Carta de un guardia civil

Firmas
Santiago Flores Fernández
Casa cuartel de la Guardia Civil en el barrio de As Cancelas, en Santiago, al que se refiere el autor con un emotivo texto. Foto: Antonio Hernández

Transcurría el mes de abril del año 1976 cuando nuestro añorado capitán Bouzas recibió por escrito una notificación inesperada: “Dispone usted de tres días para desalojar el cuartel de la calle Rodrigo de Padrón e instalarse en las nuevas dependencias”.

A los guardias nos sentó mal la contundencia de aquella orden, pero, llenos de rabia y orgullo, la cumplimos en cuarenta y ocho horas.

Y así nació el cuartel de la Guardia Civil de As Cancelas.

Nunca fue bendecido ni inaugurado. Nunca hubo sobre su tejado las características tejas rojas que sí tienen el resto de edificios de Santiago y, durante más de veinticinco años, tampoco se vio puesto en su fachada principal nuestro emblema ni la frase TODO POR LA PATRIA que sí ostentan desde el primer día los demás centros militares.

Pero ese fue nuestro cuartel.

Recuerdo que, por no tener, ni siquiera había un mástil en el que poner la bandera de España. Ese fue nuestro primer trabajo. Después de pintar de blanco un viejo y largo tubo oxidado, lo clavamos en el jardín delantero para, a los cuatro días de estar allí, poder ya colocarla. Ninguna autoridad, civil o militar, vino tampoco a acompañarnos en tal acto. La izamos por vez primera nosotros solos sin ninguna ceremonia especial... pero con toda la emoción.

Después se hicieron otras muchas cosas: la caseta y barrera de la entrada, nuevas oficinas, el botiquín, las perreras, el foso, los calabozos, la galería de tiro, el pedestal del mástil, la alambrada sobre los muros, los garajes, el pozo... Y se asfaltó el patio central en el que, en torno a su crucero, pasamos tardes inolvidables en la festividad de nuestra patrona, la Virgen del Pilar, jugando con los niños, muchos de ellos hoy también guardias civiles.

Y así, poco a poco y a lo largo del tiempo, fuimos llenando de calor y vida aquellas humildes instalaciones por las han pasado varios cientos de familias.

También han muerto durante esos años muchos compañeros. Sin duda demasiados. Imposible mencionarlos a todos. Pero permítaseme al menos recordar a los tres asesinados por una cobarde banda terrorista. Ellos fueron los guardias civiles: D. Manuel Vázquez Cacharrón, D. Constantino Limia Nogueiras y D. Pedro Cabezas González.

Ha pasado casi medio siglo y, si las instalaciones eran de mala calidad cuando nos hicimos cargo de ellas, el tiempo las ha puesto aún peor. Por eso vuelven a oírse voces que hablan de un próximo derribo.

Me parece que esta vez la cosa va en serio. Se me ocurre pensar que no será difícil construir en el solar algo mejor. Pero pienso también que los pobres y humildes edificios que hay ahora seguirán existiendo siempre en la memoria de todas las personas que vivimos y trabajamos allí; en la rúa do Doiro número veinticinco. Un lugar que, por cierto, un determinado político no quiso que se llamase calle de la Guardia Civil a pesar de que, junto a sus aceras, solo existían en aquel momento los bloques de viviendas de mi viejo y querido cuartel.