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Por qué sucumbí a los ‘reality’, el lado oscuro de la fuerza

Periodismo de autor
Ángel Orgaz
Una de las gimnastas que participaron en el Viravolta-Jael. Foto: Antonio Hernández

Confieso que caí en el lado oscuro de la fuerza, no fui capaz de resistirme a tanta intensidad y apasionamiento.

No quería, se lo juro, pero fui incapaz de resistirme a los reality, al menos al nuevo formato que presentan ahora en Netflix y TVG, más ágiles, condensados y certeros en la selección del espectáculo.

Si devoré con ansia el primer Gran Hermano, disfruté de lo lindo con Adán y Eva, aquel programa de Cuatro en el que hacían convivir en pelota picada a una pareja de desconocidos en una isla; aquel otro de la misma cadena en el que un hombre o una mujer buscaban novio, algunos de los primeros de MasterChef y hasta varios de los Gipsy Kings.

Pero siempre huí del resto de formatos de conexión full time en los que para ver algo con un mínimo de interés o morbo había que estar enganchado prácticamente las 24 horas del día.

Netflix dio ahora con la tecla mágica, esa que se lleva a la audiencia de calle, y no es otra que condensar en poco más de media docena de episodios semanas de convivencia en la que el fin no es otro que hacerse con un cuantioso premio en metálico.

Insiders, el primero de esos formatos de la plataforma no fue más que un Gran Hermano pero con reglas aleatorias, cambiantes y desconcertantes, donde los concursantes, en teoría, no sabían que lo eran y pensaban que se encontraban en un casting.

Todo el juego de una tormentosa y tortuosa relación de varios desconocidos, con sus traiciones, dimes, diretes y rolletes concentrados en episodios de 50 minutos, lo que los hace muy fáciles de digerir y disfrutar sin el más mínimo atisbo de aburrimiento.

Y ahora estoy disfrutando de lo lindo con las desconfianzas, cuernos y traiciones de Amor con fianza, una especie de Isla de las Tentaciones presentado por Mónica Naranjo y sus mil expresiones faciales que es imposible que dejen indiferente a nadie.

Pues con este reality pasa lo mismo que con el anterior, se va a lo jugoso, lo morboso, las peleas, las provocaciones, los escarceos en jardines y piscinas y, cómo no, buenas raciones de edredoning, ya saben relaciones sexuales bajo el edredón para evitar el carácter pornográfico de la emisión.

Claro, no vean la condición de los participantes de este último programa, sus cualidades humanas, sus valores y un largo etcétera de virtudes que brillan por su ausencia.

Y a fe mía que Netflix logró engancharme, hacerme empatizar con unos y denostar desde el sillón de mi salón a otros con los que no comulgo.

Vuelvo a confesarles que me pasé al lado oscuro de la fuerza, casi Darth Vader, ya que este televidente disfruta, ríe, sufre y llora con los incalificables protagonistas de ambos espacios.

Pero no crean que la plataforma estadounidense es la única que emite con éxito en este campo, al margen claro de las infinitas horas que Telecinco dedica a sus formatos de telerrealidad, ya bastante obsoletos y dirigidos a un público muy concreto que yo, personalmente, no entro a valorar ni calificar.

Porque ahora Televisión de Galicia compite, y de qué manera, con su programa 48 para o si, más telerrealidad en la que uno de los miembros de una pareja tiene que preparar con un cómplice una especie de encerrona para que su novio/a dé su sí a un enlace matrimonial que será también inminente.

Y su excelente factura permite que arrase arrasa entre el público gallego, y de qué manera, por que cuenta con una gran dosis de emoción, intriga y resulta muy divertido.

Ya ven, no todo es lo que parece; ni tan siquiera yo soy lo espiritual y purista que pensaban. También me va el barro, aunque cierto es que todos sabemos que estos espacios, aunque no faltos de una cierta dosis de realidad sí que están enmarcados, supongo, en un rígido guión o especie de línea sobre la que se mueven los participantes.

A lo que iba, que me lo paso pipa y me relaja un montón poder echar unas risas distendidas y sin preocupación alguna frente a los sinsabores amargos y agrios con que la vida nos sazona tantos y tantos días.

Ah, y ya les hablaré también de mi dependencia ahora de las series coreanas, rumanas (de las que creo que ya les hablé) o israelíes y turcas. Desde luego que estoy echado a perder, pero no saben cuántas agradables sorpresas me estoy llevado.

Nadie está libre de pecado.