{ COMPOSTELA EN FORMA }

Cortisol, la hormona del estrés crónico

Firmas
Santi Carro
Pa

El cortisol es una de tantas hormonas fisiológicas que secretamos tooodos los santos días, como parte de nuestro ritmo biológico-circadiano, al igual que ocurre con la testosterona, el estrógeno, la melatonina o la hormona del crecimiento, verdad. Su función fisiológica prioritaria es subir el azúcar en la sangre (sobre todo para que el cerebro no se quede sin combustible), pero también echar una manita con el metabolismo de los hidratos, proteínas y grasas, aunque “haciéndolo a su manera”, dado que para ello hackea a la insulina generando una resistencia a sus acciones. El cortisol tiene la dichosa manía de poner blandengues nuestros músculos, pues rompe sus proteínas constituyentes, deshilachándolas y utilizando sus aminoácidos para producir glucosa..., y hace otro tanto de lo mismo con los ácidos grasos hepáticos al privarles de su glicerol pok-, al ser también una molécula susceptible de convertirse en glucosa.

Por otra parte, el cortisol estimula al hígado a almacenar ingentes cantidades de glucógeno, pero no deja hacer lo mismo en el músculo y panículo adiposo, cortando a cal y canto las vías de entrada de la glucosa al interior celular..., vamos, que como decíamos antes se lo pone muy crudo a la insulina, que es la hormona maestra del almacenamiento energético. De facto, insulina y cortisol no se pueden ver ni en pintura, dado que son diametralmente antagónicas en sus acciones metabólicas.

Sea como fuere, los humanos tenemos un par de picos de cortisol al día que son dignos de mención: al despertarnos (por las necesidades metabólicas de una mayor producción energética, tras una noche de ayuno) y al caer la tardecita, aunque en este caso todavía no sabemos muy bien por qué. Si tales picos están dentro de sus parámetros normales y permanecen en armonía junto con el resto de las hormonas, todo va como la seda y podemos decir que el cortisol es nuestro amiguito; el mecanismo de ajuste en la secreción del cortisol se conoce como “retroalimentación negativa”, esto quiere decir que a mayor nivel de la hormona volcada en el torrente sanguíneo menor es su estímulo secretorio; ahora bien, si la secreción de cortisol permaneciese crónicamente elevada, la cosa se nos puede ir de madre, tal como pasa en situaciones de hipertiroidismo, de insuficiencia hepática o –atención ahora- de estrés crónico.

Piénsese, además, que otra de las funciones del cortisol es disolver la osamenta “a los poquitos”..., aunque de una forma exacerbada si permaneciese crónicamente elevado, más aún, de existir o subyacer una acidosis metabólica; las personas estresadas tienden a acumular más ácido en sus tejidos y eso deja el esqueleto poroso cual piedra pómez. Eso sí, como antiinflamatorio es “estupendísimo”, más teniendo en cuenta el sinfín de copias o análogos farmacéuticos (patentables) que han irrumpido en el mercado a lo largo de estos últimos –qué sé yo- 60 ó 70 años, siempre tomando como modelo o patrón a la molécula original de cortisol... ¿le suena de algo la “hidrocortisona” o “cortisona” a secas, uno de los fármacos más dispensados en el mundo-mundial? Lo único malo de todo este cuento antiinflamatorio es que la leyenda “antiinflamatorio muy potente” también significa “inmunosupresor muy potente”.

