El rey me apacienta

Firmas
José Fernández Lago

LOS TIEMPOS en que nos movemos los hombres de hoy son muy distintos de aquellos en los que, para hablar de Cristo Rey, se entonaba un canto con palabras de este tipo: “Cristo vence, Cristo impera, Cristo reinará; flota el viento en su bandera, y en sus pliegues la victoria va...”. La imagen del Reinado que hoy ostenta Cristo es la del pastor que lleva en sus hombros la oveja descarriada; y es, al final de su vida, la del exaltado en la cruz, que, como la serpiente del desierto, proporciona la curación a quien le contemple.

La 1ª lectura de la Misa de hoy recoge el testimonio del profeta Ezequiel. Este proclama la palabra del Señor, quejoso de los malos reyes que iba teniendo el pueblo de Israel, y dice “Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas”, las reuniré, las libraré y las apacentaré. Buscaré las ovejas perdidas, haré volver a las descarriadas, vendaré a las heridas y curaré a las enfermas. A las demás, también las apacentaré de modo adecuado. Al final, ese Rey juzgará entre unas y otras.

El Evangelio escenifica lo que acontecerá en el juicio final. El Señor pondrá a unos a un lado y a otros al otro lado. La razón de ocupar ese sitio radica en la atención o desatención que las personas hayan tenido respecto de Cristo. Jesús se muestra como un hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo o encarcelado. Los unos le asistieron, mientras que los otros le negaron la ayuda requerida. Al cuestionarle cuándo le echaron una mano o más bien le rechazaron, Jesús responde que cada vez que lo hicieron con sus hermanos más necesitados, se lo hicieron a él.

San Pablo contrapone la obra de Adán a la acción salvadora de Cristo. Adán pecó, y por su pecado, entró la muerte en el mundo. Por el contrario, merced a la obra salvadora de Cristo, todos volverán a la vida. Cierto que cada uno accede a ella en su puesto: Cristo, como primicia; después, los cristianos, una vez que Cristo vuelva glorioso; y finalmente, el resto, cuando Cristo haya devuelto su Reino al Padre, y este haya puesto a sus enemigos como estrado de sus pies, de modo que Cristo reine. El último enemigo aniquilado será la muerte.