OBRADOIRO CAB: 50 AÑOS DE UN CLUB ESPECIAL (15) El ‘viejo’ Sar le vio debutar como profesional formando parte de una plantilla legendaria // Fueron apenas dos temporadas en Santiago, pero el coruñés exhibió entrega y orgullo al tiempo que sufrió un fatídico accidente que casi le cuesta la vida TEXTO Cristina Guillén

Pepe Calvelo: lecciones de pundonor y compromiso

Obradoiro CAB: 50 años
Cristina Guillén
Pepe Calvelo y Miguel Juane llegaron y se fueron también juntos del Obradoiro.

Para el baloncesto se necesita talento, físico e inteligencia, pero es el corazón, el orgullo, el carácter y la necesidad de siempre sobrepasar tus límites los que marcan la diferencia. José Manuel Pepe Calvelo (13/02/1965, A Coruña) fue un niño prodigio, con apenas 16 años se forjaba ya con los veteranos de la 2.ª y 1.ª División en una posición, la de pívot, que antes era sinónimo de trinchera. Pocas veces fue el número uno en las estadísticas aunque en todos sus equipos, a excepción del Obra, siempre fue capitán. Su figura es el claro ejemplo de que el buen hacer, el respeto de tus compañeros, tus rivales y tu afición no lo determinan cuántas canastas anotes o el número de rebotes que captures, sino lo que eres capaz de sacrificar por el escudo que luces en tu camiseta.

Y por el Obradoiro CAB, este coruñés de 204 centímetros, de discurso rápido pero lleno de sentencias, de lecciones para el deporte y para el día a día, estuvo a punto incluso de entregar su vida.

Un ‘niño viejo’. “Yo era el niño viejo porque llegué tarde a jugar al baloncesto, comencé con el fútbol, pero tenía una estatura importante y fue en las categorías inferiores del Bosco donde empecé. Allí los juveniles o íbamos directamente con el primer equipo, en el que solo había dos plazas, o estábamos en el equipo paralelo que jugaba en Tercera y después en Segunda División y te fogueaban ahí. Yo a los 16 ya jugaba contra tíos que me llevaban 15 o 16 años, con bigotes que les llegaban a la mitad del pecho, así que esta etapa no la hice como un juvenil más, sino con el sénior que se estaban jugando las castañas. Era una prueba de fuego porque la liga llegaba hasta Ávila, Santander... un banco de pruebas muy importante, y en la posición de pívot más”, recuerda.

“El tema físico era muy importante, pero en mi caso, aparte de la estatura, es que entrenaba muchísimo, 5 o 6 horas todos los días porque doblaba los entrenamientos con los de Segunda y luego con los de 1.ª B aunque no jugara con ellos. Ahí te ibas forjando. Era una universidad. Estaba gente como Antonio López Cid y Andrés Caso y aprendí mucho de ellos. Siempre aprendí más de los jugadores veteranos que de los propios entrenadores que me tocaron”, añade, y continúa: “Jugar de pívot en ese momento era casi como ir a la NBA porque todos los extranjeros que venían a la Liga jugaban de interiores, y los séniors buenos que había también estaban ahí. Era un mundo muy difícil de entrar, pero la verdad es que viéndolo como juvenil nunca tuve prisa, sabía que podía hacerlo y me lo tomé con calma. No tenía que demostrar nada. Yo tenía que cumplir e ir quemando etapas”.

No tardó en llegar su primer contacto con el Obra. “Conocí a Pepiño (Pepe Casal) en el año 79 por una convocatoria de la Federación en la que buscaban nuevos valores que se hizo en Santiago con jugadores de toda España. Cuando acabó me ofreció una beca para Peleteiro, pero como estábamos concentrados precisamente en el colegio le cogí mucho miedo a aquello”, se ríe al echar la vista atrás. “Pasaría de entrenar en el Palacio de A Coruña a la pista de Peleteiro, luego tendría que estar en régimen de internado y me acuerdo que las clases tenían una rendija por la mitad de la puerta en la que vigilaban a la gente desde fuera, y pensé que aquello no podía ser y me asusté. No acepté la beca”, afirma.

Fue en 1985 cuando finalmente abriría su etapa de dos temporadas con el Obradoiro CAB. “Cuando voy a dar el salto a mi primer año sénior, Carlos Calvo me llama y me presenta el proyecto. Fue mi primer contrato profesional. Veníamos de la selección júnior Miguel Juane, Ricardo Aldrey y yo y estábamos un poco en el candelero. Teníamos ofertas del Breogán, del Clesa, pero por simpatía y por la gente que conocía aposté por el Obra”, confiesa antes de continuar: “Me ofrecieron un contrato muy digno para entonces. De hecho mi padre tenía un buen trabajo en el Concello y yo cobraba muchísimo más que él”.

