“Aquí no se roba dinero ni se destrozan familias”, dice Sandra, al frente de un local de apuestas deportivas de Ribeira // En la parte posterior de una cafetería, junto a un callejón, seis jóvenes rodean una máquina para ese tipo de juegos TEXTO Suso Souto

¿Qué apostamos?

Casas de apuestas
Suso Souto
Interior de un local de apuestas (al que no pueden acceder menores) en Ribeira, y en el que hay siete máquinas para apostar y varios ordenadores. Foto: Suso Souto

Desde que se legalizó el juego online en 2012 y se regularizaron las apuestas deportivas presenciales en 2014, existe un bombardeo de publicidad dirigida sobre todo a adolescentes, y rara es la localidad en la que no exista un local de apuestas. En Ribeira, por ejemplo, hay tres: Bwin, Luckia y Sportium. Sus coloridas fachadas no dejan ver el interior. Fotos de futbolistas y baloncestistas son el reclamo, como asomándose a unos ventanales que, en realidad, no existen. Pero, ¿qué hay tras esas puertas, demonizadas por unos, adoradas por otros? ¿De qué huyen quienes las temen, y a qué acuden quienes las desean? Hoy traspasamos el umbral.

Sandra Camino García acude cada día, de lunes a lunes, al local de apuestas Luckia, en la avenida del Malecón de Ribeira. Lo hace desde que se inauguró, en 2016. Trabaja allí. Lo primero que me encuentro es una pequeña barra. Un refresco (el que están pensando) cuesta 1,60 €. Lo mismo que en el bar de al lado. ¿Y ahora qué? ¿Esto cómo va?

El local es amplio; en las paredes cuento diez pantallas: en unas están emitiendo las competiciones; en otras, los resultados. Parece una pequeña terminal de aeropuerto. Dispuestas contra la pared cuento siete máquinas, similares a las tragaperras, pero que son para apuestas.

El sistema es sencillo en su inicio, pero complicado en su desarrollo (para un novato, claro). Desde 1 € es posible apostar no sólo en fútbol o baloncesto, sino también en tenis, béisbol, boxeo, ciclismo, carreras de caballos e incluso dardos o billar.

Elegido el deporte, la apuesta se puede ir engordando con cuotas adicionales (quién marcará el primer gol, cuándo...). Sandra dice que “en estos cinco años, nunca entró un menor. Saben que no pueden. Sólo mayores de 18, y se pide siempre el DNI. Tampoco quienes estén en el registro de autoprohibidos”.

“El fútbol es el deporte que más apuestas mueve, porque hay más competiciones. Y muchas personas vienen aquí a ver partidos”, explica.

“Buenos días, Ramón”, dice saludando a un cliente. “Buena parte de la clientela es fija”, comenta. Le pregunto cuánto puede apostar de media el más asiduo. “Aquí no controlamos lo que gasta nadie”, responde. Llegados a este punto de la conversación, se lamenta de que “este tipo de negocios están mal vistos; como si fuesen antros. Hay muchos prejuicios. Aquí no se roba dinero ni se destrozan familias. No se obliga a nadie a venir; la gente es adulta”.

También un experto que estudia la ludopatía en adolescentes en Galicia, Antonio Rial (profesor de Psicología de la USC) advierte que “no se puede demonizar ni a los empresarios de las casas de apuestas ni a toda la juventud”. Eso sí: los datos de su último estudio ponen los pelos de punta. “Fueron encuestados 9.059 adolescentes de entre 12 y 17 años. Uno de cada 4 (el 24 %) reconoce haber apostado dinero en algún juego de azar. El 22,6 % lo hizo de forma presencial, y el 7,1 % por Internet. Apuestan el triple de menores de manera presencial que online. De hecho, el 82,7 % de los que apuestan a través de la Red también lo hacen de manera presencial”, señala.

Entonces, ¿qué falla y dónde?

Para empezar, Rial advierte que “el control del acceso en los locales de apuestas funciona medianamente”. Pero es que muchos menores apuestan en máquinas instaladas en bares y cafeterías, “que son el principal atractivo para los adolescentes”, dice Rial. Al menos 2 de cada 3 juegan por esta vía, según su estudio. Y es que en los bares y cafeterías los menores pueden entrar, aunque no para consumir alcohol.

El sistema tiene, pues, serias grietas. “Cualquier conducta adictiva en la adolescencia tiene cuatro veces más probabilidades de agravarse en la etapa adulta”, señala. “Uno de cada diez menores que apuestan va a sufrir adicción al respecto. En Galicia, 25.000 menores apuestan de forma regular”, explica Rial.

Y otro dato preocupante: más de la mitad de los progenitores cuyos hijos menores apuestan, lo saben (el 61 %). “Muchas veces no son conscientes del riesgo; hay quien cree que lo que hace su hijo es como cubrir una quiniela”, dice el experto.

Salgo del local de apuestas más preocupado por lo que veo fuera: máquinas de apuestas deportivas en varios bares. En uno, está ubicada en la parte posterior del local, a unos centímetros del callejón. La rodean seis jóvenes. Puede que sean menores. O no. ¿Qué apostamos?