|| nosotros y cía ||

Ahora sí que estamos vendidos

Periodismo de autor
Ángel Orgaz
Varios repartidores a domicilio esperan en las inmediaciones del Clínico compostelano a cumplir con un servicio. Foto: Antonio Hernández

Les doy mi palabra. Tenía acabado otro artículo sobre un asunto más divertido que este, otro drama, pero en ese caso correspondía al mundo del corazón, aunque no al cardíaco, ya me entienden.

Hacia el final de la semana me fui enervando al intentar dilucidar cuáles fueron los intereses que llevaron al presidente del Gobierno a pactar los Presupuestos Generales del Estado para 2021.

Se lo prometo, el otro asunto, que no sé si al final lo publicaré la semana próxima, era mucho más mundano, con ciertas pinceladas de humor negro, algunos párrafos hilarantes y, desde luego, como siempre, una buena dosis de crítica a los que nos gobiernan, es decir, a esos a los que hoy les dedicó la consabida reflexión dominical.

Ya les dije no sé si la semana anterior o la otra que me cabreó sobre manera el pacto alcanzado con los nacionalistas sobre la eliminación del carácter de lengua vehicular para el castellano, la lengua del Estado y de la inmensa mayoría de los españoles.

Y cuando digo mayoría, me refiero por supuesto a todos los ciudadanos de este país y todas las comunidades autónomas, tengan o no tengan lengua propia.

Porque sepan –seguro que ya lo sabían– que en Galicia, País Vasco y Cataluña la mayoría de sus ciudadanos son castellanoparlantes.

Por ejemplo, en Cataluña, donde el castellano podría parecer que tiene una menor inmersión, lo usa habitualmentemás del 90 % de los catalanes, frente a algo más del 75 % que se sirve del catalán cotidianamente para expresarse.

O que para más del 50 % de la población catalana el castellano es su lengua materna, frente a un 31,5 % que tiene al catalán y un 2,8 % que tiene a ambas. Son datos de 2019.

Ya no digamos aquí o en el País Vasco. De ahí que no entiendo a qué viene la reforma de esa inclusión en la denominada ley Celaá.

Pero hay dos cosas que me cabrearon mucho más, porque estoy en mi derecho a cabrearme y no comulgar con las ruedas de molino que nos quieren colgar Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.

La primera y más grave, que ya tuve intención de comentársela a ustedes la semana pasada pero la toqué de manera muy somera, se refiere al pacto con EH Bildu.

Me dio vergüenza, mucha, ver los burdos intentos de los distintos ministros y cargos del Partido Socialista Obrero Español de justificar el sí de aquellos que fueron fieles defensores del terrorismo, muchos de ellos condenados por su relación con la banda armada y que ahora se dicen que son políticos de Estado.

¡Ja!

Por la mañana negociaban con los traidores de Unidas Podemos y por la noche participaban activamente en los homenajes a etarras, vivos o muertos, es igual.

El miércoles pasado el ínclito Arnaldo Otegi se quitaba la careta y reconocía que su sí a los Presupuestos no es más que el camino hacia la República Vasca, por supuesto, independiente.

Todo eso después de que en el Parlamento vasco su diputado Arkaitz Rodriguez dijera que ellos solo van a Madrid a derribar el actual régimen constitucional, claro.

Parece ser que estos señores (de alguna manera tengo que señalarlos, yo los calificaría de otra manera) aún no se dieron cuenta de que este régimen, como ello lo pronuncian peyorativamente, lo decidimos 40 millones de españoles, no un simple puñado de amargados y violentos abertzales. ¡Es así!

Y para rematar, me entero de que el eje del acuerdo presupuestario entre Esquerda República de Catalunya y el Ejecutivo de coalición no es lograr inversiones para Cataluña, no se trata de hundir al castellano frente al catalán.

¡No! Lo principal es que le aumenten los impuestos a Madrid, porque Gabriel Rufián considera que no pueden competir en igualdad de condiciones. Una simple excusa para humillar a los demás, como si los independentistas no hubieran ya recibido mucho más de lo que deben y jueguen con una enorme ventaja presupuestaria. Pero esa es solo una de sus exigencia aplicadas con lo que antes se solía denominar la ley del embudo, para mí lo ancho y para otros lo menudo.

Iglesias, como buen populista, quiere acabar con el Estado tal y como conocemos, y lo que es peor, también quiere terminar con el Estado de derecho.

Me pone del hígado, me brotan las bilis por todos y cada uno de los poros de mi cuerpo al ver cómo aquel que tenía que ser el defensor de todos los españoles, de los 40 millones, insisto, todos, sean hijos de quien sean y piensen lo que piensen, no hace nada y rinde pleitesía al líder de Unidas Podemos.

Pedro Sánchez solo tiene un objetivo en la vida, seguir en La Moncloa, cueste lo que cueste, cabree a quien cabree y por mucho que se rasguen las vestiduras sus compañeros de partido e incluso de Gobierno, porque si alguien sufre con todo esto, son los socialistas de verdad.

¡Qué pena!