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Prefiero caminar entre dinosaurios que entre populistas

Ángel Orgaz
Una ambulancia del servicio del 061 circulando por Santiago. Foto: Antonio Hernández

Seguro que recuerdan aquella maravillosa serie documental Caminando entre dinosaurios, seis maravillosos capítulos de la BBC que nos permitieron comprender un poco mejor cómo debía de ser aquel increíble mundo.

El programa narra la vida de estos increíbles colosos que habitaron hace entre 220 y 65 millones de años. Nosotros aún tardaríamos más de 60 millones en aparecer sobre la faz de la tierra, cuando vio la luz nuestro ancestro más antiguo, Lucy, la abuela Australopithecus afarensis que vivió hace ahora entre 3,2 y 3,6 millones de años.

Cómo hemos evolucionado en un espacio de tiempo tan reducido, geológicamente hablando. Hemos dado tal vuelta de tuerca a nuestra evolución que estamos a punto de llevar al planeta a la destrucción y extinción de la vida en casi todas sus formas.

Y aún así nos creemos tan inteligentes que nos cuesta trabajo imaginar que haya seres más avanzados que nosotros los humanos en todo el universo, conocido o no.

Me van a permitir que dude de que todos nuestros conocimientos, evolución y desarrollo hayan servido para convertirnos en una especie mejor y, desde luego, nuestro mundo no se encuentra en una situación más favorable que antaño.

Sí es cierto que vivimos, sobre todo los privilegiados nacidos en países desarrollados, con más comodidades que en el pasado, pero no creo que nos podamos considerar más felices, ni tan siquiera disfrutamos más de la vida.

Muy al contrario, nuestra sociedad nos ha sumergido en un torbellino vertiginoso que nos impide ver más allá del día a día y ni tan siquiera puede uno regocijarse con los logros del pasado.

Qué miedo dan estas reflexiones, ¿verdad?, qué pequeños somos, qué poco significamos. Y más si lo pensamos ahora en plena pandemia.

Pero vayamos un poco más allá, y admitamos de una vez por todas que esta plaga que ahora nos asuela ni es la primera ni, por supuesto, será la última. ¿Cuántas pestes, cóleras, viruelas, gripes, sífilis o sidas han diezmado las poblaciones humanas a lo largo de la historia?

Reflexionemos un poco sobre lo que nos queda de crisis del covid, que no van a ser pocos años. Porque seamos sinceros, este virus no va a desaparecer ni las vacunas van a terminar con la covid-19, como mucho ayudarán a minorar su incidencia.

¿Cuántos años y generaciones fueron necesarios para erradicar la viruela; cuántos lustros se lleva investigando una vacuna para el VIH; se encontró algún tratamiento mínimamente eficaz contra el ébola?

Así que empecemos a aprender a vivir con esta nueva enfermedad, dejemos que el tiempo vaya preparando nuestro sistema inmunológico, que esa anhelada y soñada inmunidad de rebaño se convierta en realidad.

Y ni tan siquiera así estaremos a salvo. Hay quienes pueden llevarnos al desastre total, a la degradación más absoluta como personas y ciudadanos o a la desaparición como especie.

¿Vieron el otro día en la televisión al presidente estadounidense, Donald Trump, tras salir del hospital diciendo esa cantidad de tonterías y sin sentidos, como en otras ocasiones amenaza con acabar con tal o cual país y sus ciudadanos; escucharon estos días al nuevo líder de Bielorrusia, Alexandr Lukas-henko, con sus locuras mesiánicas, y al brasileño Jair Bolsonaro liderando el negacionismo más estúpido?

Y así vamos conformando un rosario de populistas enormemente peligrosos y varios de ellos con el poder suficiente como para acabar, como poco, con el Estado de derecho en sus países, algunos en estado muy incipiente.

No es una elucubración distópica: Trump está a punto de terminar con la democracia en su propio país, considerado por muchos el mayor baluarte de la libertad.

No se engañen, empápense de teoría política y descubran lo que realmente es el populismo, esa forma de gobierno que puede llevarnos al final.

Como decía Plauto y luego popularizó Thomas Hobbes, actuamos como lobos con nosotros mismos, no necesitamos a nadie más fuerte ni superior para destrozarnos. Nos bastamos y sobramos nosotros solitos.

Y termino como comencé, deseando caminar entre dinosarios. Mucho mejor que entre políticos desquiciados.

¡Dónde va a parar!