CRÓNICA NEGRA DE SANTIAGO // Un encontronazo en un pub del Ensanche entre dos personas totalmente diferentes desembocó en el crimen de un joven a manos de un exdrogadicto apasionado de la novela ‘Crimen y Castigo’, que fue inspiradora para todos y cada uno de sus delitos

Una muerte en las Galerías Zafiro: conflicto entre dos polos opuestos

Crónica negra
Susana Martínez
Primera publicación del apuñalamiento de Manuel Montemuiño. Foto: ECG

Alrededor del las nueve y media de la noche de un 20 de noviembre de 1984, un joven compostelano ingresó en el Hospital Xeral en un estado de extrema gravedad. Estaba herido, presumiblemente por arma blanca, y perdía mucha sangre. El joven se llamaba Manuel Montemuiño Sampedro y había sido apuñalado en las galerías del edificio Zafiro, en un entonces conocido establecimiento de bebidas del Ensanche.

La víctima era conocido por ser un joven responsable, prudente y educado. A este respecto, la noticia cayó en la rúa do Home Santo, en donde vivía, como un jarro de agua fría. Nadie entendía por qué alguien iba a querer atentar contra Manuel.

La aguja rozaba las nueve de la noche, y el pub El Resaca aún no se encontraba lleno de gente como era habitual en aquella época. Así, poco antes de que ocurriese un terrible suceso, Manuel, cliente habitual, acudió como acostumbraba a este bar. El joven no estaba habituado a beber y tampoco en esta ocasión rompió sus hábitos. Manuel pidió un descafeinado y jugó algo más de veinte duros en una máquina tragaperras, un pasatiempo con el que ocupaba las horas.

Ese día tuvo la mala suerte de encontrarse con “un tal Nacho”, otro joven que solía frecuentar locales de la zona. El hombre, menos conocido por Ignacio Núñez Gutiérrez, iba acompañado de dos mujeres, una de ellas era su novia. Según relataba la prensa, Manuel Montemuiño hizo el ademán de abordarla, lo que fue el principio del fin de sus días.

Una inexplicable reacción se apoderó de Nacho, moviéndole a asestarle un navajazo en la parte superior del abdomen, justo debajo del esternón.

SALIÓ POR SU PROPIO PIE. La víctima tuvo tiempo de salir del pub situado justo en la esquina de las galerías que fueron testigo de peleas, borracheras y también de asesinatos. El joven, huyendo, alcanzó una de las salidas que desembocan en la calle Santiago de Chile, pero fue dejando tras él las huellas ensangrentadas de sus zapatos y un largo reguero de sangre, del que aún a últimas horas de aquella tarde era fácil divisar y reconocer su rastro tras ser limpiado.

Una persona rondaba en la oscuridad, totalmente ajena, y contempló la escena en un espacio de no más de tres minutos. Había pasado por delante de la puerta, y cuando volvió a pasar vio el cuerpo del joven y la sangre que advertía de una muerte cercana. Mientras, dos jóvenes se esforzaban por sacarlo de allí.

Del bar al hospital: sin luces y a golpe de claxon. El traslado del herido se había realizado, según informó este periódico, en un Citröen BX, propiedad de la víctima y con una tapicería que todavía olía a nuevo. El viaje lo realizó al volante uno de los camareros del establecimiento El Resaca, de acuerdo con la versión policial a la que tuvo acceso EL CORREO en su momento. El conductor era amigo del citado camarero al que expresamente la víctima de la agresión le había pedido que lo trasladase al hospital. Iban camino a urgencias, pero el viaje no fue tranquilo. Los acompañantes no conocían bien los mandos del vehículo, aunque tampoco se descarta que estuviesen en sus mejores condiciones, por lo que el recorrido lo hicieron a trompicones, sin luces y a golpe de claxon.

Pero la gravedad de las heridas que presentaba la víctima no ayudó a salvar al joven. Al llegar al servicio de urgencias, nada se podía hacer ya. Manuel Montemuiño había muerto.

La víctima de la agresión era muy apreciada por todos aquellos que le conocían, nunca se había visto implicado en reyertas ni en peleas callejeras. Su personalidad hacía que todo aquel que le conocía se sorprendiese más por las circunstancias del ataque, al margen de la propia agresión en sí misma en las galerías Zafiro.

