Mayores y aisladas: la lucha de ‘las invisibles’ de la violencia de género

Cuarenta y dos mujeres fueron atendidas en el 2021 por la Policía Local de Santiago, tres de ellas eran mayores de 65 años // Un 25 % de las víctimas asesinadas por esta lacra en 2020 tenía más de sesenta y un años
Violencia de género
Julia Escobar
Las mujeres mayores son las grandes silenciadas cuando hablamos de violencia de género. Foto: M. Dylan

¿Quién se reconoce víctima cuando tiene 65 años o más? ¿Quién admite que ha recibido violencia en todas sus vertientes durante toda una vida o gran parte de ella, cuando siempre le han inculcado que era algo “normal”?

El estudio realizado por la Delegación de Gobierno para la Violencia de Género en el marco del Observatorio Estatal de Violencia sobre la Mujer y en cumplimiento de las medidas establecidas en el Pacto de Estado en Materia de Violencia de Género revela que las mujeres mayores, entre 65 años o más, un 40% de las encuestadas en este documento reconoce que ha tenido una vida en pareja en la que sufría violencia de género perpetrada por su marido, ya fuera a nivel físico, psicólogo, sexual y/o económico a lo largo de más de 40 años. Y un 27 % soportó esta situación entre 20 y 30 años.

¿Invisibilidad, miedo, vergüenza? ¿Qué palabra definiría mejor las distintas circunstancias de estas mujeres? Quizás ninguna fuera suficiente para el calvario vivido, o que siguen viviendo algunas en silencio. Además, el proceso desde que se pone la denuncia es largo y tortuoso, una mezcla que lo tiene todo. En esta investigación han participado mujeres de entre 65 y 83 años atendidas en el Servicio ATENPRO y en el Proyecto de Buen Trato a las Personas Mayores. Estas últimas participaron en la parte cualitativa y fueron seleccionadas porque habían estado, estaban o podían estar sufriendo violencia machista.

Antes de nada, se debe de entender el funcionamiento de la violencia de género y las distintas formas en las que se puede presentar, porque no son solo golpes. Existe la violencia física, que es la que nos suele venir a la cabeza, sin embargo también está la violencia económica, psicológica y sexual. Por ello, la psicóloga jurídico forense Tania Corrás explica que “se debe romper con la idea de que no puede haber violencia de género en relaciones de larga duración, en ocasiones la mujer no es consciente de su propia situación o no ha tenido acceso a recursos económicos o sociales para terminar la relación”. La invisibilidad es latente en los casos de mujeres de más de 65 años que son asesinadas por sus maridos y la familia no percibía ningún indicio de que el suceso pudiera llegar a ocurrir. Se trata de un perfil en el que encaja en torno al 25% de las mujeres asesinadas por violencia de género que en 2020 tenían 61 años o más.

La violencia puede tomar muchas formas, desde el aislamiento social y familiar en un matrimonio supuestamente feliz, hasta el chantaje emocional y en ocasiones con el peor final, el asesinato. La psicóloga Corrás relata que una víctima de violencia de género le declaró en primera persona cómo su propio marido la había llegado a prostituir, pero la víctima no llegaba a entender eso como violencia. A día de hoy, tanto desde el ámbito psicológico como desde los centros de información a la mujer reconocen que hay mujeres que relatan episodios de violencia sin ser conscientes de que lo son. Como portavoz del CIM de Santiago de Compostela, María Jesús Taboada Pérez cuenta a EL CORREO cómo una mujer mayor llegó al CIM hace unas semanas y le decía: “Él llegaba a casa y le tenía que sacar los zapatos, ponerle las zapatillas, tenerle la comida preparada a la una en punto; tenía que tener el plato puesto, servirle porque ella no se podía sentar a la mesa, mientras que él comía, ya que ella tenía que estar de pie sirviéndole, y cuando él acababa y se marchaba, ella podía comerse las sobras”. Esta mujer llevaba haciendo esto, todos los días, durante 40 años de su vida.

¿La justicia de nuestro país se encuentra con la capacidad de lidiar con este tipo de violencias tan silenciadas? Respondan esta pregunta al terminar de leer este reportaje, que se ha convertido en un micrófono para las invisibles por un día. Montserrat González como presidenta de ASOCIM y directora del CIM de Bueu considera que no, y de forma contundente dice que “las violencias que no se visibilizan, que no se ven, que no se comprenden, no existen, no están”.

