Saciarse con el amor de Dios

Firmas
José Fernández Lago

están todavía en mi mente algunas imágenes que la impresionaron siendo todavía un niño. Percibía cómo, cuando llegaban a ciertos lugares aquellos tarros de leche en polvo u otras cosas que alguna Institución ofrecía para los pobres, cómo algunos que no lo eran tanto se aprovechaban de lo que se impartía para los más necesitados. Quizás esto sea algo que la gente con más posibilidades se tenga que replantear. No se trata de no ser tontos, sino de ser justos, respetuosos con lo que es para otros. Deberíamos todos promover el que las desigualdades se vayan compensando, de modo que sean cada vez menos.

La 1ª lectura de la Misa de esta tarde y de mañana, recoge una llamada del Señor a los que no tienen dinero, a acudir a las aguas salvadoras; y procurar el que se dé a esas personas necesitadas “leche y vino de balde”. Además de todo eso, que atrae a unos y otros, el Señor dice: “Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme y viviréis”. Es el Señor quien nos llama; es Él quien nos pide que le escuchemos, pues su palabra será para nosotros la fuente de la vida. Dios se compromete con nosotros a establecer una Alianza perpetua, y de llevar adelante su promesa, hecha en su momento a David.

El Evangelio de hoy presenta a Jesús retirándose en la barca para gozar de un lugar tranquilo y apartado. Sin embargo, al ver a una multitud, le dio lástima de ellos, y curó a los enfermos. Al ver que era tarde, los discípulos querían que Jesús los despidiera, pero él les dijo que debían darles ellos de comer. Ellos replicaron que no tenían más que cinco panes y dos peces. Entonces Jesús, después de mandar que se sentaran, pronunció la bendición, partió los panes y se los entregó para que los repartieran. Así lo hicieron y todavía recogieron doce canastos de sobras, cuando eran más de cinco mil.

El apóstol San Pablo, escribiendo a los Romanos, se refiere al amor de Cristo como algo de lo que nadie podrá privarnos: ni circunstancias terrenas ajenas al hombre, ni poderes superiores al ser humano: nadie podrá privarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.