Varios psicólogos después

Firmas
Andrés Sampayo Salgueiro

mi psicólogo no tenía un buen día. Ya se lo noté al entrar. En lugar de darme las buenas tardes me saludó con un buenos días. Además me miró sin mirarme. Es decir, estaba pero no estaba.

No sé si me explico pero yo me entiendo. Cuando entramos en el consultorio me invitó a tomar asiento en la silla de la derecha, justo en la que sabe perfectamente que yo nunca me siento. Debería de haberme marchado en ese momento... pero no, me quedé. Y después, cuando se sentó él, aún fue peor. Resbaló y se cayó de culo. El pobre estaba allí sentado en el suelo, delante de mí, intentando mantener el rictus de psicólogo a duras penas.

No se lo ocurrió nada mejor que decir: “¿ves? Todos caemos alguna vez”. Nos reímos juntos de su ocurrencia aunque a mí me daba más lástima que otra cosa. Me estaba sintiendo realmente incómodo. Se supone que él se debe de compadecer de mí, y no al revés.

De pronto me vi invirtiendo los roles y preguntándole qué tal estaba. Lejos de tomarlo como pregunta de cortesía me contestó que mal, que estaba en una mala racha y que menos mal que al acabar conmigo le tocaba a él ir a su psicólogo supervisor.

Al principio me lo tomé como algo personal. ¿Pero de qué va? ¿Qué me quiere decir? ¿Soy tan insoportable que necesita ayuda tras atenderme? ¿Es eso? Se disculpó y me aclaró que no tenía que ver conmigo, que era algo habitual en los psicólogos. ¿Cómo? ¿Que ustedes van también al psicólogo? Le pregunté anonadado. Sí, claro. Es una profesión muy dura, soportando día tras día las penurias de los demás. Ya sabe, uno también necesita desahogarse, además de analizar sus puntos ciegos.

Se me ocurrió indagar, tras semejante confesión, si entonces su psicólogo supervisor a su vez iba a otro psicólogo super-supervisor, y éste a su vez a otro psicólogo desmesuradamente supervisor. Y dijo que sí. Y así sucesivamente.

El resto de la sesión no fue demasiado interesante. Transcurrió, como siempre, hablando de mi madre. Pero cuando salí de allí, se me presentó, de golpe, un fantástico “insight”, una increíble revelación: el proceso también podría darse en la dirección opuesta...

Quizás yo también debería ir a un psicólogo antes de ir al psicólogo, a un pre-psicólogo, y quizás incluso, antes, a un pre-pre-psicólogo. A saber la de profesionales que podría llegar a ver antes de reunirme ante el genuino. Sería fantástico, así tendría yo ocupada toda la semana... Pero claro, de genuino, nada. El genuino será el que le atiende a él. O el que atiende al que le atiende a él...

¡Dioos! Me voy a volver loco. Necesito un psicólogo. ¡No! ¡Uno, no! ¡Cientos!