiebre amarilla entre los viajeros. Pequeño, solo y sin contactos en un país desconocido, consiguió empleo en una fábrica de cueros y ahorró dinero hasta poder continuar su viaje a Buenos Aires. Luego de poder reencontrarse con su tío en Capital Federal, aprende el oficio de talabartero y apenas un año después inaugura “La Nacional”, su propio comercio, que rápidamente se posiciona como el más importante del país gracias a la alta calidad de sus productos de cuero, entre ellas las monturas y equipajes para caballos que fueron elegidas como reglamentarias para el Ejército Argentino.

Continuó adquiriendo inmensos terrenos en varias provincias argentinas para la cría de ganado y el uso de sus recursos, consolidando una gran fortuna como terrateniente. Tal era la extensión de sus campos particulares que mediante la donación de algunos de sus lotes se fundaron las ciudades de Neuquén (actual capital de la provincia homónima), General Roca en Río Negro y diversos pueblos en San Luis, La Pampa y Córdoba. Reconocido por su marroquinería de excelencia, galardonada en prestigiosas exposiciones internacionales, también incursionó de manera destacada en la industria del transporte, farmacia, turismo, aseguradoras, periodismo y artículos deportivos.

En Buenos Aires fundó el Centro Industrial Argentino e integró los circuitos de la más encumbrada elite porteña dirigiendo y participando del Banco Español del Río de la Plata, la Sociedad Rural, el Centro Gallego, el Club Español, la Bolsa de Comercio, la Liga Agraria y la Sociedad Española de Beneficencia. Demostrando su carácter filantrópico, colaboró con la Cruz Roja y desde el directorio del Hospital Español, sostuvo económicamente al Patronato de la Infancia y diversos centros de salud pública en Buenos Aires. Pero nunca se olvidaría de Pontevedra, hacia donde regresó finalmente en el año 1900 para invertir gran parte de su fortuna en un imponente balneario.

En una subasta pública de las antiguas tierras de San Antonio Abad, Casimiro Gómez Cobas adquiere la finca de Monte Porreiro, de enormes dimensiones, para cumplir sus sueños de indiano y la rebautiza “Villa Buenos Aires”, en honor a la ciudad que lo había recibido y lo convirtió en un joven millonario. La mansión, en principio pensada para uso vacacional, se transformó en una explotación agropecuaria con frutales, viñedos y ganado que lentamente comenzó a urbanizar la zona con la construcción de diferentes accesos al predio, creando nuevas calles y avenidas.

Villa Buenos Aires se convirtió en el centro de encuentro de las familias de la aristocracia y el poder político de la época y en 1904, aprovechando que el agua de la zona poseía propiedades medicinales aptas para comercializar, Casimiro obtiene la utilidad pública de los manantiales del Lérez. Luego de múltiples análisis y certificaciones comienza su embotellado y distribución con amplio éxito gracias a las campañas de prensa precursoras del marketing actual, basadas en publicidades con grandes ilustraciones y llamativas frases en diarios de Buenos Aires y Galicia: los anuncios garantizaban que el agua, avalada por la ciencia, era estimulante y tenía “10.000 voltios de radioactividad”. Incluso editó su propia revista para ponderar las virtudes del agua, cuya difusión llegó a toda Europa y pronto al mundo entero.

La promoción de las capacidades terapéuticas y curativas del agua para el aparato digestivo e intestinal y el alivio del reuma y la artritis, sumado a la posibilidad de cura de la diabetes y la anemia llamaron la atención principalmente en Argentina y España pero también China, Japón, India, Egipto, Australia, Canadá y Estados Unidos. Las exportaciones se multiplicaron hacia todos los continentes, pero las Aguas del Lérez tuvieron especial aceptación en Inglaterra, donde se creó una sociedad para distribuir la marca. A la The Lérez Natural Mineral Water Company con sede en Londres se enviaban miles de botellas anualmente: entre sus clientes se encontraba la compañía White Star Line, empresa naviera que las incluía en la carta del menú de primera clase del RMS Titanic.

En pleno auge del termalismo gallego, las denominadas Aguas Mineromedicinales Lérez obtuvieron múltiples premios de higiene y salud, recibieron felicitaciones del rey Alfonso XIII, lograron ser Proveedores Oficiales de la Casa Española y estuvieron a punto de conseguir el mismo convenio con la Casa Real Británica. Mientras tanto Casimiro, que en 1906 había inaugurado el Balneario del Lérez en la margen izquierda del río, continuaba ampliando y embelleciendo sus instalaciones: además de la construcción de un lujoso hotel con un salón comedor de altísimo nivel y parques especialmente diseñados, el complejo contaba con espacios para almorzar al aire libre, grutas, estatuas, fuentes y miradores.

La visita también incluía paseos en bote aguas arriba, con muelles en ambas orillas, entre jaulas con pájaros exóticos, estanques, laberintos para niños y hasta una cancha de tenis. Estos parques de gran belleza atrajeron a las más diversas personalidades: poetas, escritores, artistas, políticos; hasta el sultán de Marruecos, el Marqués de Riestra y la infanta Isabel de Borbón visitaron el Balneario del Lérez en su apogeo. Pero en 1914, al iniciarse la Primera Guerra Mundial, el turismo se frenó de manera definitiva y lentamente Villa Buenos Aires terminó por perder su antiguo esplendor.

Para entonces Gómez Cobas, fiel a su espíritu emprendedor más allá de las circunstancias, regresa a Argentina y aprovecha sus conocimientos comerciales para abastecer de mercadería e insumos a los países involucrados en el conflicto bélico. En 1919, finalizada la Primera Guerra decide volver a Villa Buenos Aires, pero el contexto es distinto y los balnearios termales tardarían años en reactivarse frente a la competencia de las playas. Igualmente su privilegiada capacidad de adaptación siempre lo mantuvo a la vanguardia empresarial: continuó innovando con la cría de peces, una granja avícola experimental y luego se dedicó por completo al recuperado turismo internacional.

Su compromiso con el desarrollo cultural y educativo gallego quedó plasmado en innumerables obras: cedió terrenos para la Escuela de Artes y Oficios y el Cuartel de la Guardia Civil, además de la construcción de lavaderos públicos y la avenida Buenos Aires. Donó el edificio Castro Monteagudo (que era su propia casa) para el Museo y apoyó económicamente al Hospicio y el Hospital Provincial, el Asilo de Ancianos y a la Escuela Maternal. Falleció en Vigo en 1940 y pese a haber amasado su fortuna en Buenos Aires, nunca olvidó su tierra natal, donde hoy se lo recuerda como un protagonista clave en la modernización y el crecimiento de Pontevedra.