Por si fuera poco, la cortisona puede administrarse de –casi- todas las maneras posibles: en loción, cremita, ungüento o pomada; en gotas oftalmológicas para tratar afectaciones inflamatorias de los ojos; en pastillas, cápsulas y comprimidos; en inyecciones; en parches... ¿algunos ejemplos? A ver, la cortisona en cremita se la pone religiosamente en la nariz-entrecejo-barbilla el afectado por dermatitis seborreicachof-prof-, o en el codito y la manito el aquejado de psoriasis zaca-zaca-; en inyección se la ponen también a la abuela, en la rodilla o la cadera, y también a su sobrino en el hombro –pok-, porque se nos ha lesionado jugando al rugby; plenamente justificada a la hora de hacer un trasplante –claro está- o en la enfermedad de Addison, donde la secreción natural de cortisol se halla cohibida, cosa que también pasa en la insuficiencia suprarrenal; en diversos tipos de cáncer como linfomas o leucemia..., en fin, en múltiples casos de enfermedades inflamatorias, alérgicas, reumáticas, y ya sea en forma de pomada, píldora, gotas o inyección..., la hidrocortisona siempre hace su aparición rutilante.

Pero cuidado-cuidadín, que la señora cortisona es prima hermana de la aldosterona, un mineralcorticoide que retiene líquidos que quita el hipo; de facto, unos de los efectos visibles en quien esté siguiendo su tratamiento de cortisona es el edema en tobillos y pies... ¿le suena de algo, dicho mal? Cuando existe estrés crónico, el cuerpo sigue una tendencia: se acidifica y se inflama (por efecto rebote); la glucemia se desbarata; se comienzan a retener líquidos; la flora intestinal lo acusa en demasía y las mitocondrias se cortocircuitan. Es al ir atando cabos que uno se da cuenta de por qué el estrés crónico es el padre de tooodos los grandes males: acidez, inflamación, oxidación, hipoglucemia, disbiosis, edema y disfunción mitocondrial.

Calle que nosotros, esos locos-locos culturistas, ya sabíamos en los ochenta y noventa que el cortisol era nuestro enemigo number one porque dicha hormona chocaba no sólo con la insulina ¡sino con la testosterona misma, y hasta ahí podríamos llegar! Por ello tomábamos religiosamente nuestros aminoácidos de cadena ramificada antes del entreno –los mediáticos BCAA- y/o nuestros batidos de proteínas ricos en glutamina, una vez finiquitada la sesión, para contrarrestar la híper-secreción de cortisol que acontecía nada más descargar los discos –clinch!-..., y dado que el cortisol deshilacha las fibras musculares mientras que la testosterona hace todo lo contrario, la jugada maestra era inhibir la secreción de aquélla mientras optimizábamos la síntesis de ésta.

La lección de hoy es meridianamente clara: hagamos todo lo que esté en nuestras manos para que el cortisol permanezca acotado dentro de sus niveles fisiológicos, ¡y que no se venga arriba, erosionando nuestra salud! Recordemos que los efectos secundarios más comunes del uso de cortisol en su forma farmacológica (cortisona) son retención de líquidos (¿le suena de algo?), aumento del apetito, irritabilidad, insomnio, ardor de estómago, azúcar elevado en sangre (¿le suena de algo la hiperglucemia?), cefaleas, mareos..., pues todo esto es lo que puede pasarle a usted en caso de tener el puñetero cortisol constantemente elevado por culpa directa del estrés crónico.

Gestionar de una forma eficiente el estrés se convierte en algo vital para estar sano-sanote a largo plazo. Utilice para ello tooodos los medios que tenga a su alcance: introspección-meditación; pensamientos positivos; estiramientos-yoga; rastrillar un jardín Zen; fomentar amistades-fortalecer lazos sociales; terapia con música o baile; contacto con la naturaleza o las simpáticas mascotas; senderismo-turismo rural; ejercicio físico entretenido y/o relajante; practicar “el salto del tigre”..., ¡lo que haga falta, compadre! En la mayoría de los casos, bastaría con organizar un poquito la vida de cada cual para evitar la erosión o pérdida de salud provocada por la hipercortisolemia, o sea que, ¡ánimo, que bien merece la pena!

EL OBJETO DE ESTE ARTÍCULO ES SÓLO ORIENTATIVO. CONSULTA CON TU MÉDICO Y/O ESPECIALISTA CUALQUIER CAMBIO EN TU DIETA O ENTRENAMIENTO