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De Trump a Orban pasando por Sánchez

Periodismo de autor
Ángel Orgaz
Varias palomas poniéndose como ‘El Quico’ con los restos de una consumición en una terraza de Porta Faxeira. Foto: Antonio Hernández

A la vejez viruelas, se decía en mi familia. Una expresión que refleja a la perfección el debate que sobre la independencia judicial se vive ahora en España tras más de 40 años de sólida democracia.

No voy a entrar en muchos detalles sobre cómo evolucionó la forma de elección de los miembros del Consejo General del Poder Judicial en España -sería tedioso y se puede encontrar con enorme facilidad en la red-, pero sí que quiero dar las gracias a nuestros padres de la Constitución, en especial al socialista Gregorio Peces Barba, que convenció a todo el mundo de que lo mejor era que los jueces se eligieran entre ellos sin injerencia política.

Y así sucedió durante unos años en España. Sí, increíble pero cierto.

Pero entonces no sé a qué lumbreras se les ocurrió que si el propio CGPJ se autogestionaba la renovación, ese órgano acabaría teniendo un claro carácter conservador. Entonces se decidió que, ante la presupuesta deriva derechista de la judicatura habría que tutelar su elección.

Así vio la luz la Ley Orgánica 6/1985 y posteriormente la 2/2015 que determinan que los doce vocales del principal estamento de los jueces debía ser elegido por el Congreso con una mayoría de 3/5 de sus diputados.

Todo fue sin problemas hasta que el bipartidismo fue una entelequia y la Cámara Baja se convirtió en una especie de Babel ideológica en la que resultó imposible ponerse de acuerdo, incluso para la elección de la judicatura.

¡Coño!, si a día de hoy hasta los dos partidos que conforman del Gobierno de coalición -PSOE y Unidas Podemos- son incapaces de pactar los Presupuestos.

Y si el propio Ejecutivo no rema en la misma dirección, cómo queremos que haya consensos, además, con el PP, Ciudadanos, con independentistas como ERC, JxCat; los nacionalistas del PNV y BNG, y el resto de fuerzas parlamentarias, cada una de su padre y de su madre.

Así que ante la que se le viene encima al Gabinete con los problemas legales del vicepresidente Pablo Iglesias, indultos y amnistías a golpistas catalanes y otros asuntos nada baladíes de carácter legal como si la gestión de la pandemia fue razonable y conforme a derecho, nuestro presidente Pedro Sánchez se dio cuenta de que necesita un CGPJ hecho a su medida que le saque de los atolladeros legales en los que se va a ver más pronto que tarde.

Y no se le ocurre otra cosa al jefe del Ejecutivo, ante la negativa de Pablo Casado a que ningún miembro de Podemos participe en el Consejo General del Poder Judicial, que cambiar la forma de elección de esa institución y rebajar los requisitos de independencia y garantías, ya de por sí muy mermados.

Para centrarnos, Sánchez pretende limar esa mayoría de tres quintos a mayoría absoluta en una segunda votación si en la primera de ellas no se llega a esos 3/5.

Así, el llamado frente de la moción de censura que acabó con Mariano Rajoy y encumbró al secretario general de los socialistas, podrían con la mitad más uno de los diputados, algo muy factible, conformar un CGPJ de izquierdas, soberanista, abertzale populista y asamblearista, sin garantía ni independencia.

Porque claro, todos y cada uno de ellos querrían tener a su magistrado que vote a su favor cuando sea menester y llegado el momento.

Es decir y resumiendo, que como somos incapaces de ponernos de acuerdo, vamos a cambiar las reglas del juego y sacrificamos nada menos que nuestro Estado de Derecho al eliminar de un plumazo la autonomía entre los poderes judicial, legislativo y ejecutivo.

¡Vaya, todo lo contrario a lo que dicta nuestra elogiable y ejemplar Constitución!

Eso no es ni más ni menos que lo que han hecho personajes -no digo políticos porque para mí no lo son-, como los primeros ministros húngaro Viktor Orban, el polaco Mateusz Morawiecki o el presidente de Estados Unidos, el ínclito Donald Trump, quien tiene la desfachatez de nombrar una jueza del Supremo -por supuesto de su cuerda- apenas dos meses antes de las elecciones, y eso que allí el cargo es vitalicio.

En fin, que en España en lugar de hacia adelante, vamos hacia atrás. Eso es lo que tiene contaminar la socialdemocracia con el populismo y el asamblearismo que propician desde Podemos y con el que han engatusado a Pedro Sánchez.

¡Todo por una poltrona! ¡Todo por amortizar el nuevo colchón de la Moncloa!

No es un asunto menor. Nuestra imagen ante Europa y el mundo puede sufrir un duro golpe.

¡Ah! No nos olvidemos de nosotros mismos, que vemos que todo aquello por lo que hemos luchado lo quieren destruir ahora por mantenerse a salvo de pasar por los tribunales llegado el caso.

¿Es lo que nos queda?