Crónica negra de Santiago // Un singular reloj de oro perdido, una vaga descripción y una larga lista de antecedentes policiales dan con el asesino de un crimen rápido que tuvo como únicos testigos a un perro, a un ladrón y a la oscuridad de las naves industriales de Romero Donallo, 90

La noche presenció el crimen de un vigilante en el barrio de Pontepedriña

Susana Martínez
Escena del crimen. Restos de sangre de Antonio Golpe Calaza tras ser asesinado durante una de sus guardias como vigilante en Pontepedriña Foto: ECG

El cadáver de un hombre fue encontrado a primeras horas de la mañana del 10 de octubre de 1984 en las inmedicaciones del ferrocaril, en Pontepedriña. Tenía el cráneo destrozado y presentaba señales de haber sido agredido con un objeto contundente. El hombre se llamaba Antonio Golpe Calaza, tenía 64 años de edad y era natural de Irixoa y vecino de Santiago. El fallecido, que estaba casado, llevaba dos meses y medio como vigilante nocturno de varias empresas industriales ubicadas en Romero Donallo, 90. El cuerpo de la víctima se encontraba tendido en la calzada del callejón privado donde prestaba sus servicios, en concreto, en la zona propiedad de Francisco Gómez, una de las empresas que le había contratado.

El cadáver fue encontrado por varias empleadas de la fábrica. La imagen que dejaba el cuerpo sobre un gran charco de sangre fue definida como “indescriptible”. El silencio dominaba por encima de los posibles escabrosos detalles que podían comentarse en los bares o en las tiendas.

Uno de los propietarios de las empresas citadas fue quien notificó, telefónicamente a la Comisaría de Policía, sobre el triste suceso que había tenido lugar en el callejón de su propiedad.

Los empleados de los talleres, según iban llegando a sus trabajos presenciaban atónitos el espectáculo que presentaba el cadáver tendido en la calzada. Algunos de estos empleados no conocían a la víctima, otros sabían que no tenía vicios. Otros comentaban a esta cabecera que le saludaban al marchar de su trabajo por la tarde, que era cuando Antonio se incorporaba a su oficio de vigilante.

Un hombre trabajador. Muy próximo al lugar, se encontraba una perra, al parecer de la víctima, que por su bondad más que vigilar le acompañaba en su ronda nocturna. Antonio Golpe Calaza era descrito como un hombre introvertido, de mediana estatura y con una complexión no demasiado fuerte. Había trabajado en otro tiempo como peón de albañil, oficio que era el que realmente le gustaba.

Ante la crisis de la construcción tuvo que dejar de trabajar y pasó, como otros, del sector a la lista del paro. Después de buscar durante meses un trabajo alternativo, le avisaron de este trabajo como vigilante de cinco empresas. Sin embargo, el oficio no le convencía, especialmente por el horario de la jornada y por el peligro potencial que suponía ser el encargado de velar por la seguridad del recinto. Pero los tiempos no eran buenos y de algo había que vivir.

La misión que el hombre debía realizar cada día era la de abrir el portalón para dar acceso a los camiones que estacionaban dentro del recinto, e incluso, algún vehículo privado de las empresas para las que trabajaba. No llevaba encima ningún tipo de arma, ni blanca, ni de fuego. Nada con lo que defenderse.

Iba siempre acompañado de una perra, de aspecto cariñoso, que había retirado de la perrera municipal cuando empezó a trabajar por la noche. Según comentaron los que le conocían, el animal “le hacía más bien compañía que otra cosa”.

Una triste escena los involucraría a los dos. Cuando llegaron los empleados de los talleres por la mañana, encontraron a la perra atada con una camiseta a una caseta que se encontraba en el margen izquierdo del portalón. No ladraba, solo miraba para el suelo donde a escasos metros yacía su compañero tendido en medio de un reguero de sangre frente a la nave de los talleres Unión.

UN FORCEJEO. Detrás, en el aparcamiento entre dos camiones Pegaso, había un cambio de escena que daba pistas sobre el encontronazo de Antonio Golpe con su asesino o asesinos.

En ese punto había otro reguero de sangre. Todo parecía indicar que esa sangre no era de Antonio, si no de uno de los atacantes. Los dos tipos de sangre dejaban la huella de otro herido que se había dado a la fuga, abriendo también la posibilidad de que la víctima hubiese forcejeado con su asaltante.

Pero en ese proceso, Antonio Golpe también fue herido con un objeto cortante. Según se pudo saber, la víctima presentaba heridas de arma blanca en un costado y cuello, lo cual no descartaba que unos 50 metros más lejos, lo terminasen de asesinar con una barra de hierro, destrozándole el cráneo y causándole la muerte.

En la mitad del callejón aparecieron unas barras de hierro ensangrentadas, pero ni rastro del objeto punzante. El crimen se produjo en el medio de una oscuridad cerrada. En ese callejón se veía a duras penas y un solo punto de luz, con una bombilla fundida, creaba un ambiente propicio para el crimen, o por lo menos, para los juegos de los criminales.

Desde un inicio se barajó el robo como móvil del crimen. Algunos de los empleados denunciaron la falta de dinero en metálico tras esa noche.

