Volverá la Ley de Alá: los tabúes de los talibanes

Firmas
Gabriel Vilanova
El “vuelo de la paloma”, un deporte secular masculino, es uno de los juegos prohibidos. Foto: ECG

Entre 1993 y 1994 un grupo de seminaristas, en su mayoría pastunes, que habían estudiado en las madrasas pakistaníes financiadas por Arabia Saudí y luchado en la guerra contra los soviéticos, crearon el movimiento talibán. Su finalidad era aplicar la ley islámica (sharia) y luchar contra la corrupción y toda clase de males. Afganistán sufría una devastadora guerra civil, y por eso el Emirato talibán fue muy bien visto por la población pastún que creía que su predominio en el país podía estar en peligro. Muy pronto consiguieron implantar su dominio sobre todos los restantes grupos étnicos del país. En 1995 conquistaron Herat, una provincia de gran valor estratégico, por ser fronteriza con Irán y Turkmenistán, y al año siguiente ya tomaron Kabul. Nada más entrar allí, lo primero que hicieron fuel asesinar a Najibullah, el presidente apoyado por los soviéticos, que se había refugiado en la sede de la ONU, en la que había vivido en los últimos años. Al año siguiente ya controlaban el 80% de las provincias, quedando las restantes en poder la Alianza del Norte, formada por grupos no pastunes que resistieron en las zonas del norte y centro del país.

Los talibanes pronto establecieron lazos con organizaciones terroristas, como Al-Qaeda, pero lo más importante para ellos fue la imposición de su ley islámica, de la que fueron víctimas en primer lugar las mujeres, que no pudieron ya ir a trabajar, ni estudiar y que solo podían salir de casa bajo su burka y acompañadas por un varón de la familia. Es inmensa la lista de lo que prohibieron los talibanes: la televisión, el cine de cualquier tipo, la música, el teatro, la fotografía e infinidad de cosas más. Pero tras la intervención internacional del año 2001 y la caída de los talibanes las cosas habían vuelto a mejorar. Mujeres y niñas, por lo menos en las ciudades, pudieron estudiar, ir a la universidad y trabajar. La gente pudo ir al cine, aunque casi no se rodaban películas afganas, ver la televisión, escuchar música, bailar, leer libros, aprender idiomas y vestirse a su manera. Se abrieron decenas de canales de televisión y emisoras de radio y la música pasó a ser parte de la vida de la gente.

A día de hoy, cuando Afganistán es según el GPI (Global Peace Index) y el IEP (Institute for Economics and Peace) el país más violento del mundo, y el que ha sufrido en los últimos cuatro años más muertes por terrorismo, los talibanes ganan terreno día a día, amparados por unas falsas negociaciones de paz, y van consiguiendo acabar con todos los logros de los últimos veinte años. No han cambiado en absoluto, como se puede ver por las informaciones que llegan de las zonas de nuevo bajo su control, y la lista de sus tabúes ha crecido todavía más.

En primer lugar, han prohibido afeitarse la barba. Quienes lo hacen son castigados a pena de prisión, hasta que la barba haya crecido de nuevo. En segundo lugar, no se puede trabajar a la hora de rezar, teniendo que cerrarse las tiendas 15 minutos antes de una oración que en el islam sunita se reza cinco veces al día. Por no hacerlo así o no ir a la mezquita debe cumplirse también pena de cárcel.

Hay dos clases de juegos prohibidos: el “vuelo de la paloma” (kafter bazi), un deporte secular masculino, y el vuelo de las cometas, un juego infantil. El primero se relaciona con la seducción amorosa y consiste en que normalmente en primavera los hombres suben a las terrazas y guían a grupos de palomas con un bastón. Las palomas deben seguir el movimiento ordenado por su entrenador, volando al ritmo que les marque. El adiestrador de palomas es como un director de orquesta y las palomas se mueven a su compás, como hacen los músicos. Lo han prohibido por ser una costumbre anterior al islam.

El vuelo de las cometas es el juego favorito de los niños, para los que tener una cometa es como un paso previo a su vida adulta, en la que todo será un enfrentamiento y una competición. Los niños vuelan sus cometas para competir entre sí, y también lo hacen desde las terrazas. Luchan con sus cometas para ver quién vuela más alto, pero también para derribar las de los demás, cortándole el hilo con el de la cometa propia. Los niños pobres, que no pueden comprarse cometas, corren tras las cometas derribadas, para intentar reconstruirlas. Se les llama los “corre cometas”. Los talibanes prohibieron las cometas en los 1990, argumentando que apartan a los niños del estudio y la oración. Las tiendas que las vendían fueron cerradas y sus dueños fueron multados.

Tampoco se puede hacer, comprar o vender ninguna estatua, porque es anti-islámico, y por eso destruyeron los budas de Bamiyán y todas las esculturas del museo de Kabul. Como hay que respetar la tradición solo se puede jugar al fútbol vestidos con el traje tradicional, y no en pantalón y camiseta, quedando prohibidos todos los restantes tipos de juegos, con sus jugadores castigados de acuerdo con la ley islámica.

Todo lo occidental está prohibido: cortarse el pelo, lo que solo se puede hacer al estilo talibán, siguiendo las normas del “libro de estilo” del Ministerio para propagación de la virtud y la erradicación del vicio. Por eso no se pude cantar ni bailar, ni siquiera en las bodas, en las que deberán escucharse las suras del Corán: la compra, venta, o posesión de cualquier instrumento musical se sanciona con la destrucción del mismo o con su quema.

Si los talibanes recuperan el poder, las mujeres ya no podrán ir a las universidades, públicas o privadas, como vienen haciendo los últimos veinte años. Se acabará la coeducación. Las niñas solo podrán ir a sus propias escuelas, mientras las haya. Los sastres no podrán hacer vestidos femeninos, y las mujeres tendrán que llevar un acompañante hasta para ir a la panadería o al supermercado. Tampoco podrán practicar ningún deporte, ni ir a la peluquería. Eso va en contra del islam, y por eso también los hombres tendrán que llevar en público su turbante y las mujeres su burka.

Ni que decir tiene que no se podrán leer libros extranjeros, por no ser islámicos. Quien los posea será castigado y sus libros quemados en público. Según cuanta Yaqob, de 34 años, natural de Herat, que ahora estudia en los EE.UU. con una beca Fulbright: “mi padre tenía una buena biblioteca. Cuando llegaron los talibanes a la ciudad enterramos todos los libros en el patio a toda prisa durante la noche. Pero como los talibanes podían entrar en todas las casas cuando lo deseasen, y mi padre no asistía a la mezquita, por lo que era sospechoso, un día la policía de la virtud entró en casa y halló los libros. Nos obligaron a desenterrarlos y quemarlos con gasolina. Me pegaron y se llevaron a mi padre, que a los nueve meses de su detención murió en la cárcel”.

Los talibanes son famosos por romper y quemar televisores, CDs, DVDs, por considerarlos instrumentos de difusión del mal y la corrupción y un peligro para el islam. La única radio que se podía escuchar bajo su gobierno era Radio Sharia. Si alguien era sorprendido escuchando otra se le destruía el receptor. Cuentan los habitantes de la provincia de Tajhar, recientemente tomada por los talibanes, que ahora a todo ello han sumado la prohibición de las joyerías, para que así las mujeres no puedan salir de casa a comprar joyas.

Y así cada día irán prohibiendo una cosa más. Quienes hablen su lengua, el pastún, se dejen la barba y se vistan como ellos quieren no tendrán problemas en vivir bajo su gobierno. Para los demás, para los que su físico no les permita parecer talibanes, y para todos los que no quieran aceptar el extremismo islamista, llegará el dolor o incluso la pérdida de la propia vida.