|| nosotros y cía ||

¡Cuánto guarro anda suelto!

Periodismo de autor
Ángel Orgaz
Varios piragüistas disfrutan del deporte del remo en el río Ulla a su paso por la localidad pontevedresa de Pontecesures. Foto: Antonio Hernández

Bueno, llegó ese momento tan íntimo entre ustedes y este servidor en el que me despido con los mejores deseos para este cálido verano recién estrenado.

Pocos vaticinios o previsiones puedo hacer este año por culpa del coronavirus este de la puñeta. Y la verdad, tampoco las predicciones anteriores es que fueran muy acertadas que digamos. Ya ni les digo si me refiero a aquellos pronósticos referidos a elecciones, cuando no acerté ni una.

Sí desearía que al regreso de esta sección dominical, allá a mediados de septiembre, la covid-19 se haya convertido en un suceso pretérito, un desgraciado y trágico suceso que se llevó miles y miles de vidas por delante, pero de la que ya nos recuperamos.

Ahora quiero compartir con ustedes una esperanza, que a la vuelta del verano, nosotros, las personas, hayamos vuelto a la normalidad, hayamos recuperado el sentido común y la sensatez.

Que por qué digo esto.

¿Saben qué es lo que más me irrita estos días, qué me llevan los demonios? Pues lo guarros que podemos llegar a ser, la poca educación de que hacemos gala y el incivismo que aflora a la primera de cambio, en cuanto nos abren la mano o nos dan un poco de manga ancha.

Estoy harto de ver las calles llenas de guantes de plástico, me es igual si son de nitrilo, látex o caucho. A las puertas de los supermercados, de las tiendas, en cunetas y alcantarillas se pueden ver ingentes cantidades de estos utensilios, que además, por si no se dieron cuenta esos impresentables que los tiran, pueden estar contaminados con el puñetero virus.

Eso sí, luego van por la calle, el monte o solos en su automóvil con la mascarilla puesta, con nadie a menos de diez metros. Me pregunto si tendrán miedo a contaminarse a sí mismos.

¡Ah!, y luego eso. La cantidad de mascarillas que también están tiradas por el suelo. ¡Qué asco!

Las papeleras no es que abunden, pero tampoco son tan escasas como para deshacerse de estos protectores en el primer lugar que a uno se le ocurre.

Y lo que más me preocupa es que todavía nos quedan muchos meses por delante de esa estúpida nueva normalidad, de tener que servirnos, por el bien común, de esos útiles para protegernos y proteger al prójimo.

Con lo bien que íbamos, con lo concienciados que estábamos ya con la eliminación progresiva del plástico; qué bien llevábamos eso de utilizar cada vez menos las bolsas, de cambiarlas por materiales reciclables y medioambientalmente sostenibles.

Ahora, de pronto, volvemos al Salvaje Oeste, a ser de nuevos unos bestias pardas, unos guarros, en definitiva. Y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra, que pocos se salvarían de esta merecida quema.

Eso sí, me queda la esperanza de que mis lectores como este autor estamos concienciados, nos gusta nuestro medio, procuramos cuidar de nuestra atmósfera y entorno.

Sin embargo, para una buena parte de la sociedad es indiferente si enferma el medio ambiente, se nos muere la naturaleza o si arruinamos el planeta. Nos da igual y nos importa un auténtico comino.

Lo peor de todo es que en esto no podemos culpar, como es habitual, a nuestros políticos, a ninguno de ellos, militen en este o aquel partido que sean de esta o la otra ideología. Esto es una labor nuestra, como individuos que formamos parte de una sociedad que debe dar ejemplo.

¿A quién?

A nosotros mismos, a nuestros hijos, a nuestros vecinos o nuestros amigos.

Yo les rogaría que no dejen correr el agua innecesariamente mientras se lavan los dientes o friegan los platos; que apaguen el motor de su coche en lugar de tenerlo al ralentí escupiendo dióxido de carbono y óxidos nitrosos; que reciclen y luego no tiren la bolsa del plástico en el contenedor para materia orgánica y viceversa; recojan los residuos después de un día de playa o campo; utilicen las papeleras y sean medioambientalmente responsables.

Son pautas, son costumbres, es civismo, es educación, es inteligencia, es querer dejar para el futuro un buen medio, una Tierra en la que durante miles y miles de años puedan vivir sin peligro de cambios climáticos las generaciones venideras.

También está la opción de ser un puñetero egoísta, un cerdo, un asqueroso, un inmundo y seguir contaminando y tirando de todo.

Y usted, ¿de quién viene siendo?