Gloria al cordero degollado

Firmas
José Fernández Lago

LOS HOMBRES tenemos la tendencia a reconocer a quien ha alcanzado un puesto de honor. No es común el fijarse en las motivaciones que le llevaron a lograr esa categoría. En cambio, con criterios cristianos daremos importancia a quien, a base de esfuerzo, y por querer ayudar a otros más necesitados, han alcanzado altas cotas. El ejemplo de Cristo es ese: sirvió a la humanidad, como cordero que borra nuestras culpas, y fue llevado a la muerte, pero el Padre lo resucitó.

La 1ª lectura de esta tarde y de mañana, del libro de los Hechos de los Apóstoles, da cuenta del interrogatorio del Sumo Sacerdote a Pedro y Juan, por haber dado testimonio de Jesucristo. Los Apóstoles replican que cumple obedecer a Dios antes que a los hombres, y que ellos son testigos de que Jesús pasó por la vida haciendo el bien. Lo crucificaron, pero el Padre lo resucitó, como testifican ellos y el Espíritu Santo. El Sanedrín manda azotarles y dejarlos libres. Los Apóstoles se alegran de sufrir por Cristo.

El libro del Apocalipsis presenta en una visión celestial al Cordero degollado como digno de recibir el poder y la gloria, por los siglos de los siglos. Y todos los que allí estaban, se postraron ante él.

El Evangelio según San Juan muestra una aparición de Jesús a algunos de los Doce junto al lago de Tiberíades. Pedro va a pescar, y los otros se le suman. Aquella noche no cogieron nada. Jesús les dice que echen la red a la derecha del barco, que encontrarán. Pedro hace caso y recoge una gran multitud de peces. Entonces reconocen que es Jesús, y, cuando van a tierra, él estaba haciendo brasas para prepararles algunos peces. Al terminar de comer, Jesús le pregunta a Pedro por su amor; y, al decir que le ama, le manda pastorear sus corderos y sus ovejas: en fin, a todas las personas.