Entre la COVID y el alcoholismo: una lucha sin pausa, vía ‘online’ en Galicia

Cada vez acude más gente joven // El confinamiento provocó que los enfermos vislumbrasen su problema // Reconocerlo es vital para dejar la bebida, voluntariamente y cambiando de actitud
COVID
Jorge Garnelo
reunión. 10 miembros de Alcohólicos Anónimos se reúnen, celebrando el aniversario de un compañero. Una fecha “tan importante como su nacimiento”. Antes del virus, esta imagen era común en sus grupos (Lalín, Pontevedra). Foto: Cedida

La pandemia se ha interpuesto también entre quienes más necesitan el contacto presencial. Los que pelean contra un virus sin escrúpulos y una enfermedad con apellido (pero invisible) para encontrarse.

Daniel sopló 17 velas por su aniversario el pasado 23 de diciembre, coincidiendo con un atípico período navideño trastocado por la COVID-19. “Soy casi adulto”, relata el gallego, quien ronda los 50 años y entonces no festejaba su llegada al mundo, sino el tiempo que lleva sin probar la bebida.

“Para nosotros es como volver a nacer”, indica este hombre, miembro de Alcohólicos Anónimos Galicia. Esa fecha, enmarcada en aquel 2003 tan inflexivo, simboliza una “nueva oportunidad” que pretende ahora “aprovechar”.

Aun habiendo pasado multitud de primaveras sin tomar un trago, Dani sigue acudiendo a estas reuniones. Precisamente, tras el abordaje del coronavirus en marzo, sus juntas han experimentado un repentino cambio de formato.

La COVID ha traído dificultades (también para ellos) a la hora de congregarse : “Lo que hemos hecho ha sido dividir nuestras terapias en grupos reducidos, los que permite la ley cuando es posible”.

“Hay compañeros que han tomado contacto”, explica Daniel asimismo, señalando que algunos se acercan a las sesiones, cumpliendo siempre con las normas impuestas por las autoridades sanitarias.

Cuando no es así, según indica, emplean una “nueva manera” de comunicarse, conectándose con sus ordenadores, tabletas, móviles e incluso televisores inteligentes para hacer videoconferencias.

Mediante las nuevas tecnologías, se unen “los compañeros” si no pueden desarrollar encuentros presenciales o al sobrepasar el aforo establecido (entre cuatro y seis en función de cada situación).

En las cárceles, donde también operan en Bonxe y Monterroso (Lugo), además de en Pereiro de Aguiar (Ourense), por momentos no les dejaron asistir; comportamiento que Daniel entiende, pues “se protegieron para no infectarlos”.

Actualmente, está llegando un público mucho más joven del habitual, manifiesta dicho entrevistado. “Algunos de 23”, sostiene en esta línea, aunque el perfil intergeneracional oscila entre los “40 y 50”.

“Al estar encerrados en casa y no estar abierta la hostelería, la gente se dio cuenta de que tiene un problema”, dice este superviviente, asociando el fenómeno a que “les cuesta escondérselo a los familiares” porque “antes bebían fuera”.

CLAVES PARA SUPERAR LA ENFERMEDAD. “La primera es la admisión de que esa persona tiene una enfermedad”, remarca Daniel, algo que recuerda a quienes entran en la asociación. Un severo problema que únicamente conduce a tres sitios si no se frena con tiempo suficiente: “La cárcel, el manicomio o la muerte”.

Tras reconocer “la derrota total”, por medio de su tratamiento (que consiste en 12 pasos) buscan cambiar los ciclos de “relaciones de consumo”, modificando “rutinas” y evitando las amistades nocivas que puedan atraer recaídas.

Todo ello siempre a través de sugerencias, nunca imponiendo normas y demás controles sobre los afectados; trabajando emociones personales y recomendando apoyarse en otras personas (familia, médicos, amigos positivos).

Este camino avanza hacia el “autoconocimiento” y la reparación de daños que se causa “a los seres queridos” en un acto “voluntarial” mediante el feedback y la exteriorización de sus sentimientos, buscando un “cambio de actitud”.

ENTRE EL TRAGO Y LA ESPAÑA DE LOS 80. “Empecé a beber joven, con 13 años”, indica Pedro, quien abandonó su país con 16 para llegar a la “España de los 80”. Aquí se casó, cuando cumplió la mayoría de edad, buscando dejar de beber y “cambiar de vida”, un propósito que logró hasta los 21 años, cuando recibió la llamada del servicio militar.

Entonces comenzó nuevamente su particular rutina en la cantina, hasta que se licenció y continuó su consumo de alcohol “periódico” y “social”, especialmente pronunciado durante los fines de semana.

“La enfermedad progresa y llega un momento en el cual empiezo a beber por la mañana y pongo disculpas”, confiesa el miembro de AA Galicia.

Una alarma resonó en su hogar, cuando la advertencia de su mujer le hizo ver que “si continuaba con ese ritmo” se iban a terminar separando.

Visitas a médicos y psiquiatras se añadieron al “cúmulo de circunstancias” que hiceron recordarle, cual flashback de película, un cartel que había vislumbrado en el metro de otra localidad.

El letrero era de Alcohólicos Anónimos. Llamó y decidió acudir. “Ahí descubro que tengo una enfermedad y que soy responsable de detenerla no tomando la primera copa”, apunta Pedro, insistiendo en que “hay una solución”.

En estos momentos Pedro lleva 17 años sin probar la bebida. Como Daniel. Y es que él se hace llamar así en las reuniones que mantiene cada semana. Muchas telemáticas y sin haber podido soplar las últimas velas presencialmente con su grupo por la COVID.

“Algunos todavía conservamos nuestro coches en el garaje”, confiesa Daniel, recalcando que no perdió nada al “parar a tiempo” aunque a nivel emocional le pasó factura. Tal como señala, “otros pierden más en el camino”. En esta bien vista dolencia llamada por pocos alcoholismo.