OBRADOIRO CAB: 50 AÑOS DE UN CLUB ESPECIAL (17) Gran jugador, ejemplo de buen compañero y buen amigo, Antonio defendió la camiseta de la entidad durante cuatro temporadas antes de ejercer de entrenador ayudante en tres etapas TEXTO Cristina Guillén

López Cid: la mejor definición para la palabra ‘generosidad’

Obradoiro CAB: 50 años
Cristina Guillén
Antonio, primero por la izquierda, en el banquillo. Fotos: ECG

Si a muchos de los protagonistas de la historia del Obradoiro CAB se les pidiese que cerrasen los ojos y dijesen qué primer nombre se les viene a la cabeza cuando se menciona la palabra generosidad, habría unanimidad: Antonio López Cid. Tras sus 1,93 metros de altura -“Bueno, ahora alguno menos que voy encogiendo”, bromea-, una de esas sonrisas tan sinceras y creíbles que siempre acaban por iluminar la mirada, un humilde discurso tamizado por el rubor cuando se le recuerdan sus hazañas, y la emoción imposible de contener cuando su charla echa la vista atrás para mencionar a quienes ya se han ido, está el amigo que todos desearíamos tener, el compañero más preocupado de aportar que de recoger, el escudero en las fiestas pero el primer y mejor aliado en los problemas, y hasta el rival que, por su honestidad dentro y fuera de la pista, siempre ficharías para tu equipo.

Antonio es parte vital del Obra en sus inicios (defendió su camiseta entre 1974 y 1978), pero en su faceta de entrenador ayudante (en tres etapas durante los años 80) y confidente, su presencia en el club ha sido una constante. “Al final, sólo se tiene lo que se ha dado”, escribía en uno de sus libros Isabel Allende y este ourensano de adopción, tan grande como bueno, tiene mucho... porque también lo ha dado.

En la llegada de Antonio López Cid (Salvador Bahía, Brasil; 1952) al club compostelano fue fundamental la figura de su padre quien, esperando sin éxito a su que hijo aprovechase su estancia en Madrid para estudiar, un buen día “me cogió de las orejas” y le trajo de vuelta a Galicia. “Yo no creo que fuese un jugador que prometiese, lo que pasa es que en aquella época media 1,93, era un chico alto y destacaba, por lo que me fui a hacer una prueba al Estudiantes. Ni siquiera estaba fichado”, comienza su relato. “En Ourense las aspiraciones eran mucho más pequeñas y era otro tipo de baloncesto, más tranquilo, pero en Madrid teníamos que acabar lo más alto posible, jugamos la Recopa -alcanzaron las semifinales- que ahora se ve lejos, pero de aquella jugar una competición europea era algo bastante inusual, para el propio club fue un logro y era su primera vez. También llegamos hasta la final de la Copa -entonces del Generalísimo- aunque nos pegaron una paliza de aúpa porque el Madrid era mucho Madrid (123-79 fue el resultado en aquel partido disputado en Valencia en la temporada 1972/73). Se fueron logrando cosas pero había ido allí a jugar y teóricamente a estudiar, porque me lo pagaban todo, y mi padre creía que eso del baloncesto estaba muy bien, pero que la otra parte no la cumplí así que tuve que volver”, se ríe ahora: “Él no entendía que me gustara tanto y que se pudiera incluso vivir del baloncesto. Era una época completamente diferente”.

Reclutado por Couceiro. Fue entonces cuando José Manuel Couceiro, hábil reclutador, aprovechó la oportunidad para incluir a Antonio López Cid en su proyecto para la temporada 1974/75. “Fue capaz de convencer a mi padre de que aquí sí estudiaría, que estaría más cerca de casa, que no era una liga tan profesionalizada y se lo creyó... aunque al final tampoco estudié mucho. Soy diplomado en Relaciones Laborales pero lo conseguí después de dejar el baloncesto”, aclara.

Su llegada coincide con la del maestro Alfonso Rivera al banquillo y la de otros cuatro compañeros: Andrés Caso, Alfredo Domínguez, Manuel Fernández Rey Pirulo y el primer americano en la historia del club, Dave Stockinsky. “No era mal jugador, pero la directiva pensaba que había fichado a una persona de dos metros pero al final resulta que medía 1,92 y claro, si planteas el equipo con un americano de pívot, pívot, y te viene un escolta, pues el tema es completamente distinto. Pero eso no solo le pasó al Obradoiro sino a muchos otros equipos, eran cosas de aquella época”, asume. Ese curso el equipo santiagués acaba cuarto en Segunda División pero el gran acontecimiento es el estreno del viejo pabellón de Sar. Adiós al cemento del Gimnasio Universitario.

“El Obradoiro siempre fue bastante peculiar, no tan profesional como podrían ser otros, y digamos que cuando llegamos nosotros estaba muy manido eso de que se ganaba en casa y se perdía fuera... pero llegó un momento como que no. Fue un momento de reestructuración en la Segunda División y quizás se hizo todo un poco más profesional. Se exigían una serie de cosas, entre ellas yo pedí que nos pagaran algo, y nos pagaron... pero durante 3 meses”, menciona con ironía antes de añadir: “Quiero decir que el Obradoiro pasó de jugar por aquí por Galicia a hacerlo a nivel nacional, con una serie de gastos y desplazamientos, y obligó a cambiar al club en muchas facetas”.

Pívot entregado y todoterreno, dice aún hoy que le cuesta describir su juego: “Yo salía de la zona y si me dejaban marchaba del campo (se ríe). Jugaba distinto, no soy muy capaz de definirme. Si me dejaban tirar, tiraba y ya no me metía en líos por dentro de la zona... pero también jugaba por dentro”. En su memoria siempre permanecen quienes más le enseñaron: “Recuerdo el nombre de todos los entrenadores que tuve, pero el que más me marcó fue el primero, Ignacio Pinedo, con todos los respetos a los demás. Sabía mucho, y tuve la suerte de estar un año con él en el Estudiantes. En la temporada siguiente ya estuvo Chus Codina”.

Su trayectoria se frenó en la siguiente campaña, cuando tuvo que cumplir con el Servicio Militar Obligatorio en Madrid. “No podía entrenar y llegó un momento en el que Alfonso me dice que tampoco venga ya a jugar y eso me fastidió porque me escapaba todos los fines de semana para poder hacerlo. Pero hasta era comprensible”, acepta.

Aunque volvió, y en su álbum, por encima de las victorias, de las derrotas, de los problemas, las fiestas o de las lesiones... están sus compañeros. “Desde el primer año aquel grupo de jugadores aún son ahora mis mejores amigos. Además del vínculo del baloncesto hicimos una amistad que aún perdura. Por eso decimos que el baloncesto de aquella época era más romántico, no teníamos una obligación tan clara con un contrato por el medio pero nosotros, por amistad, queríamos ganar”, sentencia Antonio López Cid.