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Encuentros en la tercera fase, la película

Periodismo de autor
Ángel Orgaz
Ojo a la tormenta, que no les pille desprevenidos como a la ‘runner’ que se dispone a recorrer la Alameda compostelana. Foto: Antonio Hernández

“La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay, Dios”. así reza el genial tema de Rubén Blades Sorpresas te da la vida. Y sí, la vida le dio muchas sorpresas a Pedro Navaja, el protagonista, y casi siempre las burlaba.

Vamos a ver qué pasa ahora, porque la vida también nos está dando mucha sorpresas, aunque pocos de nosotros vivimos lo suficiente la calle como para reírse de la vida como lo hacía Pedro.

Porque, señores, esto de la pandemia y el confinamiento a algunos, me parece que a muchos no, nos trae por la calle de la amargura.

Sufrimos la mal llamada cuarentena, luego la fase 0, la 1, la 2 y ahora, ¡qué me dices!, nos vemos como Richard Dreyfuss, a las puertas de la tercera fase. Porque saben de qué les hablo, ¿verdad?

Sí, de Encuentros en la tercera fase, aquella maravillosa película de ciencia ficción con la que Steven Spielberg tocó el cielo de la cinematografía y el corazón de tantos millones de espectadores.

A lo que iba, que me disperso, mañana Dios mediante, si el tiempo lo permite y la autoridad no lo impide –me encanta el lenguaje taurino mal que le pese a algunos–, estaremos en la tercera fase, enfrentados a la nueva normalidad –sigo odiando este término tanto como la semana pasada o más–.

A ver ahora cómo reaccionan tantos estúpidos como los que me cruzo habitualmente por la calle. Les explico. Voy caminando con Isabel, es igual si es por la mañana o por la tarde, y de pronto allá a lo lejos –más o menos 50 metros– viene otra pareja, toda armada con sus mascarillas cubriéndoles las bocas y las gafas tapándoles la cara como si fueran ninjas.

Pasan por tu lado y cuando tienes intención de darles los buenos días o las buenas tardes, de pronto percibes que te miran con cara de asco y les oyes comentar que qué imprudentes somos, qué ponemos a todos en peligro.

A mí me dan ganas de volverme, contestar y sacar las manos de los bolsillos, pero Isabel me detiene.

Insisto, y yo me pregunto si soy uno de los pocos que sabe interpretar las normas y que la mascarilla solo es obligatoria si no es posible mantener la distancia de seguridad. También me pregunto si soy un afortunado de esos que entendió con meridiana claridad que el coronavirus no tiene alas y no vuela distancias siderales, ni es un misil que vaya directo a tu nariz o garganta.

Ah, y a todo esto, la situación se da en una carreterucha o camino rural, por el monte o lugares apartados, no se crean que esto me ocurrió en Times Square, ni tan siquiera en los Cantones de A Coruña o la Alameda compostelana, donde te cruzas con una o dos personas a lo sumo a lo largo de una hora.

Ven, esto es peor que la terrible espera de Roy Neary (el personaje de Dreyfuss en el filme) expectante sobre qué iba a salir de aquel inmenso ovni y si además iba a bajar su hijo.

Así estoy yo, con la boca abierta, esperando a ver con qué me sorprende el ser humano la próxima semana.

Miren, el otro día me llegó una encuesta en la que decían que el 64 % evitará dar besos y abrazos tras el confinamiento. Pues qué quieren que les diga, a mí me parece poco, porque por lo ya sufrido, que no vivido, estas últimas semanas sospecho que esa cantidad es muchísimo mayor.

Creo que ya les di mi opinión la semana pasada, o la anterior, sobre este asunto. ¡Qué no es posible mantener todas las medidas de seguridad, que no se puede lavar toda la ropa cada vez que entras en casa, que no te puedes desinfectar cada dos por tres, que no puedes vivir en una burbuja!

En definitiva, que hay que vivir, coño.

Eso sí, con sentido común, que parece ser que es lo que más nos falta. Si el sentido común fuera más común de lo que es, permítanme la redundancia, ni el confinamiento ni la cuarentena habrían tenido que ser tan drásticos, ni, desde luego, la pandemia habría llegado al nivel de infección que llegó.

Claro que ahí influyeron, sin duda y por mucho que lo quiera negar el Gobierno, las manifestaciones del 8 de marzo, los partidos de fútbol, la aparición de los tifosi que viajaron a Valencia o la celebración del congreso de Vox, entre otras muchas aglomeraciones que tuvieron lugar a pesar de las advertencias de la Organización Mundial de la Salud.

No sé, yo estoy ahora como a las puertas del gigantesco platillo volante, expectante, a ver qué sale de ahí.