Aplausos

Firmas
Andrés Sampayo Salgueiro

Domingo noche. Tengo sueño pero no me duermo (o eso creo). Nos sentamos en el salón y por casualidad tropezamos en un primer zapping con uno de los muchos programas que se dedican últimamente a hablar de la salud mental.

Mi mujer, quizás porque le interesa el tema o porque intuye que yo quiero verlo por mi profesión, lo deja sintonizado. Escucho a una chica hablar de hipocondría (y no parece que la etiqueta le guste), después habla de ansiedad, depresión, agorafobia... y se muestra más convencida y afirmada. Habla desde la distancia, como si esos nombres, esos términos que le han acabado introduciendo en su vocabulario, pudieran explicar algo de ella o incluso la definieran, paradójicamente, sin decir en realidad nada.

Al poco empieza a relatar, por encima, pero algo es algo, algunas de sus vivencias. Elabora entonces un discurso sobre su vida tras el que aflora la emoción y el afecto. Ya no hay una destitución subjetiva. Ya no habla desde la racionalidad encubridora de los pomposos diagnósticos de manual.

Ha sido suficiente con bajar un poco a su propia vida, o más bien a sus propias palabras, ya no (tan) vacías, para poder empezar a percibir otra realidad, temblorosa y vacilante. Ya no nos hacen falta esos otros términos bajo los que se protegía. ¿O puede que a veces los que nos protegemos también con esos términos somos nosotros?

Dentro de toda esta nueva estrategia, que llaman “de visibilización” de los problemas de salud mental, estamos asistiendo a una machacona (des)información, ejecutada desde cualquier tipo de medio (periódicos como el Mundo Deportivo o 20 minutos nos explican qué síntomas incluye el Trastorno Negativista-Desafiante o qué tipo de apego tenemos según el test de Mary Ainsworth, por ejemplo), supongo que para ayudarnos así a situarnos a nosotros y a los que nos rodean en alguna de esas categorías diagnósticas.

Quizás deberíamos replantearnos que estas nuevas estrategias, o supuestos “despertares” en el ámbito de la salud mental, no son sino más bien otra manera de seguir durmiendo (en el fantasma), dejándonos mecer por las representaciones y los discursos que tejen la trama de la realidad, huyendo tal vez de aquello acerca de lo cual nada queremos saber.

Apagamos la televisión. A los pocos minutos me duermo. A la mañana siguiente despierto y leo en la prensa: “Aplauso generalizado al programa dedicado a la salud mental...”.

Y ya no sé si estoy despierto o sigo durmiendo.