Pero no solo eso , la víctima presentaba todos los síntomas de haber sido robado. Los bolsillos de su chaqueta se encontraban además de vacíos, vueltos hacia fuera. Esto permitió comprobar que el móvil había sido el robo por parte de la Brigada Judicial, que tuvo que intensificar las investigaciones por la desaparición del reloj de la víctima.

Además, las barras de acero que tenían un peso de 12 kilos cada una, llevaron a los investigadores a centrar las pesquisas en supuestos agresores que presentasen una complexión fuerte, además de no descartar “cacharreiros”, drogadictos y delicuentes habituales de toda el área metropolitana.

La policía llamó a la esposa de la víctima para que indentificase los objetos personales de Antonio Golpe, entre los que faltaba su reloj de pulsera, además de la linterna como parte de su grupo de herramientas de trabajo.

La búsqueda del reloj perdido se había convertido en una odisea. Era muy complicado encontrar a alguien que cumpliese todos los requisitos para ser el asesino y que además, estuviese en posesión de un reloj de oro de la marca “Bassel”.

Pero los esfuerzos en el caso eran muchos y, tras quince días de continua investigación, la búsqueda y detención culminó con la detención de un delincuente habitual que respondía, en un principio, a un individuo de complexión fuerte.

EL CAMINO HACIA EL ASESINO. Comenzaron a averiguar las costumbres de cuatro o cinco sospechosos que respondiesen a las mínimas características que se le suponían al autor del crimen. De complexión fuerte para poder empuñar las barras de hierro que en un principio se le atribuía a dos hombres, y por otro lado, no muy buen delincuente pues, de ser así, se hubiese deshecho del reloj de oro antes de los quince días que ya había pasado.

Pero la pista del reloj se difuminaba en el tiempo ya que ese tipo de marca, ya no se fabricaba en aquel año. Sin embargo, esta desventaja ayudaba a dar una pista más certera, quien fuera que lo tuviese en el cículo de delincuentes compostelano, tenía muchas más papeletas de ser el asesino.

Así, descartando a varios delincuentes habituales se consiguió detener a Rafael Pacheco, un acusado de violación y con antecedentes por varios delitos contra la propiedad. De hecho, dos días antes había sido puesto a disposición judicial, acusado de haber violado a una mujer en O Pombal, a la que causó diversas lesiones. Fue puesto en libertad y aún no había regresado, hasta que el día 26, dos días después de esto, fue detenido por el homicidio del industrial.

Durante el tiempo que estuvo detenido, este individuo había intentado en varias ocasiones desprenderse de un reloj que llevaba puesto y que sorprendió, en una de ellas, a un agente policial.

Uno de los factores que facilitaron la comprobación e identificación del reloj como el de la víctima fue, precisamente, el protocolo de retención de los objetos personales que llevaba consigo el sospechoso. Fue así como se permitió establecer una relación y se procedió a la detención en el domicilio del homicida.

El sospechoso, de 32 años y con domicilio en el barrio de Vidán, pasó a diposición judicial el domingo 28 de octubre. El comisario compostelano Ortega Peñamaría, confirmó en rueda de prensa que el móvil del hecho había sido el robo , a pesar de que el único botín conseguido había sido el reloj, una linterna, un mechero “Bic” y un paquete de Ducados. El delito del que se acusa a Pacheco Albor es de robo con homicidio, por lo que la pena que se barajaba era de entre veinte años y un día y los treinta años de reclusión.

EL JUICIO. La vista oral contra Rafael Pacheco Albor, acusado del asesinato de Antonio Golpe con una barra de hierro, se celebró La Sala Segunda de la Audiencia Provincial de A Coruña. Tanto el abogado defensor del procesado como el ministerio fiscal, que habían adminitdo desde un inicio la autoría en manos de Pacheco, centraron sus conclusiones definitivas en la personalidad del individuo quien había sido ingresado en ocasiones previas en varios centros psiquiátricos.

CON UNA SENTENCIA EN CONTRA. Por este motivo, intentaron analizar las posibles causas para el crimen, especialmente centrándose en la probabilidad de que, en el momento del homicidio, el acusado se encontrase bajo los efectos del alcohol, pudiéndole producir un desequilibrio emocional y cognoscitivo.

El juicio duró dos largas horas. A él acudió la madre de Rafael Pacheco. La mujer, al ver a su hijo acusado de homicidio, no pudo contener las lágrimas. Ante esta fotografía de la realidad del crimen, la fiscalía solicitó 30 años de reclusión mayor y tres millones de pesetas de indemnización para la viuda de la víctima.

Por su parte, el abogado defensor solicitó seis años y un día de prisión por concurrir la eximente completa de trastorno mental. El juicio quedó visto para sentencia el 8 de mayo de 1986.

Tras la valoración de los diferentes indicios, pruebas materiales y testificales, La Sección Segunda de la Audiencia Provincial de A Coruña, decretó en contra de Rafael Pacheco Albor, como autor del crimen del industrial, una condena de 28 años de reclusión mayor, además de una indemnización de tres millones de pesetas a la viuda de la víctima, Antonio Golpe.