|| La otra jugada ||

Entre tahúres anda el juego

La Otra Jugada
Víctor Tobío
Aleksander Ceferin en el Congreso de la UEFA. Foto: UEFA

DESPUÉS de dos semanas de esa Superliga que pasó por el firmamento futbolístico cual estrella fugaz, ahora se empiezan a conocer algunos, que no todos, los detalles que se dieron antes, durante y después del alumbramiento a cargo de Florentino Pérez en una entrevista a altas horas de la noche como si hubiese algo que ocultar. Y puede que ahí esté una de las razones por las que la iniciativa fracasó a las pocas horas de hacerse pública.

Es más, ahora a cualquier cosa que no tenga relación con el tema se le intenta sacar punta, como al arbitraje sufrido por el equipo femenino del Barcelona en su visita al PSG o la comida, conocida días atrás, que mantuvieron hace más de un mes y medio en un conocido restaurante de Barcelona el presidente de la UEFA, Aleksander Ceferin, y uno de los capitanes azulgrana, concretamente Gerard Piqué, encuentro al que luego se sumaría, a los postres, Joan Laporta.

Más de uno se preguntará qué pinta el dirigente europeo en la Ciudad Condal departiendo con el jugador del Barça. Parece ser que Piqué estaba interesado en conocer de primera mano sobre la mecánica del reparto de los derechos de televisión y del funcionamiento del organigrama de la UEFA, en aras de poder gestionar mejor sus negocios.

Lo cierto es que al menos, de momento, la puesta en marcha de la Superliga ha quedado cancelada en vista de que diez de los doce equipos que la apoyaban dieron marcha atrás en una demostración de cobardía. Pero consideraciones morales al margen, lo verdad es que si esto no salió adelante fue porque sus patrocinadores midieron mal sus fuerzas.

Florentino y compañía sabían con antelación que se iban a encontrar con la oposición de la UEFA y de la FIFA además de con el rechazo de las distintas ligas y federaciones. Ese punto lo tenían claro y estaba descontado.

Con lo que no contaban era con la oposición frontal del poder político, especialmente en Inglaterra y en menor medida en Francia y, sobre todo, de la oposición de una afición, la inglesa, que entendió la Superliga como un ataque a la Premier, algo que consideran propio e intocable. Hay que entender la relación de los supporters con sus clubes para comprender su reacción. Y ahí estuvo el quid de la cuestión.

El no haber explicado con pelos y señales que esta nueva competición no venía a sustituir a las ligas nacionales. Es más, que estas podrían salir beneficiadas de forma indirecta a la hora de traspasar jugadores a los equipos de la elite y ya de una forma más directa, con la inyección de ayudas económicas que saldrían de los cuantiosos derechos de televisión que generaría la Superliga.

El problema es que hubo equipos, sobre todos los ingleses, que no aguantaron la presión y en apenas 48 horas se desdijeron de lo que habían firmado y a partir de ahí todo fue confusión y caos.

Ahora se sabe que por parte de los Big-6 de la Premier, se pretendía que las invitaciones pasaran de cinco a nueve para hacer una competición más abierta, idea desechada por la otra media docena de clubes que preferían seguir con el formato original y no cargar más un calendario ya de por sí, sobrecargado. También había quien ponía en cuestión la inclusión entre los doce clubes fundadores del Atlético de Madrid argumentando que el cuadro colchonero apenas aporta valor a los derechos de televisión. Pero esto fueron cuestiones menores que quedaron en el tintero y que ya habían sido superadas.

Ínfulas de ganador. Lo que no es de recibo son las amenazas de un Ceferin que ahora mismo se siente el ganador del pulso echado a la aristocracia de los clubes europeos y está dispuesto a dar un escarmiento en la cabeza de aquellos que aún se mantienen en sus trece, a saber, Real Madrid, Barcelona y Juventus, como si estas entidades no tuviesen todo el derecho del mundo a decidir, si así lo quieren, montar una competición paralela a la Champions League.

Una Champions, recordémoslo, que aporta el 70 por ciento de sus ingresos al organismo que preside el dirigente esloveno, con un reparto que los clubes consideran injusto pues son los que ponen y pagan a los actores y, sin embargo, son los que menos reciben del pastel.

Consejos. Es más, si por esto no fuese poco, Ceferin, en un intento de salir al paso de las quejas de los directivos de la Superliga, no tuvo otra ocurrencia que decirles que deberían rebajar los salarios de los jugadores para hacer frente a la crisis provocada por la COVID-19.

La petición tendría su justificación si no fuese porque el propio presidente de la UEFA no se hubiese subido el sueldo en 450.000 euros en plena pandemia por el coronavirus, con lo que actualmente recibe una retribución anual de 2.190.000 euros. A esto se le llama predicar con el ejemplo.

Y mientras seguimos a la espera de ver en qué queda la cosa, no es menos cierto que ese intento de dejar a clubes como el Real Madrid o el FC Barcelona fuera de la Champions League la próxima temporada, no creemos que tenga mucho recorrido.

Al final las aguas volverán a su cauce y desde Suiza se intentará calmar a los clubes revoltosos con un trocito más de la tarta televisiva.