OBRADOIRO CAB: 50 AÑOS DE UN CLUB ESPECIAL (16) Gigante en centímetros y en compromiso, el jugador fue un ejemplo en el vestuario, en la pista y con la afición TEXTO Cristina Guillén

Oriol Junyent: el eterno capitán

Obradoiro CAB: 50 años
Cristina Guillén
DÍA MALDITO 22 de febrero de 2014, día de la fatídica lesión.

Dicen que el compromiso, la capacidad de trabajo, la empatía, la solidaridad y el ser buena gente, generoso en todas las facetas de tu vida, no se pueden cuantificar. Dicen que no se vende al peso el dar cariño, el estar siempre cuando a uno se le necesita, el reparto de sonrisas ni los gestos de apoyo, de aliento o la lealtad. Ser coherente con lo que eres y con lo que haces no suele ser fácil, sobre todo si has crecido entre estrellas, compartido horas con leyendas y levantado trofeos, Copas, te has colgado medallas y celebrado Ligas con la misma celeridad con la que te han llovido los elogios, pero quien es grande, quien ha nacido para ser grande, suele escapar de tópicos, de burbujas doradas, y entiende que disfruta quien recibe... pero sobre quien da.

Oriol Junyent (1-7-1976, Sabadell) fue internacional júnior (se colgó el bronce en el Mundial’95), sub-22 y absoluto con España (con quien disputó el Mundial de Indianápolis’2002); con el FC Barcelona se proclamó dos veces campeón de la Liga ACB (1995/96 y 1998/99), fue subcampeón de la Liga Europea (95/96) y levantó la Copa Korac (98/99); ascendió además a la elite con el CAI Zaragoza y con el Blu:sens Monbus Obradoiro y recopiló designaciones al mejor jugador de la jornada al tiempo que se ganaba el respeto de compañeros y de rivales, en su caso el premio más especial aunque no se pueda exhibir en ninguna vitrina.

El Obradoiro CAB que ahora cumple 50 años tuvo la suerte de disfrutar de su talento, de su juego y de su nobleza, porque aunque líder de la que sin duda es la etapa más estable y brillante de la entidad compostelana, este pívot catalán de eterna sonrisa y amigo siempre de regalar abrazos y mimos dignificó valores que no pasan de moda siendo ejemplo dentro y fuera de la cancha en honestidad y bondad.

Con un bagaje de 18 temporadas en la elite, 444 partidos en la Liga Endesa, 3.082 puntos, 7.778 minutos, 1.908 rebotes en los siete clubes ACB y dos de la LEB oro de los que formó parte, Oriol se vio forzado a su retirada en el mes de abril de 2015 al no encontrar remedio a su grave lesión en la rodilla derecha (rotura parcial del ligamento cruzado anterior con afectación en el menisco) y fue en el momento de esa despedida, cuando el obradoirismo se rindió a su “eterno capitán”, etiqueta que le otorgó ya para siempre otro grande como Tonecho Lorenzo.

Ida y vuelta. El pívot de 208 centímetros defendió la camiseta del Obra durante cuatro temporadas (2010 a 2014), pero su primer contacto con el equipo santiagués había sido poco antes, durante el mes (diciembre) que engordó el róster que semejó infinito en la fatídica campaña 2009/10. “Vine en un momento de mi carrera en el que no estaba muy bien, que había salido del Estudiantes, había ido un mes a Valladolid y había salido mal. Llegué a Santiago y tampoco prosperó y luego me fui a Zaragoza, donde ahí ya cambió todo (fue MVP en su primer partido con el CAI ante el Clínicas Rincón y el equipo acaba logrando el ascenso al final de temporada)”, relata antes de añadir: “Después fue cuando en verano tuve la llamada de Moncho (Fernández) para venir a Santiago y ya fue todo fantástico con la gente, con el club, la conexión fue espectacular”. El pívot recuerda aquel primer Obra, bisoño en la ACB, como una entidad “que daba la impresión que tuvo que hacer las cosas deprisa y corriendo”. “Hubo muchas lesiones y muchos fichajes aunque todos más por nombre y eso no siempre sale como tiene que salir. La ciudad estaba volcada de forma espectacular, me acuerdo de Sar lleno... pero se descendió”, lamenta.

