Y qué dice Marlaska

Alfonso Villagómez

DURANTE cuatro años compartí con Fernando Grande-Marlaska, actual ministro del Interior, trabajo al frente de los juzgados de instrucción en Bilbao. Fueron años muy duros en la lucha contra los asesinos de ETA. Juntos vivimos el secuestro y ejecución de Miguel Ángel Blanco, y juntos asistimos destrozados a funerales en la catedral vizcaína. ¿No tienes nada que decir ahora, Fernando, de ese vil apoyo de los herederos de los terroristas?

Parece que no. Marlaska calla como calla el Partido Socialista. En política no todo vale: hay un límite infranqueable que traza la moral pública. Pedro Sánchez lo acaba de traspasar al aceptar esos votos manchados de sangre a los Presupuestos. Los enemigos del Estado democrático ya están dentro y decididos a derrocarlo, como acaba de ladrar el líder de Bildu desde el Parlamento vasco.

El artículo 102 de la Constitución establece que la responsabilidad criminal del presidente y demás miembros del Gobierno será exigible ante la sala segunda del Tribunal Supremo. Si la acusación fuere por traición o por cualquier delito contra la seguridad del Estado en el ejercicio de sus funciones, sólo podrá ser planteada por iniciativa de la cuarta parte de los miembros del Congreso, y con la aprobación de la mayoría absoluta del mismo.