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Castigo a los feriantes y mercadillos

Periodismo de autor
Ángel Orgaz
Esta no es la otoñal caída de hojas que esperaba ver este año. ¡Esto es una auténtica guarrada! Foto: Antonio Hernández

No sé ustedes. Yo, cada vez que recuerdo la experiencia del Gusano Loco, se me revuelven las tripas, me duelen los hombros y las caderas, la cabeza me da vueltas y me tiemblan las piernas.

¿Cuándo podremos volver a disfrutar de esa emocionante atracción, o del mareante Pulpo, los tiovivos, las camas elásticas y probar suerte en las tómbolas o afinar la puntería con las fallidas escopetas de feria?

Esto es lo que nos trae la pandemia. Bueno, no, la pandemia no; la decisión sin sentido de los políticos, que intentan salvar la cara (por no decir otra cosa) ante la ciudadanía tomando medidas que no tienen ni pies ni cabeza.

Vemos aglomeraciones en los transportes públicos y sus paradas de autobús, en los bares y terrazas de todo el país, botellones por doquier, fiestas privadas en casas particulares, centros de trabajo repletos de empleados, y todos ellos bien juntitos en espacios cerrados, sin ventilación.

Pero eso sí, llegó la covid-19 y nos quitan el mercadillo semanal –a mí me gusta decir mercadito– de Bertamiráns como tantos otros de los miles y miles que celebran cada semana a lo largo y ancho de la geografía española.

Y una vez pasada la primera ola, ¿cuál es la gran idea de los políticos municipales de mi pueblo? No se les ocurre otra cosa que trasladar la instalación de los puestos de venta de las calles centrales de la localidad a un descampado. Así que si los feriantes no se mueren de covid (Dios no lo quiera), que se mueran de calor, tostados al sol del valle de la Mahía durante los meses de verano, con solaneras de más de 35 grados un sábado sí y otro también.

Pero esperen, porque ahora llega el otoño, luego vendrá el invierno y aguantarán tardes sabatinas bajo los aguaceros más inclementes, con viento fuerte que vuelan sus tenderetes y empapan sus productos sin la oportunidad de vender una sola prenda.

Yo he sido testigo, no pasa nadie. En junio, julio, agosto y parte de septiembre no se podía pasear por el espacio habilitado porque se derretían los sesos, mientras que ahora o llevas un neopreno o acabas hecho una sopa.

No me extraña que se lamente Enrique, uno de los feriantes, quien me asegura que siguen pagando las cuotas religiosamente al Ayuntamiento mientras sufren insolaciones, tormentas o vendavales, sin que nadie se apiade de ellos.

Y lo que es peor, obteniendo una recaudación ridícula ante la ausencia de amienses que compren y den color y sabor al mercadito.

Pero no crean que son ellos los únicos perjudicados. Solo hay que hacer lo que no hacen ni el alcalde, José Miñones, ni sus concejales: darse una vuelta por Bertamiráns, preguntar a unos y otros y ver el supino cabreo que tienen los hosteleros y comerciantes, que han visto cómo con el desplazamiento de la feria han perdido clientes, ventas, ingresos y, lo peor, mucha vida entre disgusto y disgusto.

Ahora se rumorea que van a regresar a su ubicación original, pero chi lo sa. Es lo que yo no entiendo, esa lógica política y municipal me desborda, ya que si vamos hacia una nueva crisis a causa del puñetero coronavirus, por qué ahora sí que se puede cambiar el lugar de celebración.

Pero algo es algo: los churreros no tendrán que cambiar el puesto a media mañana y mover todo el tinglado al desierto páramo; todos volverán a estar al lado de cafés y bares en los que poder tomarse un bocadillo, un café o una cerveza y contribuir a la economía de la capital de la Mahía; los vecinos podremos pasear, más o menos a cubierto, y decidir si compramos o no sin tener que regresar a nuestras casas helados y empapados hasta los huesos.

Y esta situación se repite a lo largo y ancho de la geografía española. Es casi tan mala como las de los feriantes de las atracciones, que llevan un año en stand by sin que nadie del Gobierno, absolutamente nadie, se haya acordado de que existen, de que pagan impuestos, de que son españoles, de que invierten en los seguros y revisiones de sus atracciones antes de comenzar la temporada.

¿Quién les compensa el enorme quebranto?, ¿tuvieron alguna ayuda?

Tenemos que releer el Vuelva usted mañana de Mariano José de Larra con su elegante y acertado ataque a la burocracia y el funcionariado, que parece que es el único que importa. Sí, ahora Sánchez quiere que ellos sí puedan jubilarse a los 60 años, mientras el resto de trabajadores, quizás de una especie inferior, sigamos en el tajo para mantenerlos.

Ya ven, me voy de una cosa a la otra. Es que estoy muy cabreado, desilusionado, decepcionado, aburrido y hasta me atrevería a decir que hasta cansado.

¿Ustedes no?

Bueno, seamos positivos, que seguro que vendrán tiempos mejores. ¿O no?