|| nosotros y cía ||

y el Gobierno de coalición ni digamos

Ángel Orgaz
Una carretilla de las obras de la Catedral colgada de una grúa. Foto: Antonio Hernández

Tengo que confesarles que estoy hecho un auténtico lío. Todo esto –me refiero a la pandemia causada por la covid y la situación política y social que se vive en España– me desborda.

Ya sé que no soy el único que se encuentra superado, angustiado, perdido, desorientado. Estoy ni más ni menos igual que ustedes y la inmensa mayoría de la población mundial.

Me preguntarán que por qué, que cuál es la causa concreta, que a qué se debe tanta congoja.

Pues muy sencillo, a que no veo el futuro con claridad. Mejor dicho, no veo futuro. Me han robado el optimismo, me han quitado la ilusión, me han arrancado las ganas.

Solo tengo que ver a nuestros amados presidente y vicepresidente del Gobierno, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, hablando de sus planes para el mañana, de lo bien que nos va a ir, de lo mucho que están haciendo por nosotros, para que los nervios se me agarren al estómago y se me corte la digestión.

¿Hace falta que se lo explique? Ya sé que no, pero aún así, si ustedes me lo permiten, lo voy a hacer.

El primer retortijón de tripas me dio el pasado sábado, con la inexplicable rueda de prensa de Sánchez para decirnos aún no sé qué. Sería para ponernos sobreaviso de que al día siguiente nos iba a regalar un estado de alarma de nada menos que de seis meses de duración sin encaje legal alguno y menos aún dejando su control y renovación o derogación en manos de las comunidades autónomas.

Otro ramalazo de autoritarismo, y justo después del intento de reforma del método de elección del Consejo General de Poder Judicial.

Lo peor es que insisten en su error, en su cesarismo. Que sí, que si no hay consenso lo harán a las bravas; ni Unión Europea, ni Comisión de Venecia, ni Consejo de Europa ni gaitas.

Así que ahora al Gobierno de coalición ya no le llega con tenernos con los derechos limitados quince días, o un mes, o dos. ¡No! Seis meses, hasta bien entrado mayo.

Todo un despropósito.

Comparto y apoyo, por supuesto, que haya que tomar medidas contra la covid-19. No podemos permitir que este nuevo coronavirus acabe con nosotros.

Pero eso no quita para que nuestro Estado de derecho siga incólume, a recaudo de salvapatrias y visionarios, de populistas y poltroneros.

Y para alegrarnos definitivamente la semana presentan unos presupuestos que nos venden como los más sociales de la historia, con un gasto destinado en su totalidad para salvarnos de la indigencia, el paro y hasta el desaliento si me apuran.

Es evidente que Spain is different. Mientras en Europa se disponen a bajar los impuestos para ayudar a las familias, a las empresas, a la recuperación, especialmente en Alemania e Italia, aquí nos dan otro zarpazo al bolsillo y empiezan por subirnos el diésel, aumentan el IRPF a aquellos que ganan más de 200.000 euros e incrementan la fiscalidad de sociedades y patrimonio.

Sí, la subida se vende como la contribución de los más ricos españoles al rescate de las cuentas y arcas públicas. Pero sepan que para ellos el momentante de esas tasas apenas supone un 10 %. El otro 90 % lo pagarán como siempre las clases medias y bajas, aquellos que tienen nóminas o los autónomos, que apenas reciben ayudas para poder subsistir, sobrevivir, comer y mantener abiertos sus negocios. En definitiva, que puedan dormir con tranquilidad y no atenazados por la angustia de un mañana mucho más que incierto.

A ver, ¿a quién va a perjudicar la subida del diésel si al final se aplica, y el impuesto sobre las bebidas azucaradas. Qué más le da a un potentado pagar unos euros más o menos por seguir consumiendo aquello que más le agrada?

Pero sepan que si algo me cabreó sobremanera fue que tras anunciar a bombo y platillo la presentación de las cuentas de nuestro país para el próximo año, fue que el día antes Unidas Podemos amenazara con no apoyarlas hasta no lograr esos tributos y la limitación de la renta de los alquileres, por ejemplo.

Es como si ellos fueran la oposición, el azote de Sánchez; fue una auténtica extorsión en toda regla. Y lo peor es que el presidente del Gobierno se amilanó, se amedrentó y se dejó manipular. En su nombre y en el nuestro.

¡Qué vergüenza!