Primera temporada. Ahí, con apenas 20 años, arranca la etapa de Pepe Calvelo jugador profesional de baloncesto. “Llegué a Santiago a principios de verano y tuve la gran suerte de que me metieron en Casa Antonio, en Vista Alegre, uno de los sitios de cocina casera más importantes de la ciudad, donde Antonio y su mujer Marina me acogieron como a un hijo más. Allí al mediodía estaban todos los profesionales del Hospital y las tertulias eran espectaculares”, agradece aún hoy.

“Pepe Casal era el entrenador ese año. Tenía un bagaje deportivo enorme, muy en sintonía con la línea de entrenadores que había tenido como preparadores físicos, y de aquella él bebía de las fuentes del baloncesto, estaba en pleno contacto con Aíto García Reneses y se notaba en la planificación de los entrenamientos, en la táctica que usábamos en aquel momento que era vanguardista porque en nuestra división no la usaba nadie. Desarrolló el triple poste que con esa plantilla, con ese juego interior, fue impresionante”, rememora con orgullo.

“La temporada que hizo Alberto Abalde, con medias de 20 puntos por partido con unos grandes porcentajes, con Bill Collins jugando por la línea de fondo de forma increíble, con una gran inteligencia, y luego con Mario y sus jugadas que parecía un extraterrestre, haciendo la finta con el balón por un lado y su cuerpo por el otro, eso no lo hacía nadie. Nosotros entrenábamos, entrenábamos y crecíamos como jugadores. Recuerdo la etapa del Obradoiro como un auténtico máster, porque yo no tenía mucha presencia en la pista pero trabajábamos durísimo”, añade. Modula la voz el gallego para enfatizar la pasión de esa etapa, de las sesiones de mañana, tarde y noche tanto en el viejo Sar, con entrenamientos al mediodía incluso pues “había gente que entregó su tiempo de ocio como Antonio López Cid quien en vez de ir a casa a comer venía a trabajar conmigo”, o las nocturnas en el gimnasio Squash.

Pero este crecimiento individual se truncó en un fatídico día de febrero. Un grave accidente viniendo a Santiago frenó su progresión, “marcó mi trayectoria y parecía el final...”, pero Calvelo cambió las horas de gimnasio y de parqué por las de la sala de rehabilitación y siete meses después estaba listo para iniciar su segunda temporada defendiendo la camiseta del Obradoiro. “Sin embargo creo que mi accidente de alguna manera nos afectó a todos, al ritmo de entrenamiento, y no tengo recuerdos de cómo acabó la temporada porque me dediqué a recuperarme”. El conjunto compostelano -con una de las mejores plantillas de su historia- acabó líder la liga regular, pero en la fase de ascenso no pasó de la sexta posición.

Segunda temporada. “En el segundo año, con la salida de Alberto al OAR nos quedó un agujero importante que no se supo gestionar muy bien. Llegó un segundo americano y nuestro juego cambió mucho. Aumentaron el número de equipos y la competencia era atroz, había una vorágine enorme por escalar en ese momento. Pero el equipo se mantuvo en 1.ª B”, resume el coruñés. “Ese verano también llegó Paco Dosaula que fue mi hermano”, se ríe.

Entiende Calvelo que la falta de una estructura profesional como club pasó factura al Obradoiro en una época de guerra abierta en el baloncesto. La famosa huelga patronal por el recorte de los ascensos fue un claro ejemplo, pues mientras desde Santiago se tomó parte en ella por “solidaridad”, el Bancobao, en peor posición clasificatoria, ascendió.

“El trabajo que hizo en mi época Carlos Calvo, y los directivos que lo apoyaban, era descomunal, todo su tiempo libre y de descanso no llegaba para el club. Los jugadores somos prima donnas, solo buscamos problemas, y el hecho de ser profesionales, tener estructura y no solo depender de un ingreso, de un solo esponsor, creo que fue lo que pesó en los primeros tiempos. De aquella tanto el baloncesto como la ciudad estaban muy en expansión, y el Obra fue como un faro de modernidad y de aquí estamos”, reflexiona.

“El segundo año acabó con esa huelga y los peces grandes fueron a por los pequeños, así que volvieron a desmantelar al Obra. El OAR se llevó a Ricardo y a Miguel y fue una estocada importante”, lamenta. “En mi caso entiendo que después de mi accidente podría haber muchas dudas sobre mi carrera, pero yo continué mi camino”, acepta su adiós al tiempo que reitera: “El club podría haber tenido muchos problemas pero a mí, y tenía un contrato muy decente para aquella época, jamás me dejó de pagar además de que me dio todas las facilidades para entrenar”.