‘Ero de Armenteira’, seudónimo de Álvaro Ruibal Carballal, periodista compostelano de proyección española

José Carro Otero

Un libro publicado por la Universidad de Santiago el pasado 16 de enero que lleva por título Álvaro Ruibal. Un retablo desde el alcor, es decir visto desde lo alto, explica en 33 artículos subscritos por otros tantos autores de renombre, quién era el personaje, enjuiciado en otras tantas facetas de su personalidad.

Nacido en Compostela el 22 de junio de 1910 y fallecido en Barcelona el 16 de enero de 1999, dedicó todos los años de su vida, posteriores a la “guerra civil española” de 1936-39, acontecimiento que truncó sus estudios madrileños en la carrera de Arquitecto, a una intensa y variada actividad periodística que expresó en distintos medios de comunicación, revistas y periódicos: Destino; La Vanguardia, ambas de Barcelona; EL CORREO GALLEGO; La Noche y el Ideal Gallego, los tres de nuestra tierra y otros muchos entre los que se encuentran Gaceta Ilustrada; Jano; El Ciervo; La Revista; El Sol, etc...

Importa destacar que fue Director de “Destino” entre los años 1942-44 y que trasladado permanente a Barcelona en 1961 mantuvo una “columna” diaria en La Vanguardia.

Caracterizado, físicamente, por su aspecto pulcro y elegante, luciendo gabardina y sombrero impecables, gustaba de redactar las noticias con precisión de contenidos y aire intelectual, dominando el lenguaje. Era escéptico y huidizo; le gustaba el fútbol sencillo, el que ofrecían los equipos de 3ª división; gran lector, para estar informado culturalmente; era buen conversador, en general y disfrutaba mucho con las anécdotas, en particular.

Por esta última deducción suya tuve la oportunidad de conocerlo, en mi infancia pues concurría con frecuencia a una tertulia diaria que, sin que nadie la preparara se formaba diariamente en el comercio de ultramarinos que tenía mi padre en la Plaza del Toral, nº 6, entre las 13:00 y las 14:15 horas +/- y a la que, por tratarse de ser aquella una casa cuya familia había dado cinco médicos y un sacerdote-historiador.

Todos muy relevantes en sus profesiones y de espíritu europeísta, cuyos idiomas hablaban todos, “esperanto” incluido, en aquella época de la primera mitad del siglo XX, atraían una rica concurrencia de contertulios entre los que recuerdo a los siguientes: sacerdote-prehistoriador Jesús Carvallo, quién fundó el importantísimo “Museo Arqueológico de Santander”; Dr. Valentín Matilla, Secretario Perpetuo de la Real Academia Nacional de Medicina; Walter Starkie, simpático irlandés que estableció en España el British Council, en la década de 1940; Kingsley Porter, profesor de Harvard, mundialmente reconocido en el estudio del románico; Walter Muir Whithill, medievalista también de Harvard, a quien se debe, ayudado por Jesús Carro, la transcripción del “Codex Calixtinus”, etc.

En inmediatez ibérica concurrieron también a la tertulia personalidades intelectuales no menos importantes como Sánchez Cantón, director del “Museo del Prado” y Presidente de las Reales Academias Españolas de la Historia y de Bellas Artes; Otero Pedrayo, geógrafo y polígrafo; Cuevillas, figura distinguidísima en el estudio de la Prehistoria gallega; Vicente Risco, pequeño de cuerpo pero grande en inteligencia, autor del libro Mittel Europa, expresión de los sabios gallegos que habían enriquecido su visión de la “matria”, con estudios en el extranjero.

Además de Paulino Pedret, Catedrático de Derecho Canónico en la Universidad de Santiago; Bouza Rey, historiador exitoso en tantas materias; Cordero Carrete que guió, como Secretario General, el “Instituto de Estudios Gallegos Padre Sarmiento” del CSIC, durante sus tres primeras décadas; Pedro Pena Perez, discípulo de Novoa Santos, Catedrático que fue de Patología Médica, Decano de la Facultad de Medicina y Vicerrector de la Universidad de Santiago; Victoriano García Martí, siempre vestido de manera impecable con abrigo gris y sombrero del mismo color, que me recordaba mucho, por su aspecto, a Álvaro Ruibal. A él se debe una excelente edición de la Obra Completa de Rosalía de Castro, de la editorial Aguilar, ...y tantos otros.

A D. Álvaro Ruibal le gustaba hacerse llamar “Ero”, atraído por la leyenda del monje de ese nombre, fundador y Abad del Monasterio de Armenteira (municipio de Meis – Pontevedra) quien a mediados del siglo XII y en un paseo de oración por los alrededores del Monasterio quedó embelesado por el canto de un pájaro durante 300 años y cuando regresó al mismo no fue, obviamente, reconocido por los monjes. Tal milagro figura en la “Cantiga 103” de las que escribió Alfonso X El Sabio, titulada “quien a la Virgen bien servirá al paraíso irá”.

Nuestro biografiado sentía especial admiración por determinadas personalidades coetáneas, entre ellas y de manera especial por José Mª Castroviejo. El, a su vez despertaba el mismo sentimiento en otras, algunas de ellas posteriores que no llegaron a conocerlo.

Expresión de ello son los 23 autores que escribieron textos laudatorios en el libro, cuya publicación motiva el presente artículo y de las que destacamos a Borobó, seudónimo de Raimundo García Domínguez, que tanto tuvo que ver con los periódicos EL CORREO GALLEGO y La Noche y de cuya mano yo mismo, siendo un muchacho, publiqué mi primer artículo periodístico en El Correo, de 30-11-1962, con el título Hace hoy un año que murió el Padre Carvallo. Sacerdote y prehistoriador compostelano que introdujo la espeleología en España.

Ruibal dejó escritos seis interesantes libros sobre sucesos del tiempo que le tocó vivir. Fueron: Los pueblos y las sombras (Editorial Planeta); El tiempo retenido (Plaza-Janes); León (Destino); Ida y vuelta a Lérida (Caliu); Viveiro y a mariña (Estabanon) y Gente de paso (Sotelo Blanco).

Entre otras distinciones D. Álvaro recibió el importante premio “Godó Lallana” de Periodismo, 1973.

El pasado uno de enero la familia de nuestro biografiado, representada por Álvaro Ruibal Morell, formalizó la donación de su “Biblioteca” y su “Archivo” a la Universidad de Santiago, para incorporarlos a sus fondos análogos. Son unos 6000 volúmenes de contenidos literarios, etnográficos, ciencias de la comunicación y obras literarias, fundamentalmente.

Donaciones similares se produjeron en las últimas décadas sobre todo de “Bibliotecas Médicas” entre las que destacamos las que pertenecieron a los prestigiosos doctores y profesores Baltar Cortés, Baltar Domínguez, Jorge Echeverri y Pena Pérez.

¡Quedaron en buen sitio y con utilidad social. Que cunda el ejemplo!