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“Pudiera ser que pudiera...”

Periodismo de autor
Ángel Orgaz

Esta semana tengo el alma filosófica, o divagante, que viene a ser lo mismo. Siento algo así como un vértigo que todavía no sé a qué se debe. Pudiera ser que pudiera -como cantaba el querido y ahora añorado y recordado Alberto Cortez-, tener su origen en la enorme influencia que está dejando en mi consciencia La montaña mágica, de Thomas Mann, una joya de la literatura y la filosofía que aún no sé cómo se me pudo pasar por alto. Vale más tarde que nunca.

Está desazón interior quizás también pudiera ser que pudiera deberse a esa nueva normalidad que saben que tanto odio. Bueno, la detesto yo y millones y millones de personas, todos al unísono poniendo cara de asco cada vez que oímos tan desafortunado e inexacto término.

Ya les comenté hace un par de semanas las ganas que tenía de que la vida volviera a la normalidad, así, simple, sencilla, a secas y sin adjetivos rimbombantes.

Sinceramente, tenía la esperanza de que fuera ya de fases numeradas y sin cupos y aforos, pudiera ir al supermercado sin ponerme una bolsa de plástico en las manos. Sí, porque en algunos sitios en lugar de guantes, te obligan a ponerte una bolsa.

Háganse una idea de lo difícil que es manejarse entre las estanterías y la elección de esto o aquello con una simple bolsa en las manos.

Claro, que según entro la tiro a la basura, me hago con unos guantes de coger la fruta y con ellos, dentro de lo malo, me voy desenvolviendo.

Pero también pudiera ser que pudiera que mi cuerpo esté experimentando los últimos coletazos de la astenia primaveral (ayer estrenamos verano) y tenga una dosis de cansancio extra a causa de la alergia estacional, que este año me dio como nunca y calculo que como poco estornudé 30.000 veces de febrero a aquí.

Sí, exagerado, ya lo sé, pero estoy hasta las narices; por cierto, colorada cual pimiento morrón, dolorida e irritada en su interior. Si a eso le sumo la anosmia que sufrí, y que me repitió después, pues supónganse.

Así que les reitero las sospechas de que el coronavirus hizo nido en mi organismo y calculo que a estas alturas mis anticuerpos deben de ser más numerosos que los ciudadanos de China, origen cierto de la maldita y desgraciada pandemia.

Y pudiera ser que pudiera que mi turbación no se deba ni al escritor alemán y su inextricable Hans Castorp, ni a la normalidad ni a los efectos medioambientales de la meteorología.

Pudiera ser que pudiera que mi zozobra tenga su origen en el vértigo que me genera el mirar atrás y ver con perspectiva el tiempo transcurrido, intentar comprender la magnitud del hito que supone que este periódico, al que dedico mi esencia, haya alcanzado los 50.000 números tras más de 142 años de cita diaria con los lectores.

Y todas esas sensaciones anteriores se convierten en emoción y orgullo al ver el inédito y maravilloso trabajo coral que realizamos todos los compañeros de EL CORREO y muchos de nuestros colaboradores, que compartieron con nosotros un día de fiesta y auténtica gloria.

Así que llegados a este punto, pudiera ser que pudiera que mi vértigo, mi desazón, mi zozobra o mi turbación se tornen en espe- ranza, deseo, ganas, ansias de vivir aún con más fuerza y alegría si cabe.

Estoy deseando que llegue el 1 de julio para volver a disfrutar de las verbenas, con sus orquestas, sus chiringuitos, sus luces de colores y ese inigualable ambiente de fiesta sin igual.

Cuántas ganas tengo de ir de vacaciones, montarme en el coche con Isabel y viajar sin rumbo en busca de pequeños y maravillosos lugares, aldeas increíbles, paisajes indescriptibles. Y acom- pañarlo de excelentes vinos, ácidas sidrinas, aromáticos quesos y toda cuanta vianda maravillosa de este país se nos ponga por delante.

“Pudiera ser que supiera/ Cómo decirle a la gente/ Con una pocas palabras/ Lo que pasa por mi mente./ Pudiera ser que supiera/ Cómo decirle que el vino,/ Es bueno para beber,/ Y no para hacer camino. (...) Pudiera ser que pudiera,/ Si yo tuviera talento/ Y también lo que hace falta/ Para decir lo que siento”.

Son las dos estrofas iniciales y la final de Pudiera ser que pudiera, una de las genialidades de Cortez, ese poeta y cantautor argentino de origen gallego, un hombre sabio y con un sentido de la justicia sin igual. ¡Cuánto le admiro, cuánto me inspira y cuánto le añoro!