La salvación de Dios

Firmas
José Fernández Lago

EL SER HUMANO abandonado a sus fuerzas trata de asegurar lo que tiene, de suerte que no repararía en permanecer en esta tierra aun cuando no se encuentre demasiado bien. Otra cosa sucede con quien escucha la palabra divina y se abre a la gracia que el Señor le ofrece. Cuando se es consciente de la acción de Dios a favor del hombre, este tiende a proclamar, con el salmista, “tu gracia vale más que la vida”...

La 1ª lectura de la Misa de esta tarde y de mañana nos muestra el anuncio que realiza el profeta Isaías en nombre de Dios: abre camino en el mar, envía sus tropas para luchar contra el enemigo, y hace todo nuevo. La acción divina llega a abrir un camino por el desierto y hace que surjan ríos en el yermo, para saciar la sed de su pueblo, el que él ha creado y guía.

San Pablo les dice a los Filipenses que todo lo estima pérdida, comparado con el conocimiento de Cristo. Por él lo perdió todo, y todo lo considera basura, para alcanzar una justicia que no viene del cumplimiento de la Ley mosaica, sino de la fe en Cristo, para conocerle, morir con su misma muerte y resucitar, como él resucitó. Aunque goza de ese premio, prometido por el Señor, prefiere caminar como si no lo tuviera, en espera de esa gloria a la que el Señor nos llama desde arriba, en Cristo Jesús.

El Evangelio nos presenta el episodio de la mujer adúltera, que los letrados y fariseos le llevaron a Jesús, pidiéndole que se pronunciara en torno a lo que procedía hacer con ella. Ellos le recordaron que la Ley mosaica la condenaba a morir lapidada. Jesús calla y escribe en la tierra, hasta que les dice: Quien esté sin pecado, que le tire la primera piedra. Todos se van yendo, y Jesús tampoco la condena: le ofrece en su lugar la salvación de Dios.