Crónica negra de Santiago

El taxi como único testigo de quince puñaladas por 20.000 míseras pesetas

Crimen
Susana Martínez
Protesta. Concentración de taxistas en la Plaza del Obradoiro de Santiago en repulsa y denuncia del crimen de Ordes Foto: ECG/Archivo

Santiago es una ciudad tranquila, a pesar de contadas ocasiones en las que las personas han mostrado una cara que no estamos acostumbrados a ver. Fue una de estas ocasiones que avivó el miedo de los habitantes de Compostela a pocos meses del comienzo de un nuevo milenio.

El protagonista del fin de la calma de la ciudad fue un taxista, José María García Corral, al convertirse en una víctima de un brutal crimen, que se gestó en Santiago y se perpetró en Ordes, eso sí, ambos ejes compartieron el mismo espacio, de inicio a fin: el taxi que conducía la víctima. García Corral, de 55 años, estaba soltero y vivía con su madre y sus hermanos. Sus compañeros lo pudieron ver por última vez tras la medianoche de ese sábado de febrero de 1999. Era una madrugada fría, como acostumbra a esas alturas de año, cuando salió de la parada de taxis de la praza Roja, en el centro de Santiago. Una noche más, un servicio cualquiera, lo llevaría a perder la vida sin más motivo que la maldad de un joven que no conocía el no por respuesta.

En esos momentos, el hombre llevaba en su coche a cuatro jóvenes clientes; labor rutinaria que marcaba sus servicios nocturnos: llevaba y traía a a todos aquellos que salían, y que, por necesidad, incapacidad o cualquiera que fuese el caso, volvían a sus casas tras una larga noche de celebración.

Sin embargo, este no sería su último cliente, la noche era larga, y el último servicio que realizaría sería, realmente el último trayecto que conduciría en su conocido mercedes blanco. Sobre la una de la madrugada, un hombre irrumpió completamente ensangrentado en un bar, en pleno centro de Ordes. Era José María García Corral, quien no consiguió mantener las pocas fuerzas que le quedaban para pedir auxilio, cayendo, desplomado al suelo.

José María era un profesional de sector, quien curtido en su trabajo y en las desavenencias que de el se pueden derivar, ya había sufrido un atraco hacía varios años y se volvió a encontrar de lleno con la mala suerte, o por lo menos, con la maldad.

El 20 de febrero de 1999 el hombre, fue cosido a puñaladas dentro del taxi por un cliente, Manuel Antonio Prado Rivero, un joven toxicómano de 25 años.

Todo este terrible desenlace se inició a medianoche cuando, un joven, haciéndose pasar cliente le pidió que le llevase a Ordes, escondido bajo una normalidad, conocida por el taxista. Todo encajaba en una cotidiana jornada que le guiaría a una localidad conocida por su marcha nocturna. Sin embargo, el joven ocultaba otro motivo en su viaje.

EL CRIMEN. Prado Rivero, siendo la única persona que conocía el posible desenlace, le ordenó a García Corral que tomase la calle de A Igrexa, amparado por la oscuridad y la soledad de la zona, era el lugar escogido para actuar, libre de miradas indiscretas, donde únicamente, existía un testigo mudo de lo que en escasos minutos iba a producirse, el propio taxi .

Dentro de esa penumbra, con una luz lejana de las farolas de las carreteras principales que, con dificultad, llegaban a verse en la lejanía, y ante la mirada del taxista, el joven sacó un cuchillo con una hoja de 20 centímetros que llevaba consigo, y que le colocó a la víctima en el cuello. Carente de escrúpulos y muy seguro de sí mismo, le exigió al taxista un pago a cambio de la vida, pero el hombre, lejos de aceptar, negó la entrega de la cuantía solicitada por el asesino. El joven, dentro de ese Mercedes blanco, sin conocer ni querer aceptar cualquier tipo de negativa frente a sus deseos, decidió clavarle el cuchillo en repetidas ocasiones. En un principio, los informes iniciales hablaban de más de doce, aunque posteriormente la autopsia confirmaría el número de 15 navajazos. No es el número si no la intención de matar, pues al joven la vida de los otros parecía no importarle, ni su historia, ni sus necesidades.

