Obradoiro CAB: 50 años de un club especial (20) Jugador, delegado, entrenador, directivo... ‘amigo’, el santiagués dedicó 23 años de su vida a la entidad // Llegó cuando el equipo sénior militaba en Zonal y lo dejó ya en la ACB TEXTO Cristina Guillén

Nacho Parajuá: toda una vida de entrega, altruismo y lealtad

Obradoiro CAB: 50 años
Cristina Guillén
ASCENSO A EBA Equipo que logró el ascenso a EBA en 2009. Foto: ECG

A un amigo se le pide que comparta contigo las risas, pero sobre todo que te empuje, que te aliente, que esté siempre a tu lado cuando toca afrontar el día a día. A un amigo se le deben decir las verdades, aunque duelan, aunque apuñalen el ego, aunque la sinceridad y la honestidad duelan a veces más al que la ofrece que al que la recibe. Pero sobre todo un amigo es aquel que demuestra, que con tus virtudes, pese a tus errores, y combatiendo al paso de los años, sabrá recordarte de dónde vienes y te acompañará a donde vayas.

El Obradoiro CAB ha tenido, tiene, muchos amigos. Gente omnipresente en sus diferentes etapas, nuevos aliados que han aprendido y cogido el testigo de los que se han ido, y personas que nunca le han dejado caer.... Y eso que han sido innumerables las oportunidades que habrían podido llevar a arrojar la toalla. En una historia llena de vaivenes, de piedras en el camino muchas de ellas autoimpuestas, al club compostelano nunca le han faltado esos salvavidas que, aunque in extremis y a la desesperada -como fue el caso de Docobo y Mato o más recientemente de Raúl López-, supieron salir al rescate.

El Obra tiene suerte, es enormemente afortunado, de tener a un amigo como Nacho Parajuá, esa persona que siempre ha estado para echar una mano, bien como jugador, entrenador, delegado, directivo, tutor, confesor y hombre para todo. Ha sido el miembro más longevo en la trayectoria de la entidad, temporada tras temporada de trabajo altruista y abnegado. De los 18 a los 42 años se ofreció al club. Creció y maduró a su par cuando los focos y los aplausos apenas sí sonaban, sacrificó horas a la familia, a su otro círculo, pero a la vez disfrutó de una etapa enriquecedora que le ha nutrido en lo profesional y sobre todo en lo personal. “Son 23 años, que no son pocos. No son pocos -repite al tiempo que se detiene para reflexionar-. Salvo de presidente, que ojo, ¡sabe Dios aún!, casi hice de todo”, bromea.

Desde 1994. “Empecé en el Obradoiro cuando tenía 19 años, con Pepe Martínez de entrenador y yo como jugador”, comienza sus recuerdos. “Aquel equipo estaba en la categoría Sénior Zonal de entonces, el primer año de la categoría, y lo dejé hace ahora ya cuatro, el año que murió mi padre”, apostilla.

Era la temporada 1994/95, la tercera después del tormentoso verano del adiós definitivo acorralado por las deudas tras el no de la Justicia al recurso por la alineación indebida del Murcia en el famoso play-off de ascenso y que solo gracias a la osadía de José Ángel Docobo y José Ramón Mato la entidad pudo resurgir y volver a empezar. “Como jugador llegué porque Pepe (Martínez) era muy amigo de mi hermano y ya lo conocía. Yo jugaba al baloncesto en Alca, en el colegio, y antes lo había hecho en Peleteiro y me dijo que fuese a probar con ellos y lo hice”, continúa. En aquel plantel coincide curiosamente con el ahora segundo entrenador del Monbus Obradoiro, Gonzalo Rodríguez Palmeiro. “Solo estuve un año porque me fui a estudiar a Ourense, pero a mitad de temporada volví y hablé con Pepe por si podía echarle una mano con lo que fuese, la planilla o lo que hiciese falta. Así que comencé como delegado, planillero o lo que me mandase”, cuenta.

“Después creamos las categorías inferiores cuando el equipo ya estaba en Autonómica y junto a Carlos Iglesias, que tenía bastante amistad con la dirección del colegio Alca, conseguimos que nos cediesen su pabellón. Les llevábamos las escuelas deportivas y al mismo tiempo creamos un equipo de infantil con los sobrinos de un jugador del equipo, de Javi Grela, que fueron tirando de otros entre chicos del propio centro y de otros sitios. Desde ahí fuimos creciendo”, se enorgullece aún hoy en día.

“Los medios que teníamos eran los que nos facilitaba Alca, que se portó fenomenal porque la persona encargada del mantenimiento del colegio venía los sábados y domingos a abrirnos, siempre la dirección, y Fausto como director, nos ayudó y ese fue el inicio de las categorías de formación, captando niños y llevándolos hasta allí... esas cosas que se hacían antes y no como ahora que todo es más sencillo. Ahora los padres son los que andan con ellos de un lado para otro y hasta pagan por poder jugar”, destaca y continúa: “Antes no, antes nosotros conseguíamos las camisetas, los balones, el dinero, muchas veces por algún patrocinio y otras por la cuota de algún amigo que la ponía o clientes propios que nos pagaban algún chándal...”. “Pepe era el entrenador del primer equipo, del sénior, y luego estábamos Carlos y yo en la base”, apostilla. “Pero eso fue creciendo y del infantil se creó otro cadete, del cadete un juvenil y se formó una pequeña estructura. Sin embargo, nunca hubo más de un equipo por categoría y nunca un mini, lo que fue un hándicap sin duda. Pero siempre tuvimos equipos apañados”, reitera.

Era otros tiempos, otra forma de ver el baloncesto y la vida. El propio Nacho reconoce que su sentimiento por el Obra no era el de ahora. “Yo no iba a Sar, por ejemplo. Sí que fui al partido del ascenso contra Murcia por un amigo, pero era más del Compostela”, confiesa y añade al recordar la etapa entre los años 1995 y 2000: “En general es que no había ese sentimiento e incluso mi sensación era que había cierto resquemor en algunos clubes cuando jugabas contra ellos. Yo siempre me llevé bien con todo el mundo, pero nunca hubo un gran sentimiento. Estaba el Rosalía que era el club puntero de la ciudad con todo merecimiento porque estaban en LEB, arriba, pero no veía ese amor por el Obradoiro. No me llegaba por lo menos”.

La visión de Docobo. La dedicación hacia el club de Nacho Parajuá, sus vivencias en esos más de 20 años en el Obra y la experiencia posterior, que también ayuda a calibrar las cosas con otra perspectiva, le ha llevado a valorar profundamente la labor de muchos de sus compañeros de viaje.

Docobo es la primera persona que le viene a la cabeza. “Es quien estaba más presente al principio y se notaba que él quería volver a hacer un Obradoiro grande. Lo tenía entre ceja y ceja, le echaba muchas horas. Para mí es una persona fundamental en la historia. Le daba como un poco igual la sentencia, quería crecer, y estoy convencido de que si no nos llega a dar la razón la Justicia, hubiésemos seguido creciendo igual”, asume. “Teníamos un equipo en EBA ya y no sé de dónde hubiéramos sacado el dinero pero Docobo lo tenía todo muy bien organizado, nunca tuvimos un déficit salvo el año de ACB que eso fue otra historia”, apostilla.