La ‘Galicia meiga’ que descubrió el LSD tras consumir centeno con hongo

El cornezuelo de los campos llegó a pagarse durante la posguerra a 800 pesetas el kilo y se vendía en las ferias para su aplicación médica
Ángela Precedo

El mercado de las drogas parece ahora más floreciente que nunca. Se ha creado una especie de cultura under-ground, cada vez con más adeptos, por desgracia, en la que para los adolescentes salir una noche a consumir marihuana o cocaína es ‘normal’.

Para algunos ya recuerda a la cultura de los ‘narcolancheros’ de la Ría de Arousa que planeaban la costa en los 80 y terminaron pidiendo limosna para pagarse la adicción a la ‘coca’ en las calles de la comarca, muchos aquejados de SIDA.

Sin embargo, aunque no de un modo tan evidente (más por desconocimiento que por evidencia), la droga siempre ha acompañado a las civilizaciones a lo largo de la Historia de la Humanidad. Presente en los hongos que infectan plantas, frutos y semillas, los historiadores actuales apuestan porque grandes filósofos de la Antigüedad, como Platón, crearon muchas de sus teorías y reflexiones ‘colocados’, y que muchos rituales considerados paganos u obra del diablo, en los que participaba gente ‘poseída’, tenían su origen en el consumo de sustancias alucinógenas.

Pero, lo que hoy nos ocupa es la Historia de Galicia y de cómo en una pequeña región situada en el municipio ourensano de O Barco de Valdeorras, en el extremo más oriental del territorio, surgió el ‘LSD gallego’, y toda una cultura del ‘contrabando’ (si podía denominársele así en un tiempo en el que no era ilegal) en torno al mismo.

Era 1940 y la comunidad gallega estaba sumida en las inclemencias sociales y económicas de la posguerra civil. No había para comer y el principal sustento de muchas familias estaba en el campo. Y, precisamente, ese campo fue el que permitió salir de la pobreza a muchos gracias a un fortuito accidente que pudo haber costado caro: la aparición del cornezuelo en los campos. ¡Quién les iba a decir que el centeno les haría ricos!

¿QUÉ ES Y CÓMO RECONOCERLO? El conocido como ‘cornezuelo de centeno’ es un hongo parasítico del género Claviceps que consta de más de cincuenta especies y que puede afectar a una gran variedad de cereales y hierbas, aunque su hospedante más común es el centeno. Abuenda en los años húmedos en los campos más descuidados de este cereal. En concreto, el hongo invade el óvulo de la planta, que actúa como hospedador y coloniza todo el ovario. De tres a cuatro semanas después de la infección es cuando se vuelve visible, ya que reemplaza a algunos granos de la espiga y sobresale en forma de una media luna de color oscuro que puede alcanzar los cuatro centímetros de longitud y un grosor de cinco milímetros en la etapa final de la enfermedad.

Como visualmente es muy fácil de apreciar, podría pensarse que también sería fácil evitar su consumo, pero claro, estamos hablando de una época en la que los controles alimenticios eran más bien inexistentes, en la que cada quien comía lo que podía y, el centeno y el pan elaborado con él, eran un bien muy preciado. Además, al molerlo, ese hongo se fundía con los demás granos y se volvía impercetible. Pero, a la hora de hacer el pan, ahí estaba y... Ahí se manifestaba en aquellos que lo consumían. Gente que andaba hacia atrás, que veía cosas que no existían en realidad, que se tambaleaba (de ahí viene el famoso ‘baile de San Vito’) o que enfermaba gravemente, esas eran las principales consecuencias de su consumo.

En los casos más graves, sin embargo, llegaba a provocar la enfermedad conocida como fiebre de San Antonio o ‘ergotismo’, una auténtica pesadilla en la Edad Media que producía gangrena en las extremidades.

SALIR DE LA POBREZA DE FORMA ‘FÁCIL’. Cuando las farmacéuticas lo descubrieron e investigaron sus propiedades para la industria, empezaron a pagar buenas cantidades de dinero para la época por él. Tal y como explica el catedrático de Farmacia de la USC Enrique Raviña, aunque durante la posguerra se pagaba a cinco pesetas el kilo (diez, a veces), en los años 50 llegó a pagarse a 800 (unos 4,8 euros), casi lo que costaba un ternero. Una persona podía recoger de media unos 200 o 300 gramos al día y hacerse así con 240 pesetas.

Por aquel entonces, el salario de un trabajador raso era de 150 pesetas al mes, por lo que esto supondría casi el doble en un solo día. Generalmente, eran las mujeres y los niños quienes realizaban esto a mano en los campos de espiga, desprendiendo y separando de ella el cornezuelo.

El profesor Raviña explica que en los días de feria, los paisanos vendían la cantidad recogida a oficinas de farmacia o intermediarios que desecaban los esclerocios al aire libre, en días secos y soleados y los acondicionaban luego en sacos dobles de yute o en cajas de lata herméticamente cerradas (el mejor procedimiento para su conservación, sobre todo si se añadía un insecticida para evitar ataques de insectos y arácnidos).

HOY EN DÍA SERÍA IMPENSABLE. Trasladándonos a la realidad de hoy en día, el LSD se vende en el mercado negro a 16 euros el gramo, mientras que un gramo de marihuana está a 4,27 euros, es decir, cuatro veces por debajo del valor del LSD. El trigo, por su parte, no se vende a más de 0,20 euros el kilo (ochenta veces menos).

¿Qué harías si te dicen que con el cornezuelo pueden sintetizar LSD? (Algo imposible en la actualidad por los minuciosos controles de calidad). Pues lo mismo que los agricultores de O Barco de aquella. Venderlo al mejor postor. Hoy en día solo las farmacéuticas autorizadas tienen plantaciones diseñadas con la finalidad de cultivar cornezuelo.