Covid-19... Son giá mille e tre!

Pilar Alén

zambullida en lecturas musicológicas, con Mozart y Beethoven como referentes, escucho de pronto un bombazo: Galicia ya supera el millar de fallecidos... y a continuación, viene una retahíla de cifras: números y más números... Desconecto y, como acto reflejo, deformación profesional o algo así, salta a mi mente el aria de Leporello “Madamina, il catalogo è questo”: son giá mille e tre!... Triste récord si de muertes se trata, y no de amores de un D. Giovanni seductor, orgulloso de sus conquistas.

Tan surrealista asociación de ideas solo es posible, pienso, desde la impotencia, desazón y otros mil y tantos calificativos que cabría -¡cabe!- gritar ante esta situación, casi igualmente surrealista si no fuera porque ese más de un millar (y los que vendrán...) no fuesen hombres y mujeres de nuestro entorno que, con o sin patologías previas, con o sin tantos años, ya no están entre nosotros. Alguien ha comentado que esta pandemia no generará ni obras literarias ni films cinematográficos, a imagen y semejanza de lo que ocurrió con la “Gripe Española” de 1918. Yo no me atrevería a vaticinar nada al respeto. Es un futuro que ni conocemos ni nos pertenece y, además, ahora corren otros tiempos. Lo que sí está generando es una sociedad totalmente diferente y a un ritmo trepidante.

Para los más jóvenes esta situación será una primera etapa de su vida que, aunque les marque para siempre, posiblemente acabarán asumiendo con cierta normalidad (¿alguien se atreve a definir este término ahora?).

Los de mediana edad se mueven como entre dos aguas -el ayer y el hoy- cavilando cómo acometer el negro futuro inmediato que ya tienen encima y sopesando el pobre legado que aportan a sus sucesores, por mucho que se hayan afanado para dejarles “lo mejor”(¿alguien sabe qué es lo mejor y lo peor en términos absolutos?). Los mayores... ¡Ay, los mayores! Nuestros ancianos de la tercera o cuarta edad, difícilmente -en su mayoría- consiguen hacerse a la idea de lo que está pasando.

Quizás mueran sin digerir este mal trago no esperado en el tramo final de sus vidas. Y, sin embargo, no se dejan abatir e incluso son capaces de dar aliento... “¿Cómo estás?”, preguntaba a uno de ellos: “Nunca peor”, me respondía, con una medio sonrisa, que no era reflejo de una triste resignación, sino de la sabiduría de quien ha vivido y ha pasado por circunstancias difíciles -ni mejores ni peores- e igualmente complejas. Parece como si todo esto, visto por ellos fuese como un gran traspiés, un revés que hay que afrontar y ante el cual la simple y pura resignación, no sirve de mucho, o de nada. Unos rezan (a Dios gracias) más por nosotros y por nuestro sufrimiento -estéril si solo se queda en un quejido- que por ellos mismos, conscientes de que, como decía la gran santa de Ávila: “La vida es una mala noche en una mala posada”. Solo eso. Lo demás, poco importa o, si importa, que sea lo justo y necesario.

Esa es la esperanza y la fuerza que nos transmiten. La confianza y el apoyo que hoy precisamos emanan, paradójicamente, de esas personas a las que ya para siempre han etiquetado como “los más vulnerables”... Vulnerables, indefensos y desvalidos sí, pues sus cuerpos se marchitan –“los años no perdonan”, nos dicen- pero fuertes y robustos en su espíritu, con una fortaleza -o resiliencia, palabra más en boga- que ya quisiéramos... A ver si se nos pega ese soniquete del “¡nunca peor!”, ambiguo e inespecífico, pero mucho mejor y casi necesario -ahora más que nunca- que la cantinela del “¡peor que nunca!”, que amedrenta y oscurece nuestras mentes, restando espacio y energía para vivir... que ya es mucho. O mejor, es todo, aunque algunos -pocos- no acaben de entenderlo. Bueno, otro día, Dios mediante, seguiremos sumergiéndonos en las azarosas y apasionantes vidas de Mozart y Beethoven... Tiempo habrá: ¡nunca peor!

En memoria

de las víctimas del Covid-19.