|| La otra jugada ||

Una vida marcada por las trampas

La Otra Jugada
Víctor Tobío
Jordi Bertomeu

EL MUNDO del deporte, al igual que el de la política, el de la cultura o el de cualquier otro tipo, es un reflejo de la sociedad, en la que hay de todo. Desde el profesional que se lo curra las veinticuatro horas del día los siete días de la semana hasta el que va de listillo y se aprovecha de la situación para medrar, ganar protagonismo y colgarse medallas que no le corresponden. Entre estos últimos hay bastantes deportistas, alguno de ellos con notable repercusión pública como es el caso del ciclista Lance Armstrong, desposeído de sus siete Tours de Francia al haber reconocido públicamente, en el año 2013, en una entrevista con Oprah Winfrey, que se dopaba.

Pues por si esto no fuese poco, ahora vuelve a surgir una nueva acusación hacia el exciclista estadounidense, algo que más de uno ya había insinuado en el pasado y no es otra cosa que haberse servido de un motor en su bicicleta para aumentar sus prestaciones. El autor de esta acusación es el periodista francés Antoine Vayer que valiéndose de numerosas imágenes del corredor texano, en las que se ve claramente cómo en determinados momentos se lleva la mano izquierda a la parte posterior de su sillín, asegura que eso implicaría que llevaba un apoyo mecánico en su montura. Y para mayor abundamiento habla con expertos que no llegan a entender cómo en zonas de montaña en las que los corredores suelen sufrir bajones, Armstrong conseguía aumentar su ritmo de pedalada.

El dispositivo sería diminuto, de apenas 800 gramos de peso y que desarrollaba 500 w de potencia con una pequeña batería que podía ir escondida en el bidón del agua. “No es como ir en una moto. Necesitas trabajar duro para hacerla andar”, explicó recientemente Harry Gibbings, jefe de Typhonn, empresa frabicante de este tipo de artilugios. La cuestión está ahora en demostrar que esas sospechas son ciertas y salvo que el propio protagonista o alguno de sus colaboradores más cercanos lo reconozca, la cosa presumiblemente no pasará de esta denuncia pública.

Curiosamente, no sería el primer caso de utilización de este tipo de artilugios en el ciclismo de alta competición. En el año 2015, durante la prueba sub-23 de los Mundiales de Ciclismo celebrados en la localidad belga de Zolde, un comisario se acercó hasta la bicicleta de Fenke Van den Driessche con un detector de calor y ondas electromagnéticas comprobando que la máquina llevaba un motor en su interior, algo que la corredora belga, campeona de ciclocrós en su país, dijo desconocer. La UCI la suspendió seis años y le impuso una multa de 20.000 dólares. La corredora no apeló y decidió dejar el deporte.

Y es que se coge antes a un mentiroso que a un cojo, según reza el refrán popular. En nuestro propio país no estamos libres de este tipo de escándalos. Uno de los más sonados se dio en el equipo de baloncesto que ganó la medalla de oro en la categoría de discapacidad intelectual en los Juegos Paralímpicos de Sidney 2000. La trampa se descubrió gracias al periodista Carlos Ribagorda que se infiltró y consiguió que uno de los integrantes del equipo hablase del fraude. Así se supo que solo dos de los jugadores tenían el certificado de discapacidad y lo peor fue saber que dos años antes, sin que nadie se enterase, habían repetido la maniobra en el Mundial de Brasil.

Lo peor de todo es que la iniciativa partió de la propia Federación Española de Deportes para Discapacitados Intelectuales, cuyo presidente fue condenado a una multa de 5.000 euros y a devolver las subvenciones recibidas, al margen el desprestigio que este hecho supuso para el deporte español y, especialmente, para todos aquellos que toman parte en este tipo de eventos y que lo hacen con todos los papeles en regla.

Pero si echamos la vista atrás, las trampas en el deporte de alta competición no son algo reciente, es más, se sabe que en los Juegos Olímpicos de Invierno de 1968 celebrados en Grenoble, el equipo femenino de la República Democrática Alemana era el gran favorito en una prueba denominada luge, que consistía en bajar a toda velocidad sobre la nieve recostada en un trineo. Las alemanas coparon los dos primeros puestos, pero llamaba la atención de todos el hecho de llegaban al circuito muy al límite de la hora y nada más acabar, se iban rapidísimo, lo que levantó sospechas y uno de los jueces al inspeccionar los patines de los trineos pudo comprobar que previamente los habían calentado con lo que disminuían la fricción con el hielo. Las atletas, por supuesto, fueron descalificadas y la italiana Erika Lechner que era tercera, se llevó el oro.

Asimismo, en las trampas en el deporte también tienen cabida las inquinas personales que fue lo que llevó al marido de la patinadora norteamericana Tonya Harding a contratar a un matón para que golpeara en la rodilla con una barra de hierro a su compatriota y gran rival, Nancy Kerrigan. Lo curioso del caso es que a pesar del fuerte golpe recibido, Nancy consiguió tomar parte, seis semanas después, al igual que Tonya, en los Juegos Olímpicos de Invierno 1994 de Lillehammer, donde logró la medalla de plata mientras que su compañera tuvo que conformarse con el octavo puesto. Se había hecho justicia.