OBRADOIRO CAB: 50 AÑOS DE UN CLUB ESPECIAL (12) Fue pionero, un jugador diferente dentro y fuera de la cancha, uno de los 8 fichajes de un equipo que apenas seis días después de la fundación de la entidad, el 11 de octubre de 1970, ya ganaba // Junto a Tonecho formó una pareja de leyenda TEXTO Cristina Guillén

Jose Caldas, un ‘alma libre’ en el primer Obra de la historia

Obradoiro CAB: 50 años
Cristina Guillén
Pedro Caldas en la presentación de Miki Abarca. Foto: Archivo ECG

Se atrevió con los tatuajes y la melena cuando ni una cosa ni la otra eran bien vistas ni en la sociedad ni en el deporte; sus pretemporadas las pasaba en Francia e Inglaterra, allí ganaba músculo, experiencias vitales, alguna que otra oferta para unirse a clubes de esos países, mientras se afana en recoger la uva, trabaja en destilerías de whisky o en lo que se ponía por delante; dice que el suyo era un juego anárquico, nada sujeto a los estrictos sistemas de hoy en día, jugaba para disfrutar, porque amaba -ama- el baloncesto por encima de todo sin importar tanto el cómo o el para qué como el con quién; pero si su trayectoria está llena de capítulos de una vida valiente, sin corsés, siempre pendiente de transmitir los valores y las oportunidades que brinda el hecho de formar parte de un E-QUI-PO, enseguida se retrae cuando le toca exponer su legado: “A mí no me gusta salir, hay mucha otra gente que se merece que se hable de ella”, repite. Ese es el mantra del Obradoiro CAB, de su gente, de Jose Caldas (Santiago, 17 de octubre de 1949), de una familia de la que este santiagués, apodado El Indio, formó parte desde el primer día... hace ahora ya 50 años.

“Siempre me acuerdo de la gente que estaba por fuera del Obradoiro, los que ayudaban en cualquier situación, el extra Obradoiro”, quiere comenzar su relato. Pero enseguida añade: “Yo prefiero no vivir mucho de los recuerdos porque te dejan ahí un poso de melancolía, de tristeza. Es que los años pasan volando y la pena es que no los aprovechemos para intentar ser lo más felices todos”. Y en ese anhelo lo tiene claro: “A mí me tocó una de las mejores etapas del Obradoiro. Había una gente maravillosa”.

Desde la cola del colegio. El José Caldas jugador de baloncesto nació mientras guardaba cola un día cualquiera en la entrada del colegio Peleteiro, cuando Carlos Lamela llama su atención y le cita para el día siguiente, a las 8 de la mañana, para comenzar a entrenar en sesiones individuales. “Tenía 13 años, de aquella se empezaba así tarde”, aclara. “Pero estaba encantado. Yo ya iba a ver partidos del antiguo SEU y no sé por qué ya llevaba el baloncesto en la sangre. Llegué a casa y se lo dije a mi madre, ella ni siquiera sabía lo que era este deporte y se extrañó, pero se levantó a las siete para ponerme el desayuno y darme un bocadillo. Como no tenía botines me fui con unas zapatillas de esparto y entrené vestido. Trabajábamos 3 o 4 días a la semana. Abría el gimnasio del colegio de abajo y la verdad es que le estoy muy agradecido porque fue entrar en una actividad que me encantó”, echa la vista atrás el compostelano.

Por aquel entonces la rivalidad entre los equipos de los centros de La Salle y de Peleteiro era épica, pero principalmente el baloncesto era un deporte de estudiantes, “un deporte de la Universidad”. “Yo creo que Lamela me cogió por la altura. Se dijo ‘a este hay que engancharlo’ porque el kilo de carne estaba carísimo. Aunque fuese todo dientes y orejas, le dio igual, esperaba que hinchase un poco. Por parte de él fue una obra estupenda”, asume Caldas que confiesa: “Sin embargo donde me hice verdaderamente jugador era en los 3 contra 3 del patio. Ahí fue donde empecé a aprender, ahí me fajaba. Era mi segunda escuela, una escuela muy importante. La verdad es que me da vergüenza decirlo pero tuve muchos esguinces de tobillo y hasta jugaba con yeso. Cada poco le iba al doctor Echeverri, que era amigo de la familia, con él partido y no puedo decir cómo se me ponía”.

Porque Jose siempre tuvo un espíritu indómito: “Era terrible, hasta me expulsaron del colegio. Quién me iba a decir que con los años me iba a tranquilizar y hacerme modosito. Era muy muy travieso, muy inquieto y muy activo. De aquella a los hiperactivos no se les trataba como ahora. De aquella el sicólogo era el puño o la mano”. Por eso insiste en que “el deporte para mí fue maravilloso, fue lo que me estabilizó porque de aquella el deporte era libertad, nos dejaban ser nosotros, nos divertíamos”. “Siempre fui un alma libre”, acepta.