Aún en una nube por alcanzar la elite con el cuadro maño, el catalán tuvo claro que su regreso a Compostela era la mejor opción para él en aquel momento, ya con 34 años. “Me gustó el proyecto. Estaba un poco quemado de estar en la ACB y no ser un jugador importante y Moncho me habló de que habían fichaco a Hopkins, a un joven canadiense con buena pinta (Levon Kendall), que iba a dar minutos de reserva para el americano y eso me pareció perfecto. Luego ya me dijo que también llegarían el Tuky, Corbi, Eric Sánchez con el que ya había estado también y me parecía un gran compañero e hicimos una buena piña. Había que ganarse el puesto, pero tuve suerte e hice una buena temporada y continué al año siguiente”, recuerda quien logró el primer MVP de la categoría para el club.

UN SUPEREQUIPO. Junyent describe aquella etapa en LEB Oro como “una de las más fáciles del Obradoiro porque a partir de ahí siempre hubo alguna lesión importante que complicaba las cosas”. “Tanto Hopkins como yo estábamos bien de forma y encima estábamos solo los dos en pretemporada trabajando de arriba para abajo todo el día. Eso nos vino bien. Moncho nos decía que le hacía gracia porque cuando hablaba con los otros entrenadores le repetían que “al Obradoiro le tenemos que jugar al contraataque porque sus pívots son veteranos y no van a correr”... pero sí que corríamos los abuelos”, se ríe. “Hop ha sido uno de los mejores americanos que ha tenido la historia de la ACB. Hacía piña en el vestuario y él se ocupaba de los americanos, de explicarles las cosas, hacerles ir por el buen camino, y yo me encargaba de los nacionales. Era un trabajo muy fácil porque era una gente genial”, destaca. Ambos tienen hoy su camiseta colgada en Sar.

“La verdad es que teníamos un equipazo”, insiste. Y el ansiado ascenso, ya con el título de la Copa Príncipe ganado meses antes, fue un ejemplo de la versatilidad y de la generosidad en los esfuerzos de una plantilla donde todos se sentían importantes. “Tuky y Corbi nos abrían el campo. Creo que entre los dos tuvieron un 60 % de acierto en triples porque los equipos se enfocaban en intentar pararnos a los pívots pero ellos hacían daño. Hicieron un play- off espectacular y nos dieron muchas facilidades a los demás”, aplaude Oriol que nunca olvidará la dureza de los enfrentamientos con Burgos en la serie final. “ Ellos daban leña pero nosotros teníamos a súper Mike Ruffin. No he visto a un jugador tan duro en mi vida, siempre lo digo, me salió un buen año gracias a él porque era entrenar cada día con el mejor defensor interior de la Liga, un tío tan fuerte, que cualquiera que fuese el que me tocase como rival iba a ser siempre más blando”, insiste y continúa: “Y la de segundas opciones que daba. A veces lo criticaban por los pocos puntos que anotaba pero el trabajo que hacía era increíble, espectacular. Era un tío muy reservado, callado, pero cuando hablaba, porque no dejaba de ser un ex NBA y un jugador tan determinante, era palabra de Dios”.

PRIMERA GRAN FIESTA. El 3 de junio de 2011 fue la primera gran fiesta obradoirista del siglo XXI: el Obra volvía a la ACB. “Fue una mezcla de felicidad y de tranquilidad. Creo que el pensar común era de que ‘por fin lo hemos conseguido’. Teníamos una tensión acumulada muy grande por querer hacer las cosas bien, un premio para la gente que tanto nos había apoyado y en mi caso porque Santiago fue una ciudad que creyó en mí y quería devolverle parte de lo que se merecía”. Y como imagen del tipo de persona que es este gigante tan grande de tamaño como de corazón, imposible olvidar su camiseta luciendo lazos negros durante la fase: “En semifinales contra el Breogán se me había muerto el perro de repente, pero tuve que hacer de tripas corazón y jugar. Fue un momento duro para mí, pero uno debe dejar de lado sus sentimientos y seguir adelante porque hay mucha gente detrás y a veces hay que olvidar cómo nos sentimos”.