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Infantiles rabietas políticas

Periodismo de autor
Ángel Orgaz
Precioso y seguro que sabroso ejemplar de buey de mar del que algún comensal dará buena cuenta esta Navidad. Foto: Antonio Hernández

Un diálogo:

-Mamá, mamá, quiero que me lleves a Disneylandia.

-Lo siento, cariño. Es imposible; es muy caro y aunque papá y mamá te quieren mucho no podemos llevarte.

El niño se enrabieta.

-Pues yo quiero ir, mierda; eres idiota y mala.

Otra conversación:

-¿Me compras una moto, papá?

-Hija, cuesta mucho dinero, tiene muchos gastos y, lo principal, son muy peligrosas y me dan mucho miedo.

Cabreo y amenazas supinos de la adolescente.

Y una más:

-¡Quiero ir a la Luna!

-¿Pero tú sabes lo que estás diciendo. Estás tonto o qué?

-Que quiero ir a la Luna.

Y la petición infantily posterior negativa paterna finaliza con el niño/niña dando patadas a los padres, insultándolos y amenazándolos con denunciarlos.

¿Les parece absurdo?

Pues son casos reales, absolutamente normales en el caso de Disneylandia y la motocicleta que no serían tan dramáticos si no fuera por la reacción de los vástagos.

El tercero de los supuestos es, no sé, una agresión filial de la que fue espectador, desgraciadamente, en alguna ocasión, es igual si era la Luna, Marte u otro absurdo.

Pero no vamos a discutir sobre la razón o sinrazón de los escolares y adolescentes y las airadas reacciones de estos emperadores soberbios y maleducados que se dan todos los días, aunque lo irracional y descabellado verán que se mantiene.

Sí, seguro que lo sospechaban, ¿verdad?

Vamos a hablar de los independentistas y nacionalistas, sus disparatadas rabietas y la vergüenza que nos hace pasar el Gobierno al resto de españoles por prestar sus oídos a tan irracionales demandas.

Miren, me parece justa la reivindicación de Esquerra Republicana de Catalunya de marcar unas cuotas de producción en lenguas cooficiales (gallego, catalán y euskera), pero lo que no entiendo es que vinculen los Presupuestos Generales del Estado para los 47 millones de españoles a la exigencia inexcusable de un grupito parlamentario (tiene 13 diputados y no llega al 4 % de los diputados del Congreso) que se enrabieta, patalea, chilla y se tira al suelo cada vez que se le dice no.

¡Ah!, y montan en cólera cuando el Tribunal Supremo obliga a una cuota de educación del 25 % en castellano (¡tan solo!) y amenazan con el fuego valyrio si se les reprende por su negativa a acatar y cumplir la sentencia.

Pero no son los únicos. El PNV no tuvo este año mejor idea que intentar partir la denominación de Rioja en dos y acabar con uno de los principales emblemas de España en el extranjero, nuestros mejores vinos junto a los de Ribera del Duero. También quieren la transferencia del AVE vasco o que los programas infantiles en Navarra sean en euskera.

No voy a entrar mucho en las peticiones de EH Bildu porque creo que apenas merecen la pena comentarlas, sobre todo cuando Pedro Sánchez ya les concedió el traslado de todos los presos de la banda terrorista ETA a cárceles del País Vasco o muy cercanas y, por si fuera poco, el martes vota en contra de prohibir los ongi etorri (homenajes a los reclusos de la organización criminal que salen de prisión) como pedían desde Ciudadanos.

En definitiva, los nacionalistas e independentistas, esos mismos que hacen continuos desplantes al jefe del Estado (no le estrechan la mano, no acuden a los actos que preside en las respectivas comunidades, le insultan) y reniegan de España, intentan por todos los medios mamar de la jugosa teta que alimentamos el resto de los ciudadanos de este incomprendido país.

Pero lo peor de todo no son sus reclamaciones absurdas de la Luna, una moto-capricho para la que sus padres tendrían que empeñarse o exigir un viaje de placer cuando no se llega a final de mes. En fin, el colmo del egoísmo.

Lo peor de todo es que estos padres -nuestro Gobierno de coalición- les atiende todos los caprichos, aunque sean injustos para los demás, aunque se discrimine al resto, aunque no vayan a suponer un gran beneficio para los solicitantes.

La cuestión es doblar la rodilla del ala socialista del Ejecutivo con la necesaria intervención de Unidas Podemos para que la zancadilla tenga el éxito esperado.

Solo así se entiende que mientras se critica a Pablo Casado, Santiago Abascal o Inés Arrimadas que se manifiesten junto a miles de miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado contra la eliminación de la Ley Mordaza, la vicepresidenta Yolanda Díaz se ponga al frente de los trabajadores del metal de Cádiz, que ojo, que no digo que no tengan razón. Eso sí, la ministra tiene que decidirse entre el sindicalismo y el Gobierno.

¡Qué difícil lo hacen todo!