González y Corrás, desde sus especializaciones, expresan que la falta de formación y el hecho de que hay que dotar de recursos a las instituciones hace ver un gran vacío. Además, la psicóloga quiere remarcar que “los recursos no es solo ponerlos, sino ponerlos de la forma que sean aprovechados, es decir a veces hay ayudas que llegan, pero llegan tarde. Por eso, es importante concienciar de que la atención psicológica tiene que darse en el tiempo y forma que es necesario para estos casos”. Todas las mujeres entrevistadas coinciden en algo: queda mucho por recorrer en violencia de género.

Desde los centros de información a la mujer ven como un primer paso el hecho de que estas mujeres sean conocedoras de que existen unos servicios especializados a los que pueden acudir y eso no implica ni obliga a la mujer a que deba de interponer una denuncia. La psicóloga jurídico forense explica que cada mujer tiene sus tiempos. Además, se debe de tener en cuenta que “no es lo mismo trabajar con una mujer que tiene unas altas cualidades de resiliencia o de crecimiento postraumático que una mujer que tiene el proceso todavía abierto, o que tiene inseguridad económica e incluso puede tener otros factores agravantes como choques culturales, etc”, precisa Corrás.

A su vez, Taboada cuenta que “el trabajo de reconstrucción a nivel psicológico de una mujer que ha sido víctima de violencia de género es largo, no es inmediato, no es decir pongo la denuncia y me libro de todo”.

Denuncia. Se debe de tener en cuenta que antes de poner una denuncia hay un proceso previo en la víctima: ¿el miedo, quizás? El miedo es una respuesta natural a una amenaza. Ahora bien, cuando esa amenaza ha sido continuada en el tiempo y ha puesto en peligro la integridad física y moral de la persona se “desarrolla un trastorno de estrés postraumático o un trastorno adaptativo a la realidad que vives”, explica la psicóloga Corrás. Respecto a la sintomatología que se puede presentar, encontramos esas sensaciones de estar en constantemente alerta, percibir múltiples estímulos como amenazas o sensación de angustia y miedo.

Aquí, es donde Corrás hace un llamamiento: “Los profesionales de la psicología clínico-sanitaria pueden trabajar junto a las víctimas para tratar esta sintomatología y recuperar calidad de vida”. A la hora de tratar con estas mujeres se debe de comprender el contexto que han tenido, es decir, su proceso de socialización se ha desarrollado en una cultura machista. Por ese motivo, “debemos comprender que cuando una mujer ha sufrido violencia crónica, puede tener el efecto contrario donde no se da una respuesta de miedo, sino de indefensión en la que no opone resistencia al agresor”, señala la psicóloga.

Desde el CIM de Santiago, Taboada lo ratifica relatando que “hay mujeres que están tan mal a nivel psicológico, que tienen la autoestima por los suelos, tú las ves y son incapaces de tomar cualquier tipo de decisión, ni para ellas, ni para los hijos”. Sin embargo, confiesa que hay algunos casos en los que, cuando la violencia es ejercida en los hijos, la mujer reacciona, porque “ellas soportan todo y son capaces de soportar todo, pero en cuanto ven que esa violencia se traspasa a sus hijos, muchas veces es el resorte que les hace dar el paso hacia delante, en muchas ocasiones”.

Si echamos la vista atrás, la Convención del Niño data del año 1989, y hasta ese momento no se reconocía internacionalmente al menor como sujeto de derecho, sino como una propiedad de sus progenitores. En estos casos, es común encontrar como la violencia física contra los hijos o como la presencia de la violencia hacia la madre tienen una alta incidencia. En el estudio realizado por la Delegación de Gobierno se revela que las mujeres con más de 65 años, en un 70% de los casos, sus hijos han presenciado algunas agresiones sufridas y el 19 % señala que a consecuencia de ello sus hijos han sufrido lesiones físicas graves.

Aunque se debe de mencionar que en nuestro país se ha tenido un gran avance, ya que la Ley Orgánica 1/2004 contempla a los hijos en su articulado, y posteriormente la Ley 4/2015, del 27 de abril, del Estatuto de la Víctima trata directamente la inclusión de los hijos e hijas como víctimas, hace no mucho fue cuando se empezó a proteger a estas mujeres, por ello se debe de tener en cuenta la situación en la que se encontraban respecto a sus hijos. A la hora de denunciar podían ser un freno, puesto que el agresor también amenaza a los descendientes, como se ve con la violencia vicaria. Además, ellas como madres y mujeres “pueden sentirse responsables por las consecuencias negativas que sufren sus hijos”, señala Tania Corrás. Violencias que se entrelazan, que se callan, que se temen, pero también se luchan.