|| La otra jugada ||

Objetivo cumplido a pesar de...

Firmas
Víctor Tobío
Luis Enrique celebrando con sus jugadores la victoria ante Suecia. Foto: EFE/Julio Muñoz

YA ESTÁ. España se ha clasificado para el Mundial de Catar con más apuros de los previstos. Cuando echó a andar la fase de grupos, al equipo español le entraron las dudas perdiendo opciones ante los suecos que vieron como los favoritos pinchaban. Pero luego las aguas volvieron a su cauce para suerte de todos aquellos aficionados que dejan a un lado los colores de sus equipos y se vuelcan con la Roja. Y para desgracia de los que son incapaces de aparcar por un momento sus fobias dejándose llevar por un mal entendido patriotismo local.

Cierto que Luis Enrique no es un hombre predispuesto a hacer amigos. Es más, lo suyo nunca sería la carrera diplomática. Seguramente tiene razón José María García cuando dice del asturiano que “es un buen entrenador pero un mal comunicador”. Desde que en su época de jugador dejase las filas del Real Madrid para fichar por el Barcelona y luego ya en su faceta como técnico, nunca tuvo pelos en la lengua, algo que las terminales mediáticas madridistas no le perdonan, mal acostumbradas a gozar de un cierto servilismo hacia el club de la capital. Eso les lleva a condenar al fuego eterno a todo el que ose ningunearlo. En provincias no se entiende como desde Madrid se montan campañas contra el seleccionador con argumentos tan pueriles como que no convoca a jugador blanco alguno o lo que resulta aún más patético, se le ataca con extrema dureza por atreverse a llevar a un niño de 17 procedente del Barcelona, con apenas media docena de partidos en el equipo azulgrana. Y al final resulta que ese niño no solo responde como un hombre sino que ante Suecia fue declarado el mejor jugador del partido.

Antipatriotas. Como quiera que ese argumento no se sostiene en pie, entonces tienen que buscar otros para seguir con su guerra contra el asturiano pero sin que se note mucho pues no vaya a ser que se les acabe acusando de antipatriotas, sentimiento al que esos mismos recurren con frecuencia para señalar a todo aquel que no defiende como ellos entienden que se debe defender la tierra natal.

Resultaba patético como tras el triunfo ante el combinado de Grecia un reconocido periodista madridista, en una tertulia de Teledeporte, hacía de menos la victoria de España pero eso sí, dejando claro, aunque con la boca pequeña, que él quería que la selección se clasificase, no fuera a ser que se le entendiera mal su animadversión hacia el seleccionador.

El problema que se le plantea ahora a Luis Enrique pero, sobre todo, al equipo español es que esos mismos que ahora no tienen más remedio que estar callados porque la realidad manda -y esa realidad dice que España, para su desgracia, está clasificada para al Mundial a jugar el próximo mes de noviembre en Catar-, es que al menor revés aprovecharán para saltar a la yugular de un técnico que, a sus 51 años, difícilmente va a cambiar su forma de ser cuando precisamente esa forma de entender la vida le ha llevado al éxito tanto en su etapa de jugador como, especialmente, en la de entrenador.

Sabe perfectamente el bueno de Lucho que los que no le perdonan su paso por el Barcelona tienen los fusiles preparados para cuando vengan mal dadas, que vendrán, le colocarán en el paredón para fusilarle, mediáticamente hablando, claro. Mientras tanto él sigue a lo suyo, de ahí que se le viese disfrutar como un aficionado más cuando tras el pitido final España, su equipo, había conseguido la clasificación.

Es más, aún hay quien duda de su categoría como responsable técnico cuando bastaría con echar un vistazo a su currículum para darnos cuenta de que hoy es uno de los entrenadores top y que si no fuese por el cargo que ocupa, seguramente estaría entrenando a un equipo de campanillas de la Premier League donde saben apreciar el trabajo y la categoría de los hombres que se sientan en el banquillo, filias y fobias al margen.

Renovación. Llegados a este punto conviene recordar para los olvidadizos que Luis Enrique cogió a una selección en franco declive, con la necesidad imperiosa de abordar un cambio generacional con el problema añadido de que los que llegaban lo hacían para sustituir a los que lo habían ganado todo -dos Eurocopas y un Mundial- y en un momento en el que venían de encadenar una serie de fracasos que los había llevado a tocar fondo.

No le dolieron prendas al asturiano y empezó a echar mano de jugadores que en otras circunstancias tendrían difícil alcanzar la internacionalidad, pero consiguió hacer piña con ellos y acabó convirtiendo a La Roja en un equipo de gladiadores que están dispuestos a darlo todo por un hombre que ha confiado ciegamente en ellos y que saben que no les va a fallar. Resultado: una semifinal de Eurocopa, una final de Nations League y la clasificación para Catar.

Ahí queda eso.