|| La otra jugada ||

Barça: un cúmulo de despropósitos

Firmas
Víctor Tobío
Velasco Carballo. Foto: EFE

LOS ÚLTIMOS acontecimientos en torno al F.C. Barcelona vienen a demostrar que el principio de Murphy se cumple a rajatabla, ya que si la cosa ya iba mal tanto en lo deportivo como en lo ecómico, ahora ha empeorado con la intervención del los Mossos d’Esquadra registrando las oficinas del club y deteniendo a cuatro de sus máximos dirigentes hasta no hace tanto, el expresidente Josep María Bartomeu, el CEO Óscar Grau y los reponsables del Servicio Jurídico y del gabinete de la Presidencia, Ramón Gómez Ponti y Jauma Masferrer, acusados de administración desleal y corrupción entre particulares.

Esta intervención de la Policía autonómica catalana, a las órdenes del Juzgado número 13 de la Ciudad Condal, está directamente relacionada con lo que se dio por llamar en su día el Barçagate, con la contratación por parte del club de una empresa privada para desprestigiar, difamar y erosionar la imagen de jugadores, exjugadores, directivos y personajes del entorno azulgrana a través de las redes sociales en cuentas de Twitter, Facebook y páginas web y que provocó, una vez se tuvo conocimiento público de ello, un auténtico maremoto dentro de la entidad con la dimisión de varios dirigentes que se sintieron engañados por sus compañeros de junta.

No deja de sorpender que salte este tema por los aires, seguramente una coincidencia no buscada porque los tiempos de la Justicia nada tienen que ver con los intereses de una entidad privada, en la semana que rematará hoy con las elecciones a la presidencia del club, elecciones convocadas tras la dimisión de Bartomeu hace ya de esto cuatro meses y que deberían haberse celebrado a finales de enero pero que la pandemia aconsejó retrasarlas en busca de una mayor seguridad sanitaria de los socios.

Tampoco deja de sorprender que los dos últimos presidentes del Barça hayan tenido serias dificultades con la Justicia, comenzando por Sandro Rosell que estuvo más de quinientos días en prisión preventiva y que saldría absuelto de los cargos que le imputaban lo que también, en su momento, levantó no pocas críticas hacia la titular del juzgado que lo mantuvo en prisión cuando al final se demostró que las pruebas en su contra no se sostenían.

Curiosamente y sin que, seguramente, una cosa no tenga que ver con la otra, tanto Sandro Rosell como Josep María Bartomeu fueron en su día compañeros de junta de Joan Laporta, aunque la relación entre ellos acabase como el Rosario de la Aurora. Laporta es ahora mismo, de los tres candidatos a la poltrona azulgrana, el que cuenta con mayores posibilidades de hacerse con la victoria. De hecho, todas las encuestas lo dan como claro favorito ya que los otros dos rivales, Víctor Font y Toni Freixa, no han conseguido opacar la figura de un hombre que ha tirado de historial para hacer valer su nombre ante los socios con derecho a voto.

Pero, es tal el nivel de deterioro al que sus dirigentes han conducido a un club que hasta no hace tanto gozaba de un bien ganado prestigio, que un hombre como Laporta, derrotado con claridad en las últimas elecciones por Bartomeu, vuelve a contar con las simpatías de unos socios que quieren ver en él al dirigente que consiguió los mayores exitos deportivos, olvidándose de que en su gestión hay numerosas sombras, especialmente en el terreno económico pues cuando abandonó el club dejó una importante deuda y nunca consiguió quitarse de encima las acusaciones de que utilizó el club para su medraje personal tanto en lo social como en lo económico. De hecho, rematado su mandato en el palco azulgrana le faltó tiempo para lanzarse a la arena política como concejal por Barcelona con aspiraciones a metas más altas pero rápidamente tuvo que desistir porque se encontró con que el terreno de juego político no era en el que mejor podría desenvolverse.

De lo que no cabe la menor duda es que si se cumplen las previsiones y el ganador de las elecciones es el inefable Laporta, el Barcelona podría entrar en una etapa de claro sesgo independentista pues el aún candidato, una vez validadas las firmas para poder presentarse, lo primero que hizo fue ir a visitar al fugado Carles Puigdemont, en una suerte de intento por recabar el apoyo de los socios independentistas, olvidándose que el Barcelona cuenta con cientos de miles de aficionados y simpatizantes por todo el mundo, entre los que, lógicamente, cada uno tiene su ideología y que como entidad deportiva, por mucho que sea, que lo es, más que un club, debe mantenerse al margen de luchas políticas que lo único que le pueden llevar es a una desafección de aquellos que ven que la deriva de su presidente lleva al club a convertirse en altavoz de unas reivindicaciones con las que muchos de ellos no se sienten identificados.