El periodismo no solo trata de contar noticias, sino de descubrir quién y qué hay detrás de ellas
He crecido en una casa donde las luces de la mesilla de noche solo se apagaban cuando se cerraba un capítulo, donde los libros devoraban centímetros a un piso que había tenido que comer espacio al pasillo para conseguir una habitación más, donde a falta de recursos y de tiempo para bibliotecas repasé una y cien veces los cuentos y las novelas de mis amigas y donde se esperaba con ansia el mediodía, a la llegada de ese avión que venía de Madrid con la prensa, para acudir al kiosco y añadir más lectura para el final de una jornada por veces eterna.
Pese a contar solo con estudios básicos, pero con una inmensa capacidad para aprender, para saciar su curiosidad y hasta sus ansias de otras vidas, mis padres me enseñaron con su ejemplo, que es como realmente se aprenden las cosas, que leer abre mentes y ofrece oportunidades, por eso ahora, aun en los peores momentos de una profesión capaz de absorberte hasta la extenuación, me siento una privilegiada.
Siempre me he considerado una canterana. Al reproducir las sensaciones de esas promesas del deporte cuando llegan a los primeros equipos traduciendo su particular revolotear de mariposas en el estómago como un sueño cumplido, insistiendo en que no hay premio mejor que sentirte uno más junto a quienes has admirado siempre desde abajo, me veo reflejada. Siempre he querido escribir, aun cuando creí que no podría conseguirlo al carecer Compostela de una Facultad de Periodismo no me imaginaba haciendo otra cosa, y como aquel ciudadano cuya máxima aspiración política es ser alcalde, poder ayudar a quienes tiene más cerca, disfruto y me enorgullezco de escribir de y para mi gente.
Muchos de los protagonistas de mis páginas han sido antes y sobre todo amigos, o amigos de amigos, o conocidos, o compañeros de fiesta o de estudios o incluso rivales en una cancha. Asumo que a veces así la imparcialidad se tambalea, pero estoy a la vez plenamente convencida de que también me acerco más a poder plasmar esa mezcla de hechos y sentimientos, que es de lo que realmente creo que se trata la labor de los periódicos ahora que la inmediatez la acaparan las redes sociales.
Así que pasé de ojear EL CORREO GALLEGO mientras mi madre despachaba en nuestro antiguo supermercado, a pelearme por el ejemplar con los clientes cuando el negocio familiar derivó en una jamonería, a encargarme de escribir y de llevar hasta la redacción del Preguntoiro el resumen de mi partido de baloncesto del fin de semana con el equipo de Cluny y en mi etapa en Compañía de María.
No tardó en llegar el momento de enfrentarme a mi primer reportaje como becaria sobre las crueldades de un país como Timor Oriental, a sumar tardes intensas en emociones y juego por los pabellones de Cluny, Pío XII, Rosalía o Peleteiro, a escribir –por fin– sobre la llegada de mi Obradoiro a la ACB, a ver realizada mi fantasía de niña de entrevistar a mi admirado Mario Iglesias, a tener la oportunidad de llamar, preguntar o rebatir a las grandes figuras del deporte, pero sobre todo a poder decir bien alto que formo parte de una sección, de un equipo de Deportes que no solo me ha arropado, ayudado y hasta ha hecho posible que crea en esa quimera llamada ‘conciliación’, sino que también ha demostrado y demuestra cada día que el periodismo no solo trata de contar noticias, sino de descubrir quién y qué hay detrás de ellas.
Son casi veinticinco años, más de media vida en la redacción de EL CORREO, y como aquel hermano con el que peleas y guerreas, pero jamás dejarías que nadie ajeno le dañara, me reafirmo en su labor como medio de comunicación de referencia para conocer lo que realmente sucede en Santiago. Porque como Compos-tela ambos están ligados a su pasado, con una historia rica y grande, y como Compostela también encara con valentía y dignidad su futuro.