Un gran proyecto. Después de formar parte del frustrado proyecto del Compostela, no tardó en llegar la oportunidad de entrar en la historia como uno de los primeros 8 jugadores que fichó el recién creado Obradoiro CAB. “Antes ya me quiso llevar el Bosco de La Coruña pero me embelesaron, y como siempre fui un enamorado de Santiago, preferí quedarme aquí. Me gustó el proyecto y la gente que se había involucrado en él. Era gente estupenda. Jugamos un primer partido en Ourense con Pirulo (Jesús Rivera), (Antonio) Casal, Quino, Faustino Masaguer, (Pepe) Fernández, Nachito (Rey), Nacho Barca y yo. Ganamos y eso ya dio la primera alegría”, recuerda.

El acta constitucional del club se firma el 5 de octubre de 1970 y solo seis días después, el 11, se disputa ya ese primer encuentro de Liga. “El nombre de Obradoiro fue un acierto porque sonaba muy bien, siempre se recordaba la plaza, y parecía que hasta contábamos con la bendición del Apóstol como nos decían muchos”, apostilla.

“Yo creo que ni habíamos entrenado, pero los que estábamos allí éramos verdaderos locos del baloncesto y eso fue lo que nos hacía hacerlo mejor aunque no fuéramos buenos. Lo disfrutábamos, de técnica y táctica nada, jugábamos libre, pero sí teníamos gente con condiciones como Nacho Rey o Nacho Barca. El equipo después se fue recomponiendo como era normal”, aporta al recordar las posteriores incorporaciones de José Luis González Pilis, Villanueva, Pablo Pérez o los puertorriqueños Eddy Guadalupe y Roberto Serrano. “Fue muy importante que la gente que llevaba al Obradoiro estuviese muy unida, trabajaba mucho. Couceiro se movía y estaba en todas partes. Ya se empezaba a ver la esencia del baloncesto”, reitera.

Todos a una. Era una sociedad diferente, una Compostela distinta en la que las prioridades, los valores y el ritmo de vida distaban mucho de las de hoy en día. “El primer año no nos pagaban pero el Obradoiro siempre compensó a sus jugadores. Éramos un equipo que si podíamos viajábamos en avión, con buenos hoteles, nos empezaron a dar algún dinero el año que ascendimos, pero después los estudiantes tenían su pensión, su comida... la directiva hacía un sobreesfuerzo porque la ciudad se empezaba a involucrar y todo ayudó”, repasa el santiagués que continúa: “Había un buen grupo de aficionados y colaboró también EL CORREO GALLEGO, porque desde el principio ya se empezó a hablar de nosotros, se escribían las crónicas y las entrevistas. Había vidilla a nuestro alrededor. También ayudaron después una barbaridad las reuniones en la cafetería Royal y es que a la hora del café ni se podía entrar”.

En ese primer año de vida el Obradoiro CAB milita en la Tercera División junto a otros 10 equipos, todos ellos gallegos, y acaba tercero. Al siguiente curso el grupo se amplía a 14 conjuntos y el cuadro santiagués repite una gran trayectoria cerrando el año segundo, solo superado por el Celta, con 21 victorias, pero en la fase final no logra dar el salto. Sí lo consigue ya al tercer intento. En la campaña 1972/73, sólo La Casera de Lugo se demuestra mejor que él. “Éramos un equipo de estudiantes que se entendía a las mil maravillas porque convivíamos juntos, parábamos juntos, tomábamos los cafés juntos y entonces lo extrapolabas todo, lo de fuera a la cancha y lo de la cancha a fuera. Jugábamos casi sin balón”, describe José Caldas a aquel Obra de los inicios.

“Teníamos al filósofo Vitolo que nos dejaba jugar libremente. Los entrenamientos eran 8 cosas o 10, y luego en los partidos eran 2 o 4 movimientos y sobre todo mucho contraataque, una defensa muy fuerte. Yo tenía que rebotear porque tenía buen salto, pero mi técnica venía de casa, saltando tocando el techo 500 veces, era por repetición”, sonríe y continúa: “Éramos listos, ágiles y con equipos infinitamente superiores ahí dimos la lata”.

“Yo era un jugador anárquico. Las canastas que podía meterlas de frente las adornaba, hacía aros pasados aunque algún directivo se subía por las paredes. Me gustaba hacer cosas raras. Pero es que con apenas 1,90 frente a tíos de más de 2 metros había que poner la cabeza a funcionar, si no mal asunto”, se defiende el santiagués.

Caldas permanece en el Obra hasta la temporada 74/75, cuando la llegada de Alfonso Rivera al banquillo le tiene reservado un nuevo rol: “Decían que no le gustaba que los casados jugasen al baloncesto, pero lo cierto es que acabó la temporada, vino gente muy alta y Alfonso se portó siempre conmigo de maravilla”. “La verdad es que me tenía que dedicar a otra cosa porque ya tenía una familia”, sopesa sobre su situación con apenas 26 años. “Después ya vi que el baloncesto me llevaba tiempo. Jugué en el Queixume un año, otro en el Peleteiro al que luego entrené aunque yo no nací para ser entrenador. Yo era demasiado anárquico y libre aunque los jugadores disfrutaban conmigo”.

“Lo más maravilloso fue disfrutar del baloncesto como lo disfruté. Luego vinieron mis hijos, el colegio López Ferreiro, estuve en el CB Rosalía, en Júniors, en Pío XII ayudando a mi hermano Pedro... tuve a mi alrededor grandes enamorados del baloncesto”, se congratula.