Sin embargo, tampoco se demoró el hallazgo de la identidad del asesino. Era otro joven, de 25 años. Prácticamente el mismo día que falleció Manuel a causa de las heridas, su agresor se presentó en el Juzgado de Guardia y confesó el asesinato. Se trataba de otro vecino de Compostela, Ignacio Núñez Gutiérrez.

PRODUCTO DE UN ENFRENTAMIENTO. Según expresaron fuentes policiales, el asesino confeso explicó que el trágico incidente fue el resultado de un enfrentamiento que se inició al haberse propasado la víctima con una joven que acompañaba en aquellos momentos al agresor. Sin embargo, desde el inicio, el móvil del crimen no parecía claro. Era el único aspecto del suceso que no había resultado sencillo descubrir.

El asesino carecía de antecedentes penales, y no era conocido en las dependencias de los bajos del Palacio de Rajoy. Sin embargo, en círculos de la Policía Municipal se manifestó la impresión de que se desenvolvía en círculos complicados en el consumo de drogas.

Quienes le conocían le describían como una persona de conducta alterada, de reacciones imprevistas, pero en ningún caso capaz de asestar ninguna puñalada por las buenas. Hacía algunos años, Nacho había tenido problemas con las drogas, y existían sospechas de que aún mantenía cierta dependencia a ellas, o a sus compañías.

En esta línea, los vecinos que conocían a la víctima barajaron antes que la policía la posibilidad del robo. La víctima trabajaba en el mar, era soltero, y los únicos vicios en los que gastaba, y de forma muy moderada, era en la máquina tragaperras y en algún que otro café en el local cercano a su casa. Sin embargo, cambiaba a menudo de coche, el único derroche que le conocían sus allegados.

El alcalde cerró el local. Durante toda la jornada de autos, El Resaca permaneció cerrado al público.

Tres días después, el agresor continuaba detenido en el depósito municipal. Al parecer, Nacho se había mostrado tranquilo en todo momento. El 27 de noviembre aún no había sido encontrada la navaja que se había utilizado para apuñalar a Manuel Montemuiño. Tras entregarse, no se vislumbraba ni la mínima señal de nerviosismo en su rostro, e incluso llegó a decir que se sentía “realizado”. Tan sólo solicitó en las dependencias unas pastillas para dormir.

La reacción o el reflejo del apuñalamiento no estaban claros. A pesar del buen número de testigos potenciales que había ese día en el local, la ubicación, la música alta, además de las voces y conversaciones, no ayudaron a diferenciar el claro motivo de la pelea; alguna palabra que delatase las intenciones, algún insulto o amenaza, pero no se había escuchado nada. Lo que sí quedó claro es que el fallecido intentó abordar a una de las mujeres que acompañaban al asesino, llamada Helga, y que conocía desde hacía cinco meses.

Vagando por la calle durante toda la noche. Mientras Manuel luchaba por su vida de camino al hospital, Nacho estaba ensimismado. Tras un momento de confusión, el agresor abandonó el pub y tiró la navaja manchada de sangre en una papelera de la calle. Tras esto, se dedicó a dar vueltas y vueltas por distintas zonas de Santiago, especialmente por la zona del campus y la residencia. Completamente solo. Sobre las diez de la mañana el asesino acudió a casa de un amigo, tras lo que decidió entregarse.

La tranquilidad y frialdad en prisión se mantuvo. Además de las patillas para dormir, también pidió diferentes cabeceras de prensa para ver qué y cuánto se estaba hablando de ese caso que él había protagonizado. Además, le restó importancia al hecho de que no se hallase el arma del crimen, a pesar de declararse como autor del asesinato, para él la navaja no tenía mayor importancia.

El juicio oral se celebró en mayo de 1985 en la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de A Coruña. Ignacio Núñez fue acusado por el fiscal de homicidio, ante lo que le pidió 16 años de cárcel, además de una indemnización de tres millones de pesetas. El fiscal en su informe señaló que la razón por la que la víctima molestó a su agresor fue porque estaba borracho. Sin embargo, tras un pequeño encontronazo se acercó de nuevo a Manuel.

Cuando estaba cerca de la víctima, le propinó un rodillazo y le asestó un navajazo que le causó la muerte. Por su parte, la defensa ejercida por Spiegelberg Buissen, negó los hechos y solicitó que se apreciasen atenuantes de no tener intención de causar daño grave, la de arrebato, y la de arrepentimiento espontáneo.