La víctima recibió puñaladas en la zona pectoral, el vientre y el cráneo, afectando a zonas vitales como el hígado y el pulmón. A pesar de esto y solo con la fuerza del que sabe que va a morir pero no lo acepta, el taxista consiguió abandonar su taxi, el que tantas veces le había acompañado, para pedir ayuda; sin embargo, sería la última vez que el motor del mercedes blanco hubiese sonado al activar el contacto con su llave.

El hombre se desplazó, a duras penas, a altas horas de la madrugada de un día frío, y oscuro, con un silencio en el ambiente que parecía cómplice de un brutal asesinato. Consiguió entrar en un bar, con los pocos rezagados a los que su casa, que parece caerles sobre los hombros, terminaban las últimas copas de un 20 de febrero de 1999. Fue en ese momento, cuando ante la mirada incrédula y, probablemente alarmada de los clientes del local, se desplomó, sin decir absolutamente nada.

El taxista, terminó falleciendo a causa de las heridas en el hospital, debido a un shock hipovolémico, como si hubiese luchado por sobreponerse a semejante ataque, y sin embargo, pese a todos los esfuerzos, falleció. Según se establece en la sentencia a la que se tuvo acceso, la acción del asesino fue realizada de forma rápida e imprevisible, ayudado por el pequeño espacio del vehículo, en el que se encontraban víctima y verdugo. Así, aprovechando la vulnerabilidad del trabajador, y en un alarde de cobardía, decidió quitarle la vida a este hombre

Se valió de todos los recursos que estaban en su mano, un arma blanca, una zona silente, y la vulnerabilidad de una víctima que tan solo, esperaba finalizar su turno, para volver a casa con su familia. Dentro del orden cronológico de unos hechos sombríos que ojalá no hubiesen tenido lugar, tras la brutal agresión llevada a cabo por el joven, este se dio a la fuga, consciente del posible crimen, y llevándose consigo el monedero del trabajador, donde se encontraban 20.000 pesetas, además de su vida. Lo único que dejó en aquel taxi, fue el recuerdo de un hombre, normal y corriente, pero una vida entera.

Según se indica en el documento del juicio, el asesino padecía una adicción a las drogas desde los 16 años de edad. Con todo, el acusado, el día 11 de marzo de 1999 y sin conocer las pistas ni el desarrollo de la investigación se presentó en las dependencias policiales de Santiago , reconociendo ser el autor del asesinato.

INFORME FORENSE. Según el informe del médico forense no existían pistas, ni justificaciones por trastorno mental que propiciasen el asesinato, únicamente la férrea voluntad de conseguir su propósito, una egoísta misión en la que no existía nadie más que él y su proveedor. Estaba bajo el síndrome de abstinencia, según indicaban los informes forenses de la causa. Además, tras varios análisis de diversos tipos, se concluyó que el asesino no había consumido drogas que hubiesen intervenido en su intelecto, voluntad o comportamiento a la hora y en el día en el que García Corral había perdido la vida a manos de Prado, un joven, que no dudaría en repetir un crimen semejante, guiado por el ansia de conseguir cualquier cosa que se le pasase por la cabeza.

Ante esto, y a pesar de los recursos interpuestos para que este se considerase como la atenuante su característica de drogadicción, este aspecto se desestimó en el juicio y se probó la alevosía en el crimen, es decir, la intención de matar y hacer daño, descartando el homicidio. Pero, ¿existía una motivación? El asesino mostraba una intención clara, el móvil del crimen fue el robo. Por este motivo, se le impuso pena de 7 años y seis meses de prisión considerando las circunstancias atenuantes y, en particular, la de arrepentimiento espontáneo. Derivado de este criterio, también preside la imposición de una pena de un año y nueve meses por el delito de robo. Entrando en la cárcel con el objetivo de cumplir su pena, este lejos de arrepentirse de un pasado cruel para otros, que no para él, volvería a repetir la historia, con diferentes protagonistas.