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Que los allegados se conviertan en calabazas y ratones

Ángel Orgaz
Hermosa vista de la Catedral desde la Alameda compostelana. Foto: Antonio Hernández

Qué ganas tiene el Gobierno de complicar las cosas. Debe de pensar que todos los españoles tenemos las capacidades lingüísticas de Noam Chomsky, Umberto Eco o Ferdinand de Saussure para no solo comprender una palabra, sino además interpretarla en los justos términos que ellos desean.

Allegado. Sin duda podría ser la Palabra del Año 2020, que según el Diccionario de la Lengua Española tiene como acepciones para España:

1. adj. Cercano o próximo en el espacio o en el tiempo.

2. adj. Dicho de una persona: Cercana a otra en parentesco, amistad, trato o confianza. U. t. c. s.

Estas son las dos definiciones para el castellano (hay otras, pero como americanismos), y solo uno de los términos concuerda con lo que quiere el ministro de Sanidad, Salvador Illa, que tengamos en cuenta.

Ya saben que dijeron la pasada semana que nos podíamos reunir excepcionalmente durante las Navidades únicamente con familiares y allegados, en un número entre seis y diez personas, de dos o tres núcleos familiares, límites que se irán definiendo si se acotan por arriba o abajo.

Vamos, lo de siempre, que no saben por dónde o que a nadie se le ocurrió mirar qué significaba allegado, o allegada, no sea que se me cabree la ministra Irene Montero.

Pues eso, que nos metieron en un follón, porque yo, por ejemplo, en el caso de que fuera a celebrar en mi casa cena de Nochebuena y Nochevieja, algo que ya les adelanté la pasada semana que no pasará este año, me tendría que devanar los sesos decidiendo a quién dejaba fuera. Con los familiares no hay problema, porque los tenemos más o menos controlados -este sí, aquel no, con el otro ni de coña; sí, sí, llamamos a fulanito, que es muy divertido y alegre; menganito no, que se coge unas cogorzas de aupa-.

Ven que ni nombré a los cuñados, no se me vayan a cabrear, que los tengo variados y en distintos colores.

Porque en la categoría de allegados entran desde el hermano, primo, etc.; amigos, colegas...; compañeros de trabajo, camaradas de barra, y si me apuran hasta los simpáticos y amables camareros que me sirven las cervecitas todas las semanas o al enorme profesional que es el peluquero que tiene que lidiar con mis remolinos cada tres meses.

No me miren así, tiene su lógica, ya que como dice mi mujer, a lo largo del año pasamos más tiempo en compañía de algunos de esos supuestos extraños que con la mayoría de nuestros familiares, y ya no hablemos de la confianza y el afecto que se llega a entablar.

En definitiva, que el Gobierno queriendo abrir un poco la mano para permitir ver a las personas más queridas acaba posibilitando un coladero interminable para que las reuniones de los ágapes navideños se conviertan en una auténtica romería.

Ah, y ya veremos qué pasa con el toque de queda, cómo se va a controlar. Propongo, en mi modestia, que el Gobierno lance un hechizo para que el coche de todo aquel que se pase de la hora se convierta en calabaza y los que acompañen al conductor se transmuten en ratones.

No vean el aspecto que van a presentar las carreteras españolas el día de Navidad y el de Año Nuevo, sobre todo las secundarias, que son las que se suelen utilizar cuando se quieren evitar los controles.

Todo esto sería muy divertido ni no fuera porque la pandemia de COVID constituye toda una tragedia.

Esto, desgraciadamente, se nos fue de las manos hace mucho tiempo. No solo a los gestores sanitarios nacionales o autonómicos, no solo a los políticos. Sinceramente, creo que si alguien puede parar esto somos los ciudadanos con nuestra responsabilidad y dando a nuestras autoridades un ejemplo que nunca pudieron llegar a imaginar.

Ni allegados, ni padres, ni tíos, ni abuelos; ni amigos, ni colegas; ni vecinos, ni amantes. Cada uno de nosotros es lo suficientemente inteligente como para saber quién o quiénes conforman su núcleo más cercano, quiénes son las personas de las que se puede rodear.

Aunque en eso de la inteligencia decía el escritor español Noel Clarasó: “El reparto más equitativo que existe es el de la inteligencia: todo el mundo cree tener suficiente”.

¿Usted qué opina? A mí, desde luego, me gustaría tener bastante más.