Crónica negra de Santiago

El crimen sin móvil que truncó la vida de una empleada del Hostal de los Reyes Católicos

Susana Martínez
INVESTIGACIÓN. Lugar cerca de San Clemente donde fue encontrado el cuerpo sin vida de María del Carmen Abuín, trabajadora del Hostal de los Reyes Católicos. Foto: ECG

“No tenemos móvil, no tenemos arma y no tenemos sospechoso”, aseguraban fuentes policiales en junio de 1982 sobre un crimen oscuro, sin pistas, ni sentido que habría acabado con la vida de una mujer de 30 años, sin enemistades, ni oscuras relaciones o deudas. María del Carmen Abuín García fue la protagonista involuntaria de su propia tragedia a pesar de que nada parecía aventurar que algo así podía llegar a ocurrirle; incluso en el momento final acabaron con su vida en un suspiro. Ocurrió cuando a joven compostelana, de 30 años, se dirigía al Hostal de los Reyes Católicos a trabajar como cada mañana. Su rutina se truncó y aquel viernes 11 de junio no llegó a su puesto, su cadáver se encontró en un callejón cercano sobre un enorme charco de su propia sangre.

CADA DÍA EL MISMO RECORRIDO. La víctima entraba a trabajar en el Hostal a las seis de la mañana. Realizaba ese camino a pie de forma habitual, prácticamente sin ningún tipo de cambio desde su casa de Puente Pereda, donde vivía con su hijo y con su madre, hasta el lugar de trabajo. Según manifestaron personas allegadas a la víctima, en aquellos momentos, María del Carmen hacía el recorrido acompañada, hasta hacía unos pocos días, por unas jóvenes que realizaban la misma ruta para acudir a trabajar al Hospital Xeral de Galicia. Sin embargo, por un cambio de turno nunca más el grupo volvió a coincidir.

“En 12 años que lleva trabajando en el Hostal de los Reyes Católicos nadie puede decir que haya notado en María del Carmen síntomas de sentirse amenazada o de ser víctima de problemas económicos graves que pudieran dar pie a sospechar de un atentado contra su vida”, declararon sus compañeros de trabajo, tal y como recogió EL CORREO GALLEGO tan solo un día después del suceso que conmocionó a la población compostelana, especialmente a sus familiares y personas más allegadas.

Pero nadie sospechaba quien podía haber sido el asesino de una mujer que nunca dio de que hablar en un sentido negativo. Su vida era de lo más tranquila sin cambios aparentes; mantenía una vida rutinaria que, en principio, no presentaba ningún peligro más allá de los accidentes que la propia causalidad le pudiese poner en su camino. Pero su muerte no fue ningún accidente. Desde el principio, los investigadores desecharon la idea del atropello, pues las heridas que presentaba el cuerpo de la mujer solo encajaban en un crimen violento.

Nadie oyó nada, ni una discusión, ni una voz más alta que otra, ni un golpe o el sonido de un arma. Todo era silencio y los vecinos no daban crédito ante el enorme charco de sangre que impregnaba los portales de las casas cercanas, en una mañana donde no hubo testigos, ni posibles dudas. María del Carmen era el objetivo de una persona obsesionada, hasta tal punto, que le arrebató la vida.

No era difícil dar con ella o esperarla. La víctima realizaba todos los días el mismo recorrido. A las seis menos cuarto pasaba indiscutiblemente, y sin retrasarse o adelantarse, por aquel lugar en donde se produjo la tragedia. Si alguien prestaba un poco de atención, sabría que iría sola.

El asesino, sumando las circunstancias idóneas para perpetrar su acción, se benefició de un ambiente propicio para que la víctima pudiera ser abordada sin resistencia y sin que hubiese más testigos que las personas partícipes del asesinato.

El supuesto que se manejó desde un inicio por los responsables policiales fue el del asesinato: las heridas que presentaba la mujer eran compatibles con una agresión violenta perpetrada, además, con brutalidad gratuita. De ello pronto se dieron cuenta los investigadores.

No hubo robO. Para la Policía, la magnitud del ataque resultó desproporcionada. También llamó la atención el hecho de que a María del Carmen no le faltase nada. No le habían robado sus pertenencias: la ropa, la esclava de oro, el reloj, la documentación, además del poco dinero con el que acostumbraba a salir de su casa en Puente Pereda. Todo indicaba que el móvil no había sido el robo. ¿Entonces qué ocurrió? Hallaron a la mujer cubierta de sangre en el rincón de la plazueleta de San Clemente, testigo de las innumerables mañanas que por ahí pasaba, a las puertas de la antigua escuela de Maestría. Eran las siete de la mañana. María del Carmen tenía la parte derecha del rostro completamente destrozada, según las descripciones que hicieran las personas que vieron el cadáver: todas hablaban de la crudeza de la imagen que presentaba aquella terrible escena.

Cooperación familiar. Un primo de María del Carmen, Ricardo Abuín Domínguez, se presentó desde el primer momento con una ingenua y llamativa habilidad para colaborar en el esclarecimiento del crimen que tantos quebraderos de cabeza estaba produciendo. Según sus declaraciones, muchas de ellas poco constatables, afirmaba que en un bar de A Raíña había identificado a los autores del crimen. Era una apreciación muy particular que a los investigadores les dejaban muchas dudas. Esa extraña intención de colaborar les sorprendió mucho.

Ricardo era natural de Muros, pero se acercó a Compostela a disfrutar del Corpus. Hasta bien avanzada la madrugada del viernes, afirmó haber estado entretenido en un baile de O Castiñeiriño, por las fiestas de San Antonio. Después, según explicó, al mediodía se enteró “por comentarios en la calle” de que habían asesinado a su prima. Acudió a EL CORREO, a contar que estimaba que “la mataron con un martillo”, como si hubiese estado presente o, al menos, pudiese haber visto algunas de las pruebas de la autopsia que no se habían hecho públicas.

Sus declaraciones eran ambiguas y no expresaba ningún tipo de preocupación por la muerte de su prima. La policía no había tenido en cuenta antes sus palabras ya que el joven, que sufría una discapacidad psíquica, no era capaz de mantener un relato creíble sobre sus acusaciones. “Tuvieron que matarla con un martillo... fue sobre las cinco y media de la madrugada... ella iba siempre por el mismo sitio”, era lo único que decía el primo de la víctima, ante el inspector de guardia cada vez que acudía a la Comisaría a hablar de la muerte de su prima

Los investigadores no tenían pruebas y les quedaban muchos cabos por atar aunque ya señalaban a un sospechoso. Seguían trabajando y solo ofrecían a la prensa, que seguía muy interesada la evolución de las pesquisas, los socorridos mensajes sobre los esfuerzos que estaban realizando para cerrar el caso. Pero ninguna novedad al respecto. Pasaban los meses, el verano quedaba atrás y las razones para el crimen seguían sin aparecer. Sin embargo, las sospechas apuntaban a un círculo cercano y a una persona en concreto, el primo de María del Carmen.

La detención. El 29 de septiembre, Ricardo Abuín Domínguez fue detenido en Muros. Durante dos días le sometieron a las preguntas necesarias para esclarecer los hechos. Sus respuestas eran frías y se deshacía de las cuestiones que pudiesen inculparle. Pero tras las muchas horas de interrogatorio terminó confesando. Según el subcomisario jefe de la Policía Judicial, Juan Manuel Sardiña, Ricardo tenía una obsesión, “casi platónica”, con la víctima.

Un año después, la Sala Primera de la Audiencia de A Coruña le condenó a doce años de prisión y a dos millones de indemnización para el hijo de la víctima. Según la sentencia, Ricardo esperó a María del Carmen para hablar sobre el amor que sentía por ella pero fue rechazado. Ahí empezó un forcejo y Ricardo Abuín llevó a la mujer hacia un rincón donde la golpeó por todo el cuerpo hasta empujarla contra un muro donde una vara saliente terminó con su vida, quedando tendida en un gran charco de sangre.