La censura religiosa en las
universidades del mundo islámico (II)

Gabriel Vilanova
Universidad americana de El Cairo: un ejemplo de institución universitaria privada. Foto: ECG

Pero es que la censura y el control religioso de las universidades en muchos países islámicos todavía trae consigo otra consecuencia incluso peor: y es el cultivo del odio hacia determinados grupos o determinados países. En Irán, por ejemplo, en la última semana del mes de Ramadán algunas universidades ponen por el suelo banderas de algunos países, aunque sobre todo de los EE. UU. e Israel, para que los estudiantes las vayan pisando según van caminando hacia sus clases. En Arabia Saudí sus universidades gastan miles y miles de dólares en difundir la enseñanza de la interpretación salafi del islam, que es de carácter fuertemente integrista, e inculcan a sus alumnos que la defiendan a lo largo de todo el mundo. Para ello están creando sus Dar-al Uloms, con miles y miles de alumnos matriculados en ellas en la mayoría de los países musulmanes.

En los ejemplos más extremos, como por ejemplo en Afganistán, se da el caso paradójico de que hay profesores de las universidades públicas, que pertenecen mayoritariamente a la etnia pastún, que son miembros de pleno derecho de los grupos yihadistas, como son los talibanes, y que en sus cursos hacen toda clase de elogios y propaganda de esos mismos grupos. Son esos profesores los que señalan y censuran, cuando no castigan a las estudiantes que se niegan a llevar el tipo de velo o hijab que las universidades han impuesto como obligatorio.

Nos guste o no nos guste, de lo que no hay duda es de que en la actualidad los sistemas educativos cada vez más islamizados en las escuelas y en las universidades se están convirtiendo en auténticas incubadoras de las ideas fundamentalistas, e incluso de las ideas extremistas más radicales. Las universidades de algunos países islámicos, con las que muchas universidades occidentales mantienen no solo relaciones cordiales, sino también diferentes tipos de acuerdos e intercambios, están formando a estudiantes intolerantes desde el punto de vista religioso, que atacan y censuran la igualdad de género y niegan el valor de las demás culturas, todo lo cual puede suponer un notorio peligro.

Y aunque alguien pudiese no estar de acuerdo con esta afirmación, sin embargo tendría que reconocer que las universidades de los países islámicos totalmente dependientes de sus sistemas de control ideológico y religioso no pueden ser útiles de ninguna manera para contribuir a aliviar ni los sufrimientos de las poblaciones de esos países ni los problemas de todo tipo que están padeciendo en la actualidad.

Si queremos acabar con lacras sociales como la pobreza extrema, la ignorancia, el odio religioso y el odio entre pueblos, culturas, naciones y países es fundamental cambiar las universidades musulmanas e introducir en ellas nuevas perspectivas de carácter secular, racional y sobre todo centradas en el cultivo de los valores morales universales y de los derechos humanos de las personas y de los pueblos. Es cierto que solo con esto no vendrá la prosperidad como por arte de magia, y que no todos los problemas van a encontrar una solución inmediata, pero también lo es que eso sería el primer paso en la búsqueda de unas sociedades más diversas, más tolerantes y más prósperas.

El mundo occidental contempla desde hace siglos al mundo musulmán con una mirada altiva, cuando no despectiva. Desde el siglo XVIII los occidentales pensaron que solo con la colonización de la India, África y el mundo islámico, desde Marruecos hasta el sudeste asiático, los pueblos islámicos podría ser redimidos de siglos de atraso, fanatismo e ignorancia. Fue Occidente quien colonizó al mundo en los siglos XIX y XX y quien no tuvo más remedio que aceptar el proceso descolonizador. Con la colonización se difundieron muchas técnicas y conocimientos científicos. Y también con ella se implantaron formas de administración y gobierno más racionales y eficaces, que pasaron a ser la base de muchos estados nacidos del proceso descolonizador.

Oriente y África fueron primero mundos a organizar, explotar, a la vez que fuentes de riquezas, como ahora lo es el petróleo, y mercados para vender los productos de las sucesivas revoluciones industriales. Las culturas y religiones de todos sus países no fueron comprendidas por los colonizadores hasta hace muy poco. Desde los años sesenta del pasado siglo esa perspectiva cambió y se intentó entender que también tenían su lógica y su sentido. Pero, aunque esto se hizo así, esa mirada superior, distante y autocomplaciente de los occidentales siguió todavía viva. Muchas veces se cambió por una compasión en gran parte fingida por los sufrimientos de gran parte de las poblaciones de los países africanos, de América latina o de todo el Oriente musulmán.

Esa compasión no fue casi nunca un auténtico sentimiento de empatía con el dolor de los demás, como el que describió muy bien Susan Sontag, y el que comparten médicos, misioneros y miembros de organizaciones internacionales sin ánimo de lucro con los parias de todo ese mundo. Fue una compasión manipulada en cierto modo como rédito político y electoral, e incluso como rédito económico, a sumar al balance de los intereses comerciales y financieros que Occidente tiene actualmente en gran parte del mundo musulmán. Y es esa compasión fingida la que cultivan también muchas universidades europeas y americanas, que ven a veces en sus relaciones académicas ocasiones de negocio para la implantación, por ejemplo, de universidades privadas en distintos países musulmanes.

Es, entre otras cosas, esa compasión fingida y unida a los más descarnados intereses económicos y estratégicos lo que está causando en parte el nacimiento de la ira de algunas personas de los países islámicos contra Occidente y los valores que se encarnaron en él con la separación de las iglesias y los estados, el reconocimiento de los derechos humanos, el valor de la razón, el conocimiento y la ciencia y la libertad política y la tolerancia entre pueblos y culturas.

Sería la misión de las universidades occidentales defender y dar credibilidad a esos valores y no dar la impresión de que lo único que les interesa de todos los continentes es la rentabilidad y el dinero. Eso sería fundamental para que este sentimiento, tan bien descrito en el Antiguo Testamento, no se convierta en el islam en un sentimiento general, magníficamente expresado en estas palabras.

“El rico comete injusticia y grita como si hubiera sido ofendido;

El pobre es maltratado y debe pedir perdón.

Si eres útil te explotará.

Si no tienes bienes te abandonará.

Si tienes algo será tu amigo,

pero te vaciará los bolsillos sin ningún remordimiento.

Si tiene necesidad de ti, te adulará,

te sonreirá y te dará esperanzas;

te dirá bellas palabras

y te preguntará qué necesitas.

Pero te humillará durante sus banquetes hasta robarte dos o tres veces y hasta el final jugará contigo”

Eclesiástico, 13, 2-7.