OBRADOIRO CAB: 50 AÑOS DE UN CLUB ESPECIAL (24) Preparador físico, entrenador y presidente de la Fundación Heracles, el vigués ha sido pieza fundamental en el crecimiento deportivo del club santiagués desde su ‘fichaje’ en 1975 TEXTO Cristina Guillén

Pepe Casal: siempre un paso por delante

Obradoiro CAB: 50 años
Cristina Guillén
Juane, Pepe Casal y Calvelo.

Dicen que quien no conoce la historia está condenado a repetirla. Seguro que tras cada relato, cada biografía de los protagonistas de los 51 años de vida del Obradoiro CAB, son muchos los que han meditado más de una vez sobre estas palabras al repasar hechos del hoy en día. Pero no conocer la historia, o incluso despreciar tu pasado, impide además poner en valor a aquellos que te han traído hasta aquí. Quienes han firmado con un gran coste personal, familiar o incluso físico su paso por la entidad merecen respeto, admiración y sobre todo gratitud, por sus acciones y pese a sus errores.

Pepe Casal (Vigo, 1950) ha sido parte fundamental en muchas de las páginas más gloriosas del club compostelano. Lideró primero como preparador físico y después desde el banquillo el tránsito definitivo de aquel baloncesto romántico hacia un básquet más moderno, incluso más profesional. Guió a algunas de las mejores plantillas del Obra, peleó por los derechos del club anteponiendo su interés particular en muchos casos, hipotecando su propio desarrollo profesional, y por encima de todo defiende su doctrina deportiva, antes y ahora. Su memoria es una de las grandes riquezas del club santiagués. Tener acceso a ella es un regalo.

Inicios. Pepe Casal llegó al Obradoiro CAB en el año 75. Como campeón gallego, campeón de España universitario y bronce en el Nacional júnior en la distancia de los 200 metros lisos, gozaba como atleta de una de las becas deportivas que había promovido Ernesto Viéitez Cortizo al tiempo que compaginaba estudios con la labor de entrenador del Club Atletismo Universitario Santiago del que fue uno de sus impulsores. “Un compañero de facultad, Fernando Bodero, me dice que está llevando al júnior del Obradoiro y que si podía echarle una mano, echarles un vistazo, ir un día por allí y ver qué se podía hacer, porque eran buenos técnicamente pero él creía que físicamente eran malos”, comienza su particular vista atrás. “Lo hice y le dije: ‘Yo si son buenos o no, técnicamente no te puedo decir nada, pero que físicamente tienen un margen de mejora del 150 %, eso te lo garantizo’. ‘Hombre, tú podrías...’, me respondió. La verdad es que el primer día los chavales por la novedad lo hicieron bien, quedaron contentos, y así acabé liado como preparador físico de aquel equipo en el que estaban, entre otros Quino Salvo, y que después compitió muy bien y quedó campeón gallego”, añade. “En esa temporada Couceiro coge el primer equipo después de echar a Alfonso Rivera. Como el júnior entrenaba antes o después del sénior y me conocía del Royal, me pide también que trabajase con ellos y fue un año maravilloso en el que teníamos un equipazo”, continúa.

El Obra se convierte así en uno de los clubes pioneros en España a la hora de introducir la figura de entrenador físico en el cuerpo técnico. “Nadie en España lo hacía, solo estaban Bernardino Lombao en el Estudiantes de Madrid con Ignacio Pinedo, así que teníamos una ventaja grande”, sopesa y recuerda: “No había documentación de preparación física aplicada a deportes de equipo pero como tenía amistad con Lombao me fui a Madrid a que me comentase lo que hacía y lo apliqué al júnior. Sobre todo era trabajo de fuerza, de técnica de carrera y de velocidad. Después el trabajo de resistencia lo hacíamos por las mañanas en la Alameda, a oscuras muchas veces, que también suponía una prevención de lesiones brutal porque correr a las 7 de la mañana por los baches, los agujeros, con la lluvia... te ponía los tobillos como morcillas”. Fue la temporada del no ascenso, como lo recuerdan muchos veteranos tras aquel fatídico desplazamiento a Canarias en “un viaje programado por el enemigo” que minó las opciones del equipo de dar el salto a 1.ª B.

Un ‘fijo’. En la siguiente temporada vuelve a haber cambio de entrenador pero Pepe Casal continúa en el club ya como una figura indispensable. “Primero vino Carlos Lamela y me pidió si podía seguir, después otro año hubo cambios y llegó Peleteiro y también continué y después no sé si fue en la segunda etapa de Jorge, que lo cesaron, y me pidieron que me encargase del equipo en cuanto buscaban sustituto”. Era la campaña 1980/81. “Yo de baloncesto sabía cuatro cosas que eran las que aprendía con Aíto García Reneses en las concentraciones de la selección juvenil, y claro, la ventaja es que tenía muy buen maestro. Eso para mí era un máster y los cafés después de las comidas todavía más porque al acabar me iba a mi habitación y rellenaba las libretas de entrenamiento, y no de cosas físicas, sino de cosas técnicas, de ejercicios”, cuenta orgulloso. “Después me puse ya a hacer los cursos de entrenador nacional y fue cuando coincidió que tuvimos una racha buena y entre que no había dinero y que el equipo ganaba me pidieron que siguiera”, relata.

La relación de amistad y admiración hacia el profesor Aíto es una constante en la vida de Pepe Casal. Lo sigue siendo y como él mismo admite, la figura del técnico catalán está ligada también a la historia del propio Obradoiro como parte o testigo de muchas de sus gestas. El flechazo entre ambos surgió en el verano del 76, durante el Campeonato de Europa júnior que se disputó en Santiago, cuando el seleccionador Ignacio Pinedo y su ayudante Aíto García Reneses atienden a la recomendación de Paco Lombao de que fuese Pepe quien lo sustituyese pues él dejaba el cargo para acompañar a Rafa Blanquer en los Juegos Olímpicos de Montreal. “Siempre tuvimos muy buen feeling y siempre estuvimos en contacto. Alguna vez subí incluso a hacer pretemporadas al Cotonificio. Después ya vino la llamada del Barça”... y su faceta de mago con Pau Gasol.

El ascenso. ¿Y cómo fue aterrizar en un vestuario con pesos pesados como López Cid, Gil, Tonecho...? “Tenía la ventaja de que quien mandaba era Tonecho y él físicamente era una moto. Siempre le decía que tenía que haber sido corredor de 1500. A él le gustaba todo el deporte, así que se ponía delante y todos iban detrás suya. Su ayuda fue fundamental. Luego había gente como Lorenzo Motos, Perico Abeijón, Alfredo Domínguez que eran tíos muy fuertes y notaron una mejoría grande. Por eso se creó una dinámica de trabajo muy buena y hacíamos casi más preparación física que baloncesto”, admite.

“Le fui cogiendo gustillo. Yo solo sabía hacer cuatro cosas pero esas quería hacerlas muy bien. Con el bagaje de los entrenamientos de Aíto pude introducir muchas novedades en ejercicios que aquí no se conocían y los jugadores no estaban acostumbrados”, confiesa Pepe que añade: “Conociendo muy bien las limitaciones, el primer año ya me cogí a Antonio (López Cid) de ayudante y luego a Julio (Bernárdez) porque aunque él no quería le dije que tenía dos opciones: o ser segundo o buscarse equipo. No le gustó pero con el fichaje de Lomas y de Modrego no tendría sitio. Como ayudante podría hacer un trabajo brutal, él de poli bueno y yo era el poli malo y la verdad es que fue un tándem bueno. Julio se implicó muchísimo y creo que con una plantilla muy justita conseguimos el ascenso a base de trabajo”.

Porque aquel Obra de la campaña 81-82 siempre será recordado por ser el que logró el primer ascenso a la elite del baloncesto español. A Pepe Casal le viene a la cabeza, sobre todo, la charla en el vestuario al descanso del partido en Mataró. “Había malas caras porque perdíamos de 12. La idea era perder de 10 o así en la primera parte sabiendo que en la segunda no iban a aguantar nuestro ritmo y además íbamos a meter la defensa 1-3-1 que ellos no la sabían atacar. Les dije: ‘Bueno, nos faltan dos puntos, será un poco más difícil pero estoy convencido de que los ganamos’”, recuerda. “Jugamos con muchas posesiones pero en la 1-3-1 fuimos a morir. Marcaba Lomas si hacíamos 2c1 al pase o al bote y eso no lo tenían preparado, robamos muchos balones, recuperamos y al final del partido la calidad de Gil y la de Mario, pero sobre todo el trabajo de todo el equipo fue clave. Fue una victoria muy bonita e impensable”, admite.

La fiesta. “Como no bebo fui el que más lo disfruté”, se ríe al preguntarle algún secreto de la fiesta. “Aíto vino a vernos el partido y después lo invité a la comida e incluso habló con los jugadores, los felicitó, estuvo muy cariñoso y fue lo que bebí. Al llegar a Lavacolla nos encontramos un gentío con aquella pista llena... tardé 3 horas en llegar a mi casa con la caravana que se montó. Fue un mérito de los jugadores extraordinario porque los partidos al final los ganan los jugadores, o los pierden. Los entrenadores somos lo que tenemos que poner las herramientas óptimas para su mejora, pero los partidos, el esfuerzo y los que creen en lo que les dices son ellos”, reflexiona sobre aquel gran primer hito del baloncesto compostelano.