|| nosotros y cía ||

Educación, educación, educación

Periodismo de autor
Ángel Orgaz
Evaristo al frente de su puesto de cupones de la ONCE en las inmediaciones de la compostelana Porta Faxeira. Foto: Antonio Hernández

Sinceramente, no sé si estaré en mi particular día de la marmota, viviendo una y otra vez lo mismo, así hasta perder la noción de la realidad.

Tengo esa sensación después de haber publicado alrededor de 180 de estas páginas desde que comencé con esto del Nosotros y Cía en 2014.

¡Hay qué ver cómo pasa el tiempo; cuántos años llevamos juntos!

La cuestión es que en algunas ocasiones, cuando abordo el tema del que les quiero escribir tengo la impresión de que no hace mucho que ya traté tal o cual asunto. Y después de comprobarlo, también me surgen dudas de en qué sentido me pronuncié si es que ya escribí sobre una cuestión.

Es lo que me pasó esta semana. Me indigné sobremanera cuando entré en el detalle de la última Encuesta Europea sobre Alcohol y otras Drogas (SPAD), referida a 2019 y dada a conocer el pasado día 13.

El estudio tiene datos tan terribles como que el 13 % de los adolescentes europeos de 15 y 16 años confesaron haberse emborrachado al menos una vez en los últimos 30 días en el momento de realizarles la encuesta, y en el caso de España esa cifra aumenta hasta el 17 %.

A mí me sorprendió sobre manera que en nuestro país las mujeres tienen consumos excesivos de alcohol muy superiores a los hombres a esa edad, con un 19 % frente a un 14 % de los varones, nada menos que cinco puntos más.

Respecto al binge drinking o episodios de consumo intensivo de alcohol (cinco o más bebidas alcohólicas en una ocasión), reconocieron haberlo hecho un tercio de los adolescentes europeos durante el último mes, con la misma prevalencia en España y también con una mayor incidencia femenina.

Terrible, ¿verdad?

Pero si pensaban que estamos mal en esta cuestión en España, no vean cómo se encuentran en Dinamarca, donde más del 40 % de los chicos y chicas se habían emborrachado en los últimos 30 días, triplicando la ya de por sí elevadísima media continental.

Algo falla, algo no estamos haciendo bien los adultos, no se está educando adecuadamente a nuestros jóvenes. Parece que somos incapaces de hacerles ver las gravísimas consecuencias de un consumo elevado o compulsivo de alcohol u otras sustancias.

Y es aquí donde me veo en el día de la marmota, ya que sobre esta cuestión y otros males que afectan a nuestra juventud les hablé en varias ocasiones, con el mismo resultado. Cero.

Como les señalé en otras ocasiones, tengo claro que una gran parte del problema está en casa, en los padres o tutores de esos muchachos, que o no les enseñan, o no los controlan, no los vigilan ni, desde luego, se preocupan por ellos.

Porque si no, cómo es posible que un niño o una niña de 15/16 años se pueda emborrachar una vez al mes.

Cómo es posible, además, que casi una cuarta parte de la mocedad haya consumido cannabis alguna vez y un 12 % lo haga de forma habitual.

Cómo se explica que en una sociedad tan avanzada como la nuestra un 5 % de la muchachada tenga problemas con el juego.

Y ahí no termina este drama. Casi la mitad de ellos reconoce que tienen un problema con el uso de las redes sociales y un 21 % con los adictivos videojuegos. Insisto, atención, hay muy poca por parte de muchos padres.

Estamos en el siglo XXI, se supone que esta es la mejor época de la historia para crecer y desarrollarse como niño y adolescente, con una cobertura universal a la sanidad y la educación, al menos en nuestro país. Ya no digamos en protección legal y social, en unos niveles que ninguno de nuestros antepasados pudo llegar a sospechar.

Pero todas esas ventajas, esos escudos de protección y los enormes avances en nuevas tecnologías para la juventud no sirven de nada si los adolescentes no cuentan con la tutela necesaria y la mano firme que les guíe con amor, comprensión y dedicación y seriedad en su camino hacia la madurez como personas y como individuos.

De qué vale todo eso si se destrozan por dentro, si merman sus facultades físicas y mentales a base de intoxicaciones de cannabis, alcohol y tabaco. Si se destrozan psicológicamente pegados a una máquina o un smartphone.

Cambiemos aquello del sistema, sistema, sistema por educación, educación y más educación. Sinceramente, creo que es el mejor y único instrumento si se aplica con sentido común y el grado de diálogo adecuado en la escuela y el hogar.

Es decir, la salud social, física y mental de nuestros jóvenes está en las manos de padres y profesores, sin duda los que mejor los conocen y que, por tanto, pueden decidir qué pautas y qué enseñanzas son más adecuadas para cada uno de ellos.

Seguro que acertamos.