|| La otra jugada ||

A sus 36 años y con cuerda para rato

Víctor Tobío
Steve Kerr. Foto: E.P.

ETERNO, extraterrestre, rey de Francia, extraordinario, indestructible, inmenso, leyenda,...Estos y otros muchos calificativos le dedicó la prensa internacional al último éxito de Rafa Nadal en Roland Garros. La verdad es que a estas alturas de la película cualquier titular es válida para dar cuenta de esta nueva proeza del tenista mallorquín. Pero, como dice un buen amigo, aficionado al tenis y, por supuesto, incondicional seguidor del jugador de español, lo mejor es que cada uno ponga el adjetivo calificativo que quiera porque lo suyo roza lo milagroso y no porque haya logrado su décimo cuarto triunfo en la tierra batida de París, si no por las circunstancias en las que lo logró.

Cualquier seguidor de la carrera de Nadal conoce de sus problemas de lesiones y de ese llamado síndrome de Müller-Weis con el que convive desde hace años que es inoperable y le causa mucho dolor, una lesión degenarativa diagnosticada en 2005, para la que no hay cura y que va aguantando a base de infiltraciones que le duermen el pié. Seguramente, cualquier otro jugador hacía tiempo que habría echado pie a tierra y más si, como Rafa, tiene asegurado su porvenir y el de sus hijos como para tener que seguir arrastrando ese problema por las pistas del mundo adelante.

Entonces, dadas estas circunstancias, ¿qué es lo que puede llevar a un deportistas a continuar en activo? Esta pregunta solo la podría responder el interesado pero puestos a analizar su trayectoria puede que siga al pie del cañón por esa determinación que siempre ha demostrado ante la adversidad y para demostrarse que sí mismo que pese a todo y a todos, si uno es capaz de jugar con esa grave limitación, es capaz de todo, ganándose la admiración ya no solo de los aficionados, con la que cuenta desde hace muchos años, sino también de sus más directos adversarios. Solo hay que dar cuenta de la felicitación de Medvédez, el alemán al que superó en las semifinales en las que sufrió una grave lesión de tobillo que le obligó a retirarse.

Lo curioso del malloquín es que tras ganar un nuevo título en París, su comportamiento sigue siendo igual que cuando con apenas 19 años se impuso por primera vez en Roland Garros ante la, por decirlo suavemente, indiferencia de un público galo al que no le hizo ni pizca de gracia que un jovencito español se impusiera en la final al argentino Mariano Puerta. Desde aquella han sido 17 participaciones en las que solo perdió tres partidos por 112 victorias, situándose ahora mismo con 22 Grand Slam, dos más que sus eternos rivales, Roger Federer y Novak Djokovic. Una cifra que solo parece estar al alcance del serbio ya que ahora mismo el suizo apunta a una pronta retirada, lo que no es óbice para que se le siga considerando como uno de los mejores jugadores de la historia del tenis.

Pero lo realmente llamativo de este nuevo hito del jugador nacido en Manacor es que a sus 36 años sigue quitándole la razón a los que desde hace tiempo quieren retirarlo y más recientemente con la irrupción del joven murciano Carlos Alcaraz al que buena parte de los entendidos ven como su relevo natural, algo que solo el tiempo dirá, pero que de momento tiene que ver como su veterano compatriota sigue cosechando éxito tras éxito. Es más, con su triunfo en la ‘Philippe-Chartier’ ante el joven noruego Casper Ruud, supera a otro compatriota, Andrés Gimeno, como el tenista más veterano en apuntarse un Grand Slam.

¿Y ahora qué? Ante todo lo que se había especulado en los medios especializados a lo largo del torneo sobre la posiblidad de que una vez rematada su participación quizá anunciase su retirada, lo cierto es que el propio jugador se encargó de aclarar que todo va a depender de cómo se encuentre. Si puede seguir compitiendo a base de infiltraciones que le duerman los nervios del pie afectados por su lesión, entonces ahí seguirá. Caso contrario, lo dejaría porque, eso es cierto, en tenis ya ha hecho casi todo lo que tenía que hacer. Es más, si como el mismo se encargó de declarar, si alguien en 2005, cuando levantó su primera copa en la capital francesa, le hubiese dicho que diecisiete años más tarde iba a a estar posando ante la Torre Eifel con su título décimo cuarto, no se lo hubiese creído.

Ahí estaba para admiración del mundo entero, incluso de aquellos a los que no les gusta el tenis. Debe ser el único madridista confeso al que los aficionados del Barcelona no solo admiran, sino que respetan y celebran sus triunfos. Y es que si algo ha distinguido siempre a Nadal ha sido su saber estar, su deportividad, su caballerosidad y el darle la justa importancia a un deporte que, como él mismo dijo en más de una ocasión, no deja de ser eso, un deporte en el que “unas veces se gana y otras se pierde”, aunque en su caso son muchas más las victorias que las derrotas. Todo un ejemplo.