“La sociedad, en su conjunto, es un cuerpo vivo que puede trastocar todas las injusticias”

Ayuda humanitaria
Brais Fernández

¿Qué fue lo que se encontró en su llegada a Brasil?

Estuve en Açailândia, un municipio que cuando llegué tenía trece años de constitución, fruto de las migraciones internas por el paso del ferrocarril desde la mina de hierro de Carajas hasta el puerto de San Luis. En él nos encontramos todo el conjunto las miserias e injusticias humanas concentradas en tan sólo cien kilómetros cuadrados.

¿Cómo se pudieron organizar para iniciar esa lucha?

Una de los primeros objetivos fue erradicar el trabajo esclavo, un problema del que teníamos conocimiento por el obispo Pedro Casaldáliga, quien lo denunció por primera vez en 1976. Para ello, gracias a Manos Unidas, que nos apoyó económicamente y con su magisterio, organizamos el proyecto. Al inicio, cogíamos el coche, nos íbamos por el interior del mato (lo que queda de la selva) y allí nos encontramos de frente con esta problemática.

¿Qué solución les aportaron?

Vivimos con ellos y comenzamos a hacer denuncias. Conectamos con el Ministerio de Trabajo, se crearon los Equipos Móviles de Fiscalización, unos auténticos héroes de Brasil y fuimos acogiendo a los trabajadores que denunciaban. Los escuchábamos, los atendíamos físicamente, porque venían heridos de los capataces y hacíamos las denuncias. Todo ello fue creciendo hasta el punto de sacar a 15.000 trabajadores del esclavismo.

Con todo, ¿su proyecto fue a más?

Así es. Nos dimos cuenta que teníamos que trabajar con niños, jóvenes y las mujeres, que son los reproductores de esos comportamientos. Con el arte al servicio de una cultura libertadora, a través de la danza, el teatro, la capoeira o la pintura atraíamos a los menores (se llegaron a juntar 5.000 en el centro) y a través de sus manifestaciones artísticas íbamos por los barrios contando lo que estaba pasando.

Asimismo, recibían una formación y les aportábamos un valor, un trabajo que también hicimos con mujeres y que dio resultados muy importantes. Esos niños, ahora con 30 años, quedaron como relevo, cuyo trabajo sigue apoyando Manos Unidas.

En esa labor que siguen realizando, ¿se ha apreciado un retroceso social en el país en los últimos años?

En el Centro está prohibido el tema partidista, pero si es cierto que la situación de Brasil empeoró mucho con el gobierno actual. Es tan grave que se teme que vuelva una dictadura. Según un último informe de Amnistía Internacional, con los datos del Fondo Brasileño de Seguridad Pública, el 79,1 % de las personas que murieron a manos de la policía eran negros; el feminicidio aumentó en 14 de los 26 estados de marzo a mayo de 2020 (respecto al mismo periodo anterior); el área devastada en 2019-20 (en comparación al previo) es el 9,5 % mayor; y en dos años se devastó una extensión de terreno semejante a Bélgica.

Lo más grave es que Bolsonaro niega esto. Niega el covid, que las mujeres estén siendo asesinadas y quitó la Secretaría de Estado de Defensa de la Mujer; o niega las quemas del Amazonas, echándole la culpa a los indígenas. Las mentiras que se están contando y la persecución de los defensores de los derechos humanos y medioambientales es criminal.

Además, acabó con todos los programas de ayuda al hambre que había. Por ello, instituciones como la nuestra, quedaron sin financiación alguna, volviendo a la casilla de inicio. Cuando me marché en 2010, el 90 % de la aportación era de programas del Gobierno brasileño, pero se quitaron todos. Toca reconstruir el proceso y conseguir que el pueblo se empodere y vuelva a ser protagonista de su historia para luchar contra los crímenes que están pasando en Brasil. La situación es de una gravedad llamativa, pero hay una esperanza: que esto señor se vaya en las próximas elecciones y que venga otro que recupere la esperanza.

Por ello, ¿la labor de entes como Manos Unidas es más vital?

Eso es. Todo lo que se diga de esta organización es poco. Tengo cuatro hijos y tres de ellos también se han dedicado a la cooperación. Estuvieron en Mozambique, y allí me encontré a Manos Unidas, estuvieron en Sudán, y allí me encontré a Manos Unidas, en Etiopía, y allí me encontré a Manos Unidas, en Palestina, y lo mismo. En todos los sitios donde mis hijos y yo estuvimos, Manos Unidas apoyaba los proyectos de desarrollo de las personas. Para mi es muy importante resaltar que a todos los socios y que colaboran con Manos Unidas, que tengan muy claro que cada euro tiene un destino, y no se escapa nada, porque fiscalizan muy bien. Te ayudan, te apoyan, pero también te fiscalizan.

Esta historia vital que cuenta, ¿cómo es recibida por los jóvenes?

Hay algunos que lloran, se emocionan, otros que se preguntan qué pueden hacer ellos, pero la atención es tan grande que la reacción inmediata me da igual, porque el poso queda ahí. Mi pretensión no es tanto la reacción inmediata, que es fantástica, sino lo que pasará después, que será una elección libre, porque tiene que ser libre. Lo que vayan a hacer, que lo hagan con conocimiento de lo que está pasando, de quiénes son los culpables y qué hay que hacer para corregir esos errores de la humanidad.

Tras muchos años en Brasil, ¿qué España se encontró a su regreso?

La primera vez que vine de vacaciones fue en 1998 y cuando llegué, ya entonces, notaba un despiporre, una sensación muy chocante de un país de nuevos ricos. No sabía en qué desastre podía acabar, pero lo vemos ahora. Mucho es causa de la pandemia, pero mucho también de una mentalidad individualista, totalmente ajena al dolor y a la injusticia de lo que padece el otro. Cuando defiendes tu parcela pequeña, hay un sistema que actúa en otra dirección, en apropiarse de la riqueza.

La concentración de capitales en España, y en el mundo en general, está condenando a millones de personas. Volvemos a ver hambre infantil, trabajo esclavo, así como situaciones que creíamos que ya no se repetirían en España. La concentración de capitales en manos de doscientas familias es una injusticia tan flagrante que no sé cuánto aguantaremos.

¿Cómo se puede luchar ?

El lema de Manos Unidas es “nuestra indiferencia nos condena al olvido”, ese es parte del crimen de mirar hacia otro lado, de ese crimen que condena a la indignidad, al olvido y a la muerte a cientos de miles de personas. Cómo es posible que en el alrededor de Madrid, en la Cañada Real, haya doscientas familias sin luz dos años después. ¿No tenemos capacidad como sociedad para arreglar ese problema? Si la tenemos, pero no quieren. Están condenando a muchas personas a ser descartables, a que si se muere no pasa nada. Esa injusticia alguna vez tendremos que pagarla y no sé como acabará.

Suena a que no tenga esperanza, pero tengo mucha, porque millones de personas trabajan para revertir esta situación. Hay que poner el acento en las cosas que se están haciendo como efecto llamada y no en la porquería que nos están imponiendo para que estemos callados.

¿Considera que la pandemia ayudará en este sentido, en comprender la importancia de colaborar para alcanzar un fin mejor?

Nos tenemos que dar cuenta de que individualmente no somos nada y que en conjunto somos un cuerpo vivo que podemos trastocar las realidades. No se trata de que todos pensemos y digamos lo mismo, porque cada idea tiene cabida en esa transformación. En Brasil, en el centro, jamás se preguntó a nadie en qué creía, sino en lo que proponía. Esa red, en la que cada uno aportaba su grano de arena, fue lo que hizo grande al centro. Por eso, tenemos que juntarnos, no para condenarnos, sino para escucharnos y tener un latido que funcione. Tenemos que sumar voluntades, en vez de hacer chringuitos, capillitas o sectarismos. En definitiva, tenemos que primar la comunidad y los valores de la humanidad que queremos alumbrar.