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¡Santiago... voy y vuelvo!

Pilar Alén Garabato / Profesora de la USC

Inmersa en un marco incomparable de olor milenario, donde agua, piedra y verde irisado conforman su imagen, todo me lleva a sentirme recreada en Compostela. Esa gozo casi inefable se funde con la Música, dando Vida a lo que parece inanimado. Cada día, en papel, en el teclado o en mi mente, esbozo la página en blanco que, sin querer o queriendo, estamos todos redactando para luego comenzar otra nueva. Así es la Vida y así es la Música: discurren en el tiempo, diluyéndose y rebrotando con nuevas tonalidades sin percatarnos. Así es también el peregrinaje a Compostela.

Santiago, apóstol y peregrino, impetuoso y fiel amigo derramó su sangre por llevar a cabo una misión que le hizo acreedor de tal devoción que se escapa a la razón. Hoy le dedico una ofrenda con una retahíla de demandas que, solo desde lo alto, contando con el esfuerzo humano, pueden tener remedio santo. Pido esperanza y confianza, en un mundo que, sin ser peor que otros, está sobrado de desánimos y recelos, de susceptibilidades.

Pido el don de apreciar lo que somos y poseemos, más allá de considerar nuestras limitaciones y carencias, por muy grandes y patentes que sean. Pido sensibilidad y curiosidad sana para valorar en su justa medida lo que de verdad importa en medio de tanta algarabía o de oídos sordos.

Más larga es la lista, pero basta ahora. Es momento de reposar, como todo peregrino en su andaina. El camino es cura de cuerpo y alma. Hace milagros, ya se atribuyan a Santiago o a Santa María, como glosa el Rey Sabio en sus bellas cantigas. Seamos peregrinos de los de mochila y bordón en mano o zapato fino y camisa blanca, todos buscamos igual destino: paz, sosiego, encuentro con los demás y con uno mismo.

En todo peregrinaje hay contrariedades y adversidades, al igual que en la Música suenan a la par voces distintas y dispares. Se impone buscar la armonía sabiendo que nadie es mejor que nadie, ni está por encima de nadie, ni tiene la última palabra, ni sabe más y mejor que nadie. De ahí nace esa polifonía plural y coral en la que cada uno -cada persona con su melodía- aporta su propia identidad. Cabemos todos: altos y bajos, pobres y ricos, moros y cristianos. Es la mejor metáfora de la Vida.

Santiago, Galicia y todo el orbe, cada 25 de julio hacen fiesta. Con más motivo en un año en que faltan personas que amamos, tratamos o conocimos. Un año aciago para quienes han sufrido, y sufren todavía, secuelas en su vivir diario. Un año en el que algunos han huido de sí mismos, sin percatarse de que no mirarse ni mirar su entorno no arregla los problemas. Un largo año en el que todo ha cambiado.

Es complicado entenderse incluso en la misma lengua. Palabras, conceptos y valores tergiversados. Vocabulario reducido a mínimos: algunos solo hablan con su táctil teclado. Diccionario ampliado con términos extraños, fruto de una renovación/globalización que más parece soga que verdadera unión. Un año en el que saber de todo es moda, aunque apenas sepamos nada. La ignorancia ya no es arrogancia: es la cultura de lo fácil. Partir de cero, como si no hubiese un pasado, parece el mejor legado: no cuenta lo que está ya escrito y experimentado. Ser joven en años (que no en espíritu) es valor añadido frente al peso y poso que marcaron la vida de nuestros antepasados.

¿Festejar todo esto? Sí. Porque podemos contarlo. Porque hay gentes con espíritu solidario y constructivo que con sus gestos y gestas auguran que no estamos en un fin de era, sino en una encrucijada, inherente al devenir humano. Padecimos una guerra sin cuartel en la que mil noticias nos han turbado. No me atrevo a pronosticar el futuro. No sabría ni tiene sentido. De momento, el golpe, las heridas de guerra, hay que curarlas. Necesitamos fuerzas para seguir caminando.

Retomo la ruta para alcanzar la meta y cruzar ese Pórtico de la Gloria, puerta de acogida de Santiago, señor de esa santa casa. Pasado el umbral y en silencio, continúo con mi ofrenda y comienzo mi cántico de alabanza por ese momento de perdón y gracia. Poco dura la ventura. Hay estruendo. ¡El botafumeiro! Fascina... Pero me distrae: ¡es la melodía que lo acompaña! Una misión me espera. En el Archivo reposa una sugestiva partitura: un Himno al Apóstol Santiago de Ch. Gounod, el del Ave María de siempre y de la ópera Fausto de Goethe, a quien se atribuye tan propicio lema: Europa se hizo peregrinando a Santiago. Gounod compuso el Himno Vaticano. Malo será que no sea bueno.

¡Loado sea! Roma y Santiago unidas, mientras Goethe ensalza la peregrinación, fuente de reconstrucción espiritual y humana, senda de encuentro entre pueblos y personas, símbolo de fraternidad y vertebradora de la civilización occidental... ¡E ultreia, e suseia!... Santo Adalid: ¿No será momento de relevar el himno de 1920 sin esperar a 2022 o a 2120?

¡Espera! ¡Voy y en un santi-amén...vuelvo!

24 jul 2021 / 19:41
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