Amor sin acepción de personas

Firmas
José Fernández Lago

AL TENER EN CUENTA la fidelidad de Abraham a Dios, y el culto que los descendientes de Jacob daban al Dios vivo, los miembros del pueblo de Israel consideraban que Dios era el dios de ellos, frente a los dioses de los pueblos paganos. Estos no merecían sino la reprensión divina, para que se convirtieran y pidieran acogida en el pueblo creyente de Israel. Sin embargo, mientras descansaba en Joppe, San Pedro había tenido una visión, en la que percibió que el Señor le mandaba comer de todo aquello que allí aparecía, entre lo que se encontraban muchos alimentos considerados impuros por el pueblo de Israel. El Señor le dice entonces que no considere impuro lo que él ha hecho puro. A partir de aquí llegó a pensar que también los paganos eran puros, al llamarlos Dios al seguimiento, esperando de ellos una vida fervorosa y honesta.

La 1.ª lectura de esta tarde y de mañana, tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos muestra a Pedro en Lidda, en casa del centurión Cornelio. Este, quizás por una revelación del Señor, quiere hacerle homenaje a Pedro, cosa que el Apóstol rechaza, manifestando que es un hombre como él. Pedro añade la enseñanza recibida poco antes cerca de allí, en Jope: que Dios no tiene acepción de personas, sino que acepta al que cuenta con él y practica la justicia, independientemente de la nación a la que pertenezca. Mientras hablaba, descendió el Espíritu Santo sobre todos los que allí estaban, también sobre los paganos. Entonces el Apóstol concluye que debe bautizarlos, pues a quienes el Señor había enviado su Espíritu, ¿cómo no bautizarlos en el nombre de Jesús?

En la 2.ª lectura, el Apóstol San Juan manda que prodiguemos el amor, como señal de que uno ha nacido de Dios y conoce a Dios. Imitaremos así a Dios, que nos mostró su amor enviando a su Hijo al mundo, para que, siendo víctima propiciatoria por nuestros pecados, viviéramos por medio de él. El Evangelio de San Juan recoge la llamada de Cristo a permanecer en su amor, lo mismo que Jesús los había amado con el amor con que el Padre lo había amado a él. Para permanecer en su amor, habrán de amar sus mandamientos, como él ha amado los de su Padre, y permanecía de ese modo en su amor. Si hacen así, la alegría de Jesús estará en ellos, de modo que esa alegría llegará a la plenitud. Jesús, que ha escogido él a sus discípulos, los tiene por amigos, y los envía para que, yendo, den fruto, un fruto que permanezca.