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Ni mejores ni peores tras la pandemia

Periodismo de autor
Ángel Orgaz
Una joven compostelana camina bien abrigada ante un escaparate con rebajas de la calle Xeneral Pardiñas. Foto: Antonio Hernández

Ustedes qué creen, ¿que seremos mejores o peores una vez que haya pasado esta maldita pandemia?

Ya ven que el nuevo año no me cambió, sigo con mis devaneos filosóficos, quizás un poco más metafísicos si cabe.

Es que el otro día me llamó la atención que allá por mayo le hicieron esa misma pregunta al siempre grande Fernando Savater, y qué creen que respondió: “Los seres humanos seremos iguales, quizás un poco más pobres”.

¿No es genial? A mí cualquier persona que se dedica al pensamiento con el objetivo de hacernos la vida un poco mejor, o al menos más comprensible, merece sin duda todo mi respecto y mi más absoluta admiración.

Comparto de principio a fin la opinión de este filósofo de cabecera de tantos españoles, cuya entrevista está disponible en un podcast del programa 24 horas de Radio Nacional de España y que no tiene desperdicio alguno.

Pero un servidor, desde la más absoluta modestia y con un poco menos de corrección política, iría un poco más lejos que Savater y sí que expresaría el deseo que la dramática crisis de la COVID-19 hiciera, si no a nosotros, sí un poco mejores a nuestros políticos, ¡a todos!

Miren, hasta me conformaría con que de vez en cuando, solo de vez en cuando, en lugar de pensar en sí mismos, en sus partidos, en sus réditos electorales, en su poltrona y en los aplausos, dedicaran alguna de sus ideas a los ciudadanos, a aquellos que los eligieron para que los administraran convenientemente y no para disfrutar de lo que ellos consideran su cortijo.

Es muy sencillo, solo les pediría un poco de empatía y de sentido común.

Volviendo a la cuestión inicial, sinceramente creo que seremos iguales antes y después de la pandemia, y además de un poco más pobres, como apuntaba Savater, estaremos también un poco más cabreados, en general.

El listo será listo, y el tonto, tonto; el bueno quizás sea un poco más bueno, pero el malo, seguirá igual de malvado, y posiblemente con alguna ganancia tras la crisis.

Y les aseguro que los desquiciados lo serán mucho más de lo que lo eran antes. No me refiero a personas con ninguna enfermedad mental, ni diversidad funcional, no.

Hablo, por ejemplo, de esos que creen que las vacunas llevan un chip incorporado para poder rastrearnos y controlarnos un poco más, esos otros que intentan hacernos comulgar con ruedas de molino y nos alertan de que la pandemia es una invención, que no existe, que es todo una gran mentira, la madre de todas las conspiraciones.

Es tan absurdo como ese movimiento de estos días en redes sociales de aquellos que aseguran que la nevada de Madrid no es un fenómeno meteorológico, sino una lluvia de plásticos que se lanzan desde ciertas antenas para cubrir la capital.

Hasta dónde llegará su conspiranoia que hasta cuelgan vídeos donde intentan hacernos ver que no es nieve, no es hielo, que no se funde, que no se derrite.

No tienen ni idea de que es la sublimación.

No sé, como dice mi amigo Suso Metropol (no es su apellido, sino el nombre de su quiosco), “nos extinguimos, querido Ángel”.

Ya ven, hasta para indagar o disfrutar de las redes sociales hay que tener un poco de cabeza y sentido común.

¡Coño!, que no nos podemos creer todo lo que nos dicen, al menos todo lo que no procede de un medio de comunicación serio, como puede ser un periódico, ya sea en papel o digital, una radio o una televisión.

Sí, a menudo me repito. Pero insisto en que si no caminamos con pies de plomo por este maravilloso mundo que es internet y todos los instrumentos que pone a nuestro servicio, mal vamos.

Es el movimiento de los terraplanistas, a los que se vuelve a escuchar con fuerza en redes sociales defendiendo su teoría de que la Tierra es plana. Pero si Pitágoras, en el siglo VI antes de Cristo ya sabía que nuestro planeta era redondo, ¡redondo!

¿Saben por qué pasa esto, por qué vuelven a tener cierta vigencia, por residual que sea, de estupideces como esas? Pues porque se lee poco, la gente no se documenta, se cree lo primero que le dicen y, sobre todo, porque no piensan, ni mucho ni poco ni nada, nada de nada.

Es la exaltación de la ignorancia, la estupidez más absoluta, la degeneración del hombre como especie y ser racional.

Adiós a nuestro pensamiento simbólico, a tres millones de años de evolución.

¿Qué sería de nuestra panleontológica abuela Lucy si levantara la cabeza? Creo que nuestros antepasados los Australopithecus afarensis eran más sensatos que los conspiracionistas de hoy.

Si no se hubieran comportado con seriedad, nosotros ahora